Gobernanza china. Tyra Diez Ruiz. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Tyra Diez Ruiz
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Социология
Год издания: 0
isbn: 9786078704293
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Asamblea de los Siete mil de 1962, aludió nuevamente a esta historia para urgir a los altos cuadros a ser humildes y generosos, prestos a escuchar antes de aconsejar, pues si acaso llegaban a parecerse a Xiang Yu, a quien no le gustaba escuchar a nadie discrepar, difícilmente podrían evitar que llegase el día en que tuviesen que «despedir a su concubina».

      Xi Jinping considera el estilo de trabajo como una cuestión que atañe tanto a la gobernabilidad como a la supervivencia del Partido, razón por la cual enfatizó que el apoyo de la gente es crucial para el éxito de su causa. En esta ocasión, recurrió a Adiós a mi concubina para alertar a los cuadros y miembros del PCCh sobre esta cuestión, pues si el estilo de trabajo no se resuelve con determinación y prontitud, podría perderse el apoyo de la gente, propiciando un final igualmente trágico que el del tirano que acabaría con el Partido y el país. Añadió que «si dejamos que se imponga un estilo de trabajo pobre, sin corregirlo de forma perentoria, crecerá hasta convertirse en un invisible muro que nos separará de la gente, privándonos con ello de nuestras raíces, nuestras venas y nuestra fortaleza». Estas sonoras palabras no solo contienen un profundo compendio de lecciones históricas, sino que expresan al mismo tiempo la esperanza de que todos los miembros y cuadros del Partido mejoren su estilo de trabajo y se mantengan al lado de la gente.

      Qin Shihuang fue el primer emperador que unificó China. Su ascenso fue fruto de ciertas necesidades históricas, pero su ambición desmedida por obras faraónicas y los impuestos exorbitados que por ello implantó, hicieron mella en la población exacerbando su descontento, con lo que la dinastía Qin se precipitó a su fin en apenas dos generaciones. En su Canción del palacio Ah Fang, Mu Du escribió: «Los Qin estaban muy ocupados como para lamentarse de sí mismos, así que sus sucesores se lamentaron por ellos; los que vinieron se lamentaron, pero no aprendieron, dejando que los que siguieron tuviesen que lamentarse nuevamente».

      Una vez establecida la dinastía Tang, el emperador Taizong se propuso hacer prosperar su imperio, aceptando para ello el consejo de los hombres más capaces e íntegros. Sin embargo, los últimos dirigentes Tang fueron relajándose, cayendo en placeres sensuales, tanto que cuentan que el emperador Xuanzong «dormía hasta que el sol estaba en su apogeo, pues las noches primaverales se le hacían cortas, y no acudió más a la audiencia matutina de la corte imperial». El resultado fue que la corrupción y el soborno se dio sin restricciones en todos los niveles administrativos transformándose en moneda común, lo que dio lugar a la Rebelión de An Lushan y Shi Siming, durante la cual «los rebeldes golpeaban sus tambores de guerra, haciendo temblar la tierra, aplastando con fiereza la canción de la falda de arcoíris y el abrigo de plumas». La rebelión de An y Shi condujo a la dinastía a la decadencia, tras lo cual Wang Xianzhi y Huang Chao encabezaron un levantamiento que tomó la capital Chang’an, precipitando el fin de la dinastía.

[Discurso en la Segunda Sesión Plenaria de la XVIII Comisión Central del PCCh para la Inspección Disciplinaria (22 de enero de 2013).]

       Comentario

      «Aunque podría ser achacada a la voluntad divina, ¿acaso en las le­yes que rigen el ascenso y la caída de una dinastía no influyen factores humanos?», se preguntaba Ouyang Xiu en el prefacio de su Nueva historia de las Cinco Dinastías. Allí analizaba el tránsito de la prosperidad a la decadencia que tuvo lugar con los últimos emperadores Tang, que de su apogeo llegaron a la extinción en muy poco tiempo, a raíz de lo cual concluía que «la diligencia mejora una nación mientras que la indulgencia la destruye», y que «los pequeños errores se acumulan hasta ocasionar desastres, pues la indulgencia ciega la inteligencia». Tanto la ruina de los Qin como la de los Tang nos enseñan esta lección histórica: la indulgencia destruye las naciones.

