La ciudad en el imaginario venezolano. Arturo Almandoz Marte. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Arturo Almandoz Marte
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788412337129
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      No obstante este giro finisecular del autor al evaluar el aporte cultural de la televisión, la novelística de Balza confirma la importancia de los medios y la publicidad en nuestra urbanización. Lo han hecho también las ocurrentes obras de Liendo con el cine mexicano y otros imaginarios traídos a nuestros hogares por el mago de la cara de vidrio, así como la masa textual de Britto García con la multiforme publicidad de las calles caraqueñas. Es un catálogo que, en esta última sección, se ha tratado de reconstruir a propósito de nuestra urbanización publicitaria y farandulera, desplegada a la par de la demográfica, en un arco que se extiende de neones a culebrones.

      Rocambolescos han sido también, como secciones anteriores de este primer capítulo han tratado de mostrar, otros procesos que la narrativa de Britto y Balza, Barrera y Liendo, entre otros, han ilustrado con motivos como la improductividad y burocratización del Estado saudita, así como el consumismo y el envite de la sociedad nueva rica; síntomas todos de los malestares capitalinos de una nación decadente. Pero la inquietante comedia humana bosquejada por esta narrativa debe ser completada, en la próxima parte, con una agenda ensayística que detecta, con señalada desesperanza, los irreversibles desequilibrios de una Venezuela urbanizada demográfica pero no culturalmente, al tiempo que advierte otros malestares capitalinos a punto de estallar en una crisis de todo orden.

III ENTRE CULTURA Y DESMEMORIA

      En busca de lugar en Occidente[243]

      No podríamos tener, y sería totalmente antihistórico que la esperáramos, la posibilidad de una creación kantiana, hegeliana o marxista entre nosotros, pero en cambio ha habido y merece ser mejor conocida y comprendida la peculiaridad latinoamericana del pensamiento de Occidente que se ha manifestado, como lo hizo entre los rusos, más original y poderosamente en la literatura de creación, en la novela o en la poesía, que en la elucubración filosófica o crítica.

      ARTURO USLAR PIETRI, «Somos hispanoamericanos», en Fantasmas de dos mundos (1979)

      1. PUESTO EN SUS COORDENADAS INTERNACIONALES, el debate sobre la relación entre cultura y civilización en la sociedad venezolana, en trance de urbanización mientras buscaba industrializarse, es de vieja data entre la intelectualidad nacional. Recordemos que, después de la reflexión positivista de los doctores del gomecismo, en el segundo tercio del siglo XX, Picón Salas y el primer Uslar, Enrique Bernardo Núñez y Ramón Díaz Sánchez, entre otros, habían ya apelado a nociones de este tipo, derivadas de autores como Spengler, Frobenius y Toynbee, para dar a la singladura venezolana un lugar y una ruta en los mapas civilizadores.[244] De cierto modo también, el diálogo con las nuevas formas de modernidad, en el marco de la pax americana de la segunda posguerra, había sido ocasión para barruntar coordenadas económicas y sociales, técnicas y culturales, de las urbes venezolanas. Pero pareciera que esa inicial inquietud histórica, filosófica y sociológica tornose admonición en algunos pensadores criollos, en vista del atropello observable en el proceso de urbanización venezolana, que nos fue alejando de los atributos y las posibilidades inherentes a aquellas nociones básicas de cultura y civilización.

      Aunque no fuera en apariencia una pregunta urbana, una de las cuestiones más fundamentales e inquitantes de esta vasta agenda culturalista apuntaba, nada menos, que al lugar y el aporte nuestros dentro del orbe civilizado de Occidente, al que se nos adscribiera desde el descubrimiento de 1492, en el cénit del Renacimiento europeo. Si bien no fuera de los primeros en plantearla, sí lo hizo de manera explícita Rafael Caldera: en una conferencia sobre Aspectos sociológicos de la cultura en Venezuela, el profesor universitario se refirió a Arnold Toynbee como una de las figuras cimeras de la historia –así como Kant, Comte y Marx en sus respectivos campos– tomadas como arquetipos por el futuro presidente para mostrar que Venezuela no había llegado tan lejos; ello a pesar de que esos nombres «aparecieron en un momento cronológico en que ya nuestra cultura existía» y tenía una formación, por lo que no estaba descartado el que hubiera podido generarlos. El profesor Caldera fue indulgente, sin embargo, con nuestros logros como nación:

