Huenun Ñamku. M. Inez Hilger. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: M. Inez Hilger
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Социология
Год издания: 0
isbn: 9789561427556
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con madera y propulsados a vapor conocidos como vapores [pronunciado “vä pôr’”], cada uno transportando un barco de carga conocido como lancho [pronunciado “län´cho-”] y cargados con madera. El lancho es amarrado al costado del vapor. La madera es acarreada desde un lago más arriba a uno más abajo por camiones o carretas de bueyes.

      Margaret y yo habíamos venido a Panguipulli para obtener un viaje a Coñaripe en un vapor. Nuestros planes eran quedarnos en Panguipulli el tiempo suficiente para convenir el transporte a Coñaripe. Se nos había dicho que la navegación de los vapores era de lo más impredecible: a veces dos o tres de ellos navegaban una vez a la semana; otras veces, uno de ellos navegaba solo cada dos o tres semanas.

      A nuestra llegada a Panguipulli, escuchamos que un lancho estaba siendo descargado. Francisca Fraundorfner, una de las profesoras de la Escuela Misional en Panguipulli, fue con nosotros al muelle para averiguar cuándo saldría este vapor de regreso. El capitán no tenía idea cuándo su vapor navegaría, nos haría saber y nos prometió llevarnos con él.

      Al regresar a la Escuela Misional, conocimos al padre Sigisfredo,15 un sacerdote alemán capuchino, que había pasado más de cincuenta años entre los mapuche. Hablaba bien el idioma de ellos; conocía todas las áreas en las cuales vivían los mapuche; él conocía a la mayoría de los mapuche por su nombre. Él le había avisado a Huenun que nosotros llegaríamos a Panguipulli ese día. El padre Sigisfredo nos contó que algunas semanas atrás, Huenun había escuchado que nosotros estábamos recolectando información en el territorio mapuche y que planeábamos escribir un libro acerca de su pueblo. Huenun quería ser avisado del día de nuestra llegada; deseaba conocernos y ayudarnos.

      Antes de que regresáramos del muelle, Huenun había llegado. Nos estaba esperando en la sala de clases que Francisca había preparado para nuestro uso. Las salas estaban vacías porque eran las vacaciones de verano. Había movido algunos escritorios hacia una muralla y otros hacia la muralla opuesta. Entre ellos, había colocado una mesa larga para nuestro uso. El padre Sigisfredo nos llevó a la sala, nos presentó a Huenun y se fue a su oficina.

      Cuando entramos a la sala, Huenun estaba mirando unos panfletos y mis estudios de chippewa y arapaho,16 materiales que habíamos traído y que yo usaba para presentarle a los informantes lo que nosotros planeábamos hacer con la información que estábamos recolectando. También, era una forma de atraer su interés, de motivarlos y hacerles saber nuestro objetivo. Al mostrarle los libros al informante, yo le diría: “Después de todo, las personas, en nuestra parte del mundo, han tenido sus costumbres registradas y ahora los hijos de sus hijos alguna vez sabrán cuáles fueron las costumbres de su propio pueblo”. Luego preguntaría, “¿Cree usted que su gente encontraría interesante tener sus costumbres consignadas de modo que los niños de sus niños sabrán cuáles eran sus costumbres?”.

      Huenun señaló la palabra primitive en el título de uno de los panfletos —reconoció la palabra por su similitud con su equivalente en castellano, primitivo— y con aire autoritario dándose importancia y responsabilidad, que luego aprendimos era característico en él, preguntó: “¿Van a usar ustedes la palabra “primitivo” en el título de su libro sobre los mapuche?”.

      Respondí, “¿Cree usted que deberíamos?”.

      Prontamente replicó: “¡Por cierto que no! ¡Por cierto que no! Esa palabra puede ser usada cuando se habla de gente menos inteligente que los mapuche, personas como aquellas de las islas en el Pacífico, por ejemplo, los habitantes de Isla de Pascua, pero no cuando se habla de los mapuche. Cuando nuestros jóvenes volvieron de la guerra (Segunda Guerra Mundial), nos contaron acerca de las costumbres de los habitantes de las islas del Pacífico. ¡Puedo asegurarles que estas personas son primitivas!” Tampoco nos permitía usar la palabra “indios” en ninguna parte del libro. “Los mapuche no son “indios””. Él señaló la palabra “indios” en el título de otro panfleto. Antes de comenzar nuestro trabajo de campo ya habíamos sido instruidas por el obispo Guido Beck,17 vicario apostólico del territorio de la Araucanía, para no usar la palabra “indios” cuando habláramos con los mapuche ya que es una palabra ofensiva para ellos. Esta tiene una connotación de servidumbre y sujeción, ya que fue escuchada por primera vez durante los tiempos de intentos de subyugación por los españoles que invadieron su territorio.

