Sentía cómo el calor se apoderaba de sus mejillas, no dijo nada, únicamente miró al suelo entre sus rodillas. Lewis comenzó a gatear con el arma a la espalda, con gesto serio y decidido, dijo:
—Salgamos de aquí.
Todos le siguieron de cerca, gateaban hasta la salida de la cueva, uno a uno se ponían de pie. Cuando al fin salieron al exterior, sabían que no podían perder tiempo.
—Vamos, por aquí —dice Lewis.
Shamsha no les siguió, estaba clavada, estupefacta por la belleza del amanecer. Era precioso, tonos morados, dorados y rosas, se reflejaban en sus ojos dotándolos de un brillo incandescente, hacía tanto tiempo que no veía uno que le pareció una escena extremadamente bella para guardarla en su retina, esa sería la mejor imagen en mucho tiempo que su cerebro retendría y mejoraría cada vez que la rememorara.
Creyó que los demás la acompañaban en su admiración por aquel espectáculo, pero no era así, en realidad estaban a su alrededor inspeccionando el terreno. Callia estaba nerviosa, permanecía alerta, sabía que algo les acechaba, su cara delataba que la noche había sido muy larga para ella. Volvieron todos junto a Shamsha, que seguía admirando el cielo, añoraba los atardeceres con su madre y hermana en el pueblo; recordarlo hizo que los ojos se le llenaran de lágrimas, no se acordaba de cuándo fue la última puesta de sol o el último amanecer que vio, pero lo que sí le hizo recordar es el porqué estaba ahí, tenía que dejar de ser una boba y convertirse en una luchadora, el remordimiento por haberse dormido la seguía reconcomiendo.
Se prometió a sí misma que, a partir de ese momento, se armaría de valor para todo lo que le viniera y se esforzaría más por ayudar en vez de dificultar la situación, «tú los has embaucado, no seas una idiota».
—Mamá…, snif, snif… —Se seca las lágrimas y se vuelve hacia los demás que la observaban desde detrás—. Lo… siento.
—Tranquila, tómate tu tiempo, a todos nos pasa. —Callia le apoya la mano sobre el hombro para reconfortarla.
Tenían que elegir el camino más seguro y a la vez el más corto, oían ruidos que provenían del interior del edificio, parecía como si se resintiera de dolor, oyeron otro ruido seguido de un estruendo ensordecedor.
—¡CORREEEEDDDDDDDDDD! —grita Charles desesperado.
Poniendo su musculatura al límite, corrían asustados y con desesperación, como alma que lleva el diablo, sin rumbo, uno detrás de otro, o apelotonados, se chocaban, separaban y cuando a alguno le fallaban las fuerzas, se agarraban de la mano tirando agresivamente para que no desistiera. El suelo temblaba bajo sus pies, miraban fugazmente hacia atrás al edificio en el que habían pasado la noche, se derrumbaba estrepitosamente, se habían librado por poco de morir aplastados…
Un edificio imponente en su momento de esplendor, un gigante de cristal de esas maravillas de la ingeniería moderna.
Ahora caía sin freno, toneladas de cristal y escombros eran vomitados sin piedad sobre la arteria principal de la ciudad.
El bloque se precipitaba hacia el suelo, grandes trozos se desprendían y no podían escapar. Sabían que su destino estaba escrito, corrían sin descanso, pero no llegarían a distanciarse y sobrevivir. La desesperación los impulsaba a convertirse en velocistas de élite, más y más rápido, la boca tenía un sabor: sangre.
Miraban a su alrededor para buscar una solución rápida a la situación, la mente de Shamsha estaba bloqueada, el pánico se había apoderado de todo su sistema, «no, así no», no sentía las piernas, sabía que corrían, pero ella no les daba órdenes, miraba a los demás, se libraban por poco de morir aplastados por los desprendimientos, oía cómo detrás de ellos todo quedaba destruido...
—¡POR AQUÍ! —grita Lewis.
Se introdujeron con rapidez en el interior de un enorme tráiler mecanizado (Nota del autor: los tráileres mecanizados, eran enormes naves autónomas, muy resistentes, sin conductor, transportaban materiales peligrosos o de alto valor económico, cuando todo estalló, la gente volcaba estos aparatos colocando bombas de onda para acceder a su interior).