      Qin Shihuang fue la primera gran dinastía histórica. Su primer emperador, Ying Zheng, logró unificar China mediante sus famosas regulaciones: «todos los carruajes tendrán ruedas de la misma medida; toda escritura, los mismos caracteres; medidas y monedas serán las mismas, y en cuanto a la conducta, rigen las mismas normas». A pesar de ello, como recogen los Anales históricos de Sima Qian, «la gente sufrió mucho tiempo por el yugo opresor del gobierno Qin». Ying Zheng comenzó la construcción de su mausoleo poco después de ascender al trono, un mausoleo que no se terminó hasta el 208 a.C., prolongándose su construcción durante 39 años y empleando a 720,000 personas (según algunas estimaciones, ocho veces más que la gran pirámide de Keops en Egipto). Según el Libro de los Han, «la caída de la dinastía Qin, apenas cuando su segundo emperador llevaba solo 16 años al mando, se produjo fundamentalmente porque los miembros de la familia real eran sumamente extravagantes en lo que a su salud concernía, y hacían enterrar a ciudades enteras junto con sus restos cuando morían». En Sobre el pasado de los Qin, Jia Yi escribió: «Un solo hombre puso a prueba todo un imperio, y los rebeldes derrocaron al gobierno y mataron al emperador, convirtiéndolo en el hazmerreír del Cielo, ¿y por qué? Porque el gobernante carecía de benevolencia, revirtió el poder del ataque y la defensa». Du Mu también exclamó que «fueron los Qin y no el Cielo quienes acabaron con su clan». En otras palabras, lo que acabó con su dinastía fue su propia extravagancia, así como su falta de humanidad y rectitud.

      Por su parte, la principal causa de la caída de los Tang, de su viraje de la prosperidad a la decadencia, también fue la corrupción, la degeneración que ocasionó la búsqueda del lujo y los placeres a los que se entregó toda su clase dirigente. «Vista desde la lejanía, la capital Chang’An parecía una colina bordada, en cuya cima mil puertas se abrían. Yeguas traían lichis para deleite de las concubinas, sin que nadie supiera cuántas perecían por el camino por ello», escribía Du Mu en A la vera del palacio Huaqing, donde narraba la historia del capricho de los lichis de Yang Guifei, la favorita del emperador, una imagen con la que ponía al descubierto la búsqueda incesante de los placeres de la corte de los Tang, por los cuales no dudaban en emplear miles de personas, malgastando el esfuerzo y riqueza de la gente. El viejo libro de los Tang recoge que «en el palacio del emperador Xuanzong, fueron empleados unos 700 artesanos para bordar las ropas de la primera concubina, y otros cientos para tallar sus joyas», tal era su despilfarro y extravagancia. Cuando Xuanzong se entregó a la vida disoluta, permitió que oficiales desleales liderados por Yang Guozhong se entrometiesen en asuntos de Estado, lo que provocó disturbios que desembocaron en la rebelión de An y Shi, poniendo fin a una dinastía que había sido tremendamente próspera hasta entonces.

      Constituye pues una férrea ley histórica que un gobierno honesto hace prosperar un imperio, mientras que uno corrupto acaba con él. Al rememorar el abrupto final tanto de los Qin como de los Tang, Xi Jinping enfatizaba que la corrupción es el cáncer de toda sociedad, urgiendo a todos los cuadros del Partido a tomar nota de las lecciones históricas como un espejo válido donde mirarse, con el objetivo de luchar con toda determinación contra la corrupción. Como él mismo declaró: «La revisión profunda de la historia, tanto propia como universal, sirve para concienciarnos de que mejorar la conducta de los cuadros y miembros del PCCh, mantenerse íntegro y combatir la corrupción, son vitales tanto para nuestra supervivencia como para la del país. Nuestra historia está repleta de ejemplos de gobiernos cuya corrupción los llevaron a la ruina. En lo que al mundo actual respecta, la lista de gobiernos que pierden su poder a causa de la corrupción y el desapego con sus gentes ¡es también demasiado larga para enumerarla!».

      Xi Jinping posee una honda conciencia sobre la gravedad que entraña la corrupción. Ha puesto de manifiesto en numerosas ocasiones que constituye ciertamente «la más grave amenaza que encara el gobierno del PCCh», y que, si llegara a intensificarse, «acabaría finalmente con el Partido y el país». Igualmente, ha expresado que la gente detesta toda forma de corrupción y privilegio, comportamientos que además destruyen su vínculo con el Partido. Hace ya tiempo, cuando encabezaba la administración de Ningde en Fujian, dijo: «Aquí está el problema de quién ofende a quién: si una persona se salta y viola la ley persiguiendo su propio interés, minando con ello la autoridad y la imagen del Partido, es tal persona quien ofende al Partido, a la gente y a la ley, y no por cierto quien investiga y persigue tal crimen en nombre del interés común de la gente y del Partido».