      Ahora Huenun se quedó ahí; nos estaba estudiando. Miró a Margaret y luego a mí. “Así que ustedes dos han venido desde Norte América para aprender nuestras costumbres”. Lo observamos bien. Su cara estaba seria. Sus cejas formaban refugios para sus ojos oscuros, inteligentes y penetrantes. Sus arrugas eran profundas; surcaban su cara golpeada por el clima. Su bigote colgaba más allá de los extremos de su boca. (los hombres en la zona costera ocasionalmente tenían bigotes, pero no barba, algo que yo no había visto entre los indios norteamericanos). Él debió pensar que su pelo estaba en su lugar —acababa de pasar sus dedos sobre él para arreglárselo. Usaba zapatos y sombrero —habíamos aprendido esto en la zona costera— señales para sus compañeros mapuche y para otros de que disponía de más medios que los necesarios para lo básico del día a día.

      Le dije a él: “Usted es un hombre de muchos años; debe saber muchas cosas que a nosotros nos gustaría saber. ¿Qué edad tiene?”.

      Él contestó: “Pienso que tengo ochenta años. He estimado que esta es mi edad porque gente más vieja me contó que yo aún estaba amarrado a mi cuna cuando los mapuche del otro lado de la cordillera —de lo que hoy es llamado Argentina— no solo persiguieron a nuestro pueblo hasta acá, sino también los hicieron padecer en nuestro territorio. Nuestra gente había ido allá a robar ganado, algo que a menudo hacían, pero nunca habían sido perseguidos. Por este evento, yo estimo que debo tener ochenta años, pero la verdad es que no sé cuántos años tengo. Pero ¿quién quiere saber eso? ¿Qué importancia tiene eso para su libro? En agosto pasado, quería ir a Argentina de visita. Tenía que ir a Valdivia para obtener un permiso para salir de Chile. Allá querían saber la fecha de mi nacimiento. Inventé una fecha para ellos, y también otros hechos acerca de mí. Dije que había nacido el 30 de agosto de 1889; que había estado en el servicio militar en 1903; que me casé el 7 de mayo de 1907. ¿Qué importancia puede tener para cualquiera saber todo eso acerca de mí?”.

      Huenun aún estaba interesado en nuestros libros y panfletos. Los tomó, caminó al otro lado de la mesa y se sentó. Los examinó un poco más y luego expresó: “Quiero decirles otra cosa sobre su libro. No ponga el retrato de una mujer mapuche en la portada; ciertamente ese no es el lugar para el retrato de una mujer; el de un hombre estaría bien”. Más adelante aprendimos que él se estaba refiriendo al retrato de una mujer mapuche en la portada de Lecturas araucanas, un libro publicado en 1934 por Félix José de Augusta y Sigisfredo de Fraunhäusl, el Padre Sigisfredo el cual recién habíamos conocido.

      Me arriesgué a preguntar: “¿Qué tal si ponemos su retrato en la portada?”.

      Él respondió y se rio enérgicamente: “Entonces ustedes podrán estar satisfechas de que tendrán a un mapuche inteligente y representativo en ella”. Él continuó: “Una vez vi un libro que un pescador argentino tenía —estaba pescando aquí alrededor de nuestros lagos. La portada de ese libro retrataba una trampa para atrapar animales de cuatro patas; creo que era una trampa usada en países lejanos. Ustedes podrían fotografiar una de nuestras trampas y usarla en la portada de su libro”.

      “¿Qué tipo de trampas usan los mapuche?”, pregunté.

      Él tomó un pedazo de papel e hizo un esquema. “Esta es una trampa para pescar peces en un río”, dijo. “Es circular, y la llamamos llolle. Los hombres la usan para pescar peces grandes y vivos”. Siguió describiendo cómo se hacen: los hombres extienden tallos de colihue [Chusquea culeon, bambú nativo]uno al lado del otro con las puntas más delgadas en una dirección —los tallos deben ser de una extensión de dos brazos de largo; no deben ser más cortos. En esa posición, son amarrados con una parra fuerte usando una técnica de tejido por arriba y por abajo. Una vez que están amarrados, el conjunto tiene una forma de abanico. Luego los lados se juntan y amarran unos a otros, dando a la trampa una apariencia de tronco alargado. Huenun advirtió que el diámetro en XX puede ser de cualquier ancho, pero en el punto X nunca debe ser mayor