      Pero hemos producido un pensamiento propio, una obra, un contenido humano, una actitud del sujeto ante la vida, una reacción ante los problemas; y eso lo hemos producido, incluso en valores intelectuales de la talla que consideramos, con justo título, universal, como lo son: Bolívar, que aparte de su figura en las realizaciones históricas, tiene un puesto ganado en la historia del pensamiento, Andrés Bello y otros menores que ellos, pero genuinamente ilustres, porque realizaron obra dentro del campo del espíritu, dejaron actitudes, sembraron ejemplos, crearon precedentes, que le dan una valoración positiva a la cultura venezolana.[245]

      Era una respuesta moderada, tributaria como siempre del socorrido mito bolivariano, pero reconocedora al mismo tiempo de un procerato civil inaugurado por Andrés Bello, patriarca de una genealogía en la que, a la postre, el mismo Caldera acaso podría inscribirse. Dejaba éste empero sin responder la cuestión sobre la obra o el movimiento artístico, el descubrimiento científico o técnico que diera a Venezuela un lugar en la civilización occidental. La reflexión de Caldera sí se atrevía, no obstante, a dar más especificidad sobre nuestra tipificación cultural; para ello, entre los varios rasgos asociados a nuestra cultura «mestiza», el académico apeló a la clasificación de Gabriel Tarde entre sociedades de costumbre y de moda, para ubicar a la venezolana dentro de esta última categoría, por nuestra posición tan «abierta como nuestras costas».[246] Distinguiendo principalmente los estratos castellano, francés y norteamericano en la formación cultural venezolana desde la Colonia, el humanista no dejó de reconocer la influencia latinoamericana en el pensamiento, a través del Uruguay de Rodó, de la Argentina de Sarmiento y el Chile de Lastarria. Pero más que una nación imitadora, Venezuela podía considerarse como una de las de más «proyección hacia afuera», rasgo que, avivado por la inmigración secular experimentada por el país, llevó al estadista a concluir, acaso muy rápidamente, que «siempre hemos tenido una tendencia a imitar lo universal».[247]

      2. Hemos visto que esa supuesta tendencia imitativa de lo universal, con frecuencia reducida a lo meramente foráneo, ha sido peligrosa para la sociedad venezolana en varios episodios seculares, sobre todo después de la revolución petrolera: desde la extranjerización y el pitiyanquismo denostados por Briceño Iragorry, hasta la excesiva movilidad cultural denunciada por Liscano y Díaz Seijas, entre otros.[248] Al plantearse nuestra relación con lo foráneo y nuestra contribución civilizadora como nación, Díaz Seijas pareció rehusar la fácil respuesta de la intelectualidad izquierdista latinoamericana, sobre todo a partir de la Revolución cubana, según la cual nuestro rezago se debía a la dependencia económica, técnica y material, por un lado, e intelectual y espiritual, por el otro, extremos dominados geopolíticamente por Estados Unidos y Europa, respectivamente. Para superar ese atraso secular, en Ideas para una interpretación de la realidad venezolana (1962), Díaz Seijas señalaba que el intelectual venezolano de comienzos de la era democrática tenía un activo y crítico rol por cumplir, para no ensanchar una brecha que se hacía alienante y vergonzosa.

      Si seguimos ahondando el contraste entre el progreso producido por la técnica, que entre nosotros en fin de fines es importada, y la formación espiritual del hombre moderno venezolano, con prédicas vacías, de inspiración libresca, llenas de hipocresía y frialdad humana, estaremos retardando en no se sabe cuántos decenios el triunfo definitivo de una conciencia nacional armónica e indivisible.[249]

      Se trataba entonces de buscar una función social, según el ensayista y docente, para superar la tentación del intelectual venezolano por el bizantinismo y la erudición vana, distanciadoras de las «mayorías nacionales», ante las cuales terminaba exhibiendo una actitud soberbia y de «indolencia mental».[250] La falta de conciencia respecto de esa función social del intelectual, así como el desdén de éste por la practicidad, encerrado como había permanecido en su torre de marfil, influían también en el señalamiento del mismo Caldera sobre nuestra desigual relación con lo universal, en la que cabía distinguir un cierto complejo de inferioridad frente a Europa, diferente de la relación de «hermano mayor» sostenida con los Estados Unidos.[251] Y recordemos asimismo que eran estas cuestiones recogidas por Picón Salas desde entreguerras,