—¡SOLTADLA! —grita Shamsha empuñando el hacha con fuerza.
—¡NO ES NUESTRA PRISIONERA, NOS ATACÓ PRIMERO! ¡NO SOMOS SAQUEADORES! —responde la mujer que ha golpeado a Callia.
—¡IROS POR DONDE HABÉIS VENIDO! —Shamsha sabe con certeza que un hacha contra sus armas no es de mucha ventaja, pero no puede dejar a su amiga.
—¡NO PODEMOS DEJAROS IR, SABÉIS NUESTRA POSICIÓN! ¿QUIÉNES SOIS? —grita la mujer a Shamsha.
Callia intentó levantarse, uno de los hombres le apuntaba a la cabeza con un arma.
—Solo pasábamos por aquí, no somos saqueadoras, estamos de paso… —Callia se frota la parte de la cabeza donde la habían golpeado.
—¿Tenéis comida? —pregunta uno de los hombres con los ojos desorbitados.
—No. —Callia analiza la situación para actuar en cuanto tenga ocasión.
—Ve a ver si aquella del hacha tiene algo de comer, si no ves la situación bien, dispárale, si no tiene comida, ella será nuestra comida… —Callia extiende la palma de la mano, señal de: «esperad».
Uno de los hombres que la acompañaban le contestó en otro idioma, empuñaba el arma hacia la posición de la doctora; de repente, sin pensárselo, echó a correr para esconderse y tener algo más de ventaja sobre él. Esperó, pero no venía, se asomó levemente, pero no veía nada.
—Tranquila ya ha pasado —Callia le toca el hombro para que se tranquilice.
—¿Estás bien? —Charles le pregunta, acariciándole la cabeza.
—¿Qué ha pasado?
—Esperamos para ver si eran hostiles y resultó que sí lo eran, por lo que hemos encontrado en sus bolsas, eran saqueadores y algo más, tenemos que ir con más cuidado —dice Lewis con semblante serio.
—¿ALGO MÁS?
—Tranquila, Sham, no pasa nada…
—¡NO!, ¡explicadme qué coño era ese «algo más»! —Los tres se miraron, finalmente Lewis la miró y le dijo:
—Mi niña, comen de todo, todo…
—Pero ¿qué…, personas?
—Sí. —Callia toca su brazo mientras contesta.
—Ya me estoy arrepintiendo de salir de mi cueva…
Cogieron todo lo que pudiera servirles de ellos. Shamsha no pronunció palabra, se fijó en que les habían disparado, tres disparos certeros en la cabeza, uno por persona, científicos transformados en francotiradores; tenía que despertar, vencer su miedo, no podía ser una carga, le pidió a Charles que le diera el arma de la mujer. Se acercó a su cuerpo sin vida, la sangre se le heló al ver que era la chica que todos los días la atendía en una cafetería cercana al primer trabajo que tuvo en una biblioteca de su antiguo barrio.
—¿Qué pasa, Sham?
—Nada, solo que la conocía, era simpática.
—Ahora ya no es nada, cariño, recuerda ellos o nosotros… —le consuela Callia con una cálida mirada.
Gritos de monos se oían en la lejanía aproximándose.
—Vamos, los monos se entretendrán un rato…
Shamsha se sentía perdida, asimilar todo tan rápido no le era tan fácil, a veces su mente, apiadándose de ella, antes de que entrara en shock, la evadía haciéndola creer que todo era un mal sueño.
Un mundo idílico que se esfumaba con premura para que no bajara la guardia. Había estado demasiado tiempo en él, ya iba siendo hora de asumir la realidad y por primera vez en mucho tiempo, ser valiente y afrontarla. Ese horrible momento en el que volvía a verlo todo tal y como era, abría las puertas de par en par al horrible miedo, que resurgía, campando a sus anchas por su sistema. Corrían sin mirar atrás, oían los agudos gritos a lo lejos, no había tiempo para el cansancio, tenían que alejarse lo más rápido posible.