Estaba volcado, lo abrieron, dentro había cientos de palés antiguos de madera (Nota del autor: los palés eran extremadamente valiosos, se consideraban arte antiguo, lo más probable es que los transportaran a algún lugar secreto para protegerlos de los saqueos, no habían podido acceder al interior hasta que la batería del tráiler mecánico se agotara o que el ordenador control diera la orden expresa de apertura, así que la carga que transportaba seguía intacta).
—ES NUESTRA ÚNICA OPORTUNIDAD. ¡VAMOS! —grita Lewis.
Entraron en el tráiler. Se cubrieron la cabeza con las manos por puro instinto, el ruido era atronador, sus cuerpos vibraban y retumbaban dentro del vehículo, la potencia de los impactos les impedía levantar la cabeza para ver qué sucedía sobre ellos.
Albergaban la esperanza de que la estructura aguantara y poder salir de allí; para su tranquilidad, en cuestión de minutos el ruido cesó. Shamsha sentía en su espalda algo presionándola, abrió los ojos. Era Charles y estaba inconsciente, giró sobre sí misma para ponerse frente a él.
—¡CHARLES!
Él le apretó el brazo, pero ella estaba tan fuera de sí que ni se inmutó, le gritó una y otra vez, entre sollozos le suplicaba. Charles la había protegido con su cuerpo de unos cascotes, cuando vio que sus labios se movían levemente.
—Qué gritona eres, no te vas a libras tan fácilmente de mí… —le dice Charles con la voz entrecortada.
Shamsha lo abrazó con fuerza, él respiraba con dificultad, aflojó su abrazo, observó que estaba de una pieza, agarró sus mejillas entre sus manos y juntó sus labios con los de él, un beso tierno; lo tenía a milímetros de sus ojos, él balbuceaba en un susurro cosas ininteligibles. Shamsha analizaba con detenimiento las rubias pestañas que adornaban los ojos cerrados de su doctor, le besaba, más bien le recorría la cara con pequeñas succiones, mientras repetía una y otra vez: «te quiero, gracias, gracias», todo mientras las ondas producidas por los golpes no dejaban de retumbar sobre sus cabezas.
Abrazada a Charles, echó un vistazo alrededor. Era difícil, el techo había cedido hasta casi aplastarlos, no vio ni a Callia ni a Lewis e inclinó el cuello hacia atrás, sabía que estaban dentro, los había visto pasar. Adaptó la vista a la semioscuridad, en un rincón a lo lejos, allí estaba, era Callia, parecía inconsciente. Lewis estaba cerca de ella, con una pierna atrapada.
Pensó en ir primero hacia Callia para ayudarla y que le ayudara con Lewis, puso a Charles encima de ella haciendo de su cuerpo una camilla, lo sujetaba con sus brazos, mientras con las piernas hacía un esfuerzo sobrehumano para empujar y arrastrarse; su espalda le advertía que estaba masacrándola, pero no le hizo caso, llamaba a la griega, aunque no se movía, consiguió llegar hasta donde estaba, pero seguía sin responder. El tráiler había cedido tanto que estaba a punto de hacer un sándwich de carne, no quedaba ya ni medio metro desde donde estaban tumbados al techo que se hundía sobre ellos.
Sacudía a Callia violentamente, casi no podía respirar. Charles le oprimía el pecho, le gritaba, pero nada; giró para arrojar a Charles sobre el suelo, agarró a Callia de los hombros agitándola con todas sus fuerzas, nada, al final consiguió despertarla con otros métodos menos sutiles.
—¡Joder, Sham!, ¿quieres que me dé un infarto?, ¡qué dolor!
—¿Estás bien?
—¡Claro!
—Pensé que…, como tenías los ojos cerrados…
—¿Y me aprietas los pezones?, estás fatal, ¡ha sido un momento! —le recrimina Callia frotándose los pechos.
Shamsha respondió afligida.
—Ehhh, lo siento, yo no quería…
—Perdona, cariño, me he asustado, tranquila, apuntaré tu técnica, hace mucho tiempo