Los Elementales. Michael McDowell. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Michael McDowell
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9789509749450
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de madera de roble que colgaba con cadenas del cielorraso.

      India se dirigió hacia el otro lado de la casa. Era lo mismo, aunque la arena no empezaba tan alto y la pendiente que formaba hasta llegar al suelo era más suave. Anhelaba entrar en la tercera casa para ver si la duna continuaba dentro de las habitaciones con las mismas curvas suaves, o si las paredes y ventanas habían resistido su irrupción. ¿Tal vez podría pararse frente a una ventana y contemplar el interior de la duna a través del vidrio?

      Al llegar a la esquina de la galería, vaciló. Su curiosidad era intensa; ya había olvidado su enojo contra su padre por haberla llevado a ese lugar abandonado de la mano de Dios.

      Pero algo le impedía subir la escalinata de la galería; algo le decía que no espiara por las ventanas de esa casa donde no vivía nadie; algo le impedía incluso hundir el dedo gordo del pie en los últimos granos de arena blanca que habían caído de la cima de la duna a la tierra desnuda. En ese instante, Luker gritó su nombre, e India corrió a ayudarlo a bajar las cosas del Scout.

      Una vez descargado el Scout, India recorrió uno por uno todos los cuartos de la casa que pertenecía a los McCray. A diferencia de la frígida ostentación decorativa de la casa de Big Barbara en Mobile, la sorprendió el estilo hogareño pero de buen gusto que imperaba en Beldame. Luker le explicó que habían redecorado la casa de vacaciones cuando la compraron en 1950 y que, salvo por los reemplazos de tapizados, almohadones y cortinas que el aire salado del mar indefectiblemente estropeaba, no la habían tocado desde entonces. Lo único que faltaba, según India, eran alfombras sobre los pisos de madera, pero Luker dijo que era imposible mantenerlas limpias en una casa que se llenaba de arena todo el día.

      La planta baja de las tres casas de Beldame constaba de tres espaciosas habitaciones: de un lado, un living cuya longitud abarcaba el frente de la casa y, del lado opuesto, un comedor al frente y una cocina al fondo. El único baño había sido construido en una esquina de la cocina. En el primer piso había cuatro dormitorios en las esquinas, cada uno con dos ventanas y una sola puerta, que daba a un pasillo central. Una escalera angosta bajaba a la planta baja, y un tramo de escalones todavía más angosto subía al segundo. El segundo piso de todas las casas consistía en una única habitación angosta, con una ventana en cada extremo, destinada a los sirvientes.

      A India le dieron el dormitorio del primer piso al frente, que daba al Golfo y tenía una fascinante vista lateral de la destructiva duna que estaba devorando la tercera casa. Había una cama doble de hierro con incrustaciones de metal, un tocador pintado, una cómoda, un escritorio de mimbre y un armario grande.

      Mientras India desempacaba, su padre entró en la habitación. Se sentó en el borde de la cama y puso un rollo de película en su Nikon.

      —¿En qué cuarto estás? —le preguntó India.

      —En aquel —dijo Luker, señalando la pared compartida con el otro dormitorio ubicado en el frente de la casa—. Es mi cuarto desde 1953. Big Barbara ocupa el que está en diagonal a este, contiguo al mío. Entonces —dijo, levantando la cámara y tomando un par de fotos de su hija parada delante de la valija abierta—, ¿te gusta Beldame?

      —Me gusta muchísimo —dijo India en voz baja, como dando a entender que era algo más que gusto.

      —Ya me parecía. Aunque esté muy lejos. —India asintió—. Eso es muy típico de Nueva York, ¿sabes?

      —¿Qué cosa? —preguntó India.

      —Desarmar la valija antes que nada.

      —¿Y por qué es muy típico de Nueva York? —preguntó a la defensiva, irguiéndose entre la valija y la cómoda.

      —Porque cuando termines la cerrarás de golpe y la meterás bajo la cama, estas casas no tienen roperos, supongo que lo habrás notado, y dirás para tus adentros: “¡Ahora sí que puedo ocuparme de mis cosas!”.