Correr, esconderse, vigilar, correr, esconderse, vigilar, correr, esconderse, siempre alerta, era una tensión constante, no sabía hasta cuándo su estómago podría aguantar aquello, una y otra vez esperaban a que pasara el posible peligro, la tensión de su sistema no desaparecía nunca, se preguntaba una y otra vez cómo sus amigos habían aguantado aquello, estaba segura de que tenía una úlcera del tamaño de su mano, la culpa la corroía, no había sopesado el peligro y la dificultad de lo que su aventura, una y otra vez se repetía: «Sé fuerte, tú los has traído».
—Vamos, ya falta poco, Sham, tú puedes. —Lewis la mira con ternura.
—¡CUIDADO!
Un pájaro gigante apareció de la nada. Lewis la empujó tirándola al suelo, otros pájaros aparecían. Charles disparó al pájaro que atacaba a Lewis, sacó de su mochila una bomba de humo.
—¡CORRED!
El humo lo tapó todo. Shamsha cerró los ojos, corría hacia delante, chocaba con coches a los que esquivaba después de golpearse, oía a Callia y a Charles gritar su nombre, pero no veía nada; pensó que si seguía recto seguro que se encontrarían, oía a los pájaros emitir sonidos que nunca había escuchado, eran insoportables, una especie de pitidos agudos casi sin sonido, pero que perforaban sus tímpanos y se resentían. Era muy doloroso, avanzaba todo lo rápido que sus piernas le permitían, con los ojos entornados para intentar ver algo.
¡CRACK!
Chocó con una pared. El impacto fue tan fuerte que la empujó brutalmente contra el suelo, cayó boca arriba en plancha, estaba muy aturdida, el golpe había sido estrepitoso, todo estaba negro y en silencio.
—¡CHARLES! —grita Callia
—¡CALL! —Charles la ha oído, mira a su alrededor buscándola.
Shamsha no podía respirar. «Sham, levanta, peligro, vamos». Piensa, intentando hacer acopio de fuerzas.
Intentó abrir los ojos, todo estaba borroso y teñido de rojo, otra vez estaba asustada, «basta ya», harta de tener miedo, hizo un esfuerzo sobrehumano, intentaba ver, quería moverse, pero el cuerpo no le respondía, su cabeza daba vueltas, parecía que le iba a estallar. Cerró de nuevo los ojos en un intento de abandono, era reconfortante, «¡no!», lo pensó bien, un golpe y unos asquerosos pájaros no podían acabar con ella, quería vivir, tenía que vivir, era afortunada.
Buscó en el fondo de su cuerpo aquella pequeña reserva de energía que siempre queda, sabía que era el momento de usarla. Apoyó las manos contra el suelo y elevó el torso. El dolor era tan intenso que sentía todos los músculos y tendones. No se lo pensó e intentó levantarse, le fue imposible, sentía una fuerte presión en el pecho, se dejó caer de nuevo. «Vamos, Sham».
Giró sobre sí misma. Tumbada boca abajo, el horrible sabor del polvo con la sangre se introducía en sus papilas, la fuerza repartida no había tenido en cuenta el poder escupir, tenía apoyadas las manos y los pies, iba gateando y arrastrándose, pensó en sus dos opciones: erguir el cuerpo o seguir arrastrándose por el suelo, aunque sabía que de un momento a otro sus brazos fallarían y no volvería a levantarse. «¡NO!», sin saber cómo, se irguió del todo, la cabeza le daba vueltas como cuando volvía a casa, después de haberse bebido hasta el agua de los charcos, arrastraba los pies torpemente, la boca le sabía a sangre, podía olerla…
En lo poco que sus ojos le dejaban ver, divisó un claro en el que no había humo, fue hacia él, cuando de repente, algo le agarró con fuerza por la muñeca; sabía que era Callia, sintió una sensación de alivio y se dejó caer