      India soltó una carcajada.

      —Es cierto. Supongo que estaba pensando en Fire Island.

      —Sí —dijo Luker—. Pero en la isla nos quedábamos solo dos o tres días cada vez… Gira un poco a la derecha, estás en la sombra. Y solo Dios sabe cuánto tiempo nos quedaremos aquí. Por si no te diste cuenta, debo recordarte que no hay mucha diversión en Beldame.

      —Será peor para ti que para mí. —India se encogió de hombros—. Al menos yo no tengo edad suficiente para nada…

      —No te preocupes —dijo Luker—. Toda mi vida he venido aquí, al menos hasta que naciste tú. Esa mujer, como la llama Barbara, esa mujer y yo vinimos aquí una vez, como parte de nuestra luna de miel, pero ella odió el lugar y dijo que no regresaría jamás. Nos quedamos solo el tiempo necesario para concebirte.

      —¿Qué? ¿Piensas que fue aquí?

      Luker se encogió de hombros.

      —Creo que sí. Esa mujer y yo cogíamos como conejos antes de casarnos, por supuesto, pero en aquella época ella tomaba anticonceptivos. Se le acabaron durante la luna de miel… y no me dijo nada, por supuesto. Cuando me enteré tuvimos una pelea grandísima y no volvimos a tener sexo durante más o menos dos meses… Por eso, calculando fechas, es probable que hayas sido concebida aquí.

      —También estás diciendo que fui un error, ¿no?

      —Por supuesto, no puedes pensar que yo deseaba tener un hijo…

      —Entonces es muy raro —dijo India.

      —¿Qué es muy raro?

      —Que yo haya sido concebida aquí y que esta sea la primera vez que vuelvo desde entonces.

      —No creo que recuerdes mucho de aquella primera vez.

      —No —respondió India—. Pero el lugar tampoco me resulta completamente extraño.

      —Cuando tu madre dijo que odiaba Beldame… supongo que recién ahí comprendí que algo andaba mal en nuestro matrimonio. De todos modos, por una cosa u otra, yo tampoco regresé desde entonces… Es raro estar aquí.

      —¿Te trae muchos recuerdos?

      —Por supuesto —dijo Luker. Le hizo señas para que se acercara a la ventana. India, que había posado para miles de fotos tomadas por su padre y los amigos de su padre, obedeció sin inmutarse y adoptó las poses y las expresiones que sabía que le agradaban—. Pero —dijo Luker mientras probaba distintos grados de exposición— solo quería advertirte que no encontrarás muchas cosas para entretenerte.

      —Lo sé.

      —Y si la cosa se pone demasiado fea, hazme una señal y te sirvo algo fuerte.

      India frunció el ceño.

      —Las bebidas fuertes me marean.

      —Era un chiste. No necesitarás nada aquí.

      Las aguas del Golfo rompían ruidosamente contra la orilla y tenían que levantar la voz para escucharse. El agua traía viento, y las delgadas cortinas envolvieron el cuerpo de India.

      —Las pinturas de la pared son todas mías —dijo Luker—. Solía pintar cuando venía aquí. En aquella época pensaba que sería pintor.

      —Las pinturas son una mierda —dijo India con indiferencia—. Pero eres buen fotógrafo. ¿Por qué no sacas estos cuadros y cuelgas algunas fotos?

      —Quizá lo haga. Tal vez sea mi proyecto para este año, si reúno energía suficiente. Tengo que advertírtelo: Beldame es un lugar de energía muy baja. Solo se pueden hacer dos cosas por día, y una de ellas es levantarse de la cama.

      —Yo sé cuidarme, Luker. No tienes que preocuparte por mí. Traje ese bordado que quiero colgar sobre mi cama en casa y me llevará todo el tiempo del mundo. Siempre que no me falten aguja e hilo estaré bien.

      —De acuerdo —dijo Luker, aliviado—. Prometo no preocuparme por ti.

      —¿Cuánto