La ciudad en el imaginario venezolano. Arturo Almandoz Marte. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Arturo Almandoz Marte
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788412337129
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solo dos clásicos de la literatura urbana, el motivo de la fiesta burguesa como compendio de la metrópoli babélica y arribista, es retomado por Britto García para coronar, en el penthouse de su edificio nacional, el ascenso ladino de Moncho a través de la Venezuela saudita. Al abrir el ascensor, que podría ser también el pórtico de una gran quinta caraqueña,[157] el mago de la palabra nos introduce a un fresco verbal del país enriquecido y corrupto, con pretensiones de refinamiento y flagrancias de cursilería, adoptando para ello, esta vez, el lenguaje de la crónica social de los periódicos, epitomadas a la sazón por «La ciudad se divierte», de Pedro J. Díaz.[158] Tan pronto entra al apartamento festivo, Moncho se encuentra:

      el resumen del chic capitalino[,] ya lo saludan el doctor Aramendi y su señora doña Amelia Illaramundi de Aramendi quienes están dotados con la varita mágica de la cordialidad, de allí el donaire con que luce el modelo exclusivo de Ives Saint Laurent que reafirma su reputación en el buen vestir caraqueño así como sus dotes de ceramista altamente aplaudidas por toda la metrópoli social, a su lado el Ciudadano Ministro con su señora que exhibe un traje en muselina y encajes de corte romántico y el maquillaje firmado por Nestor’s que está arrasando entre la clase de nuestra sociedad…[159]

      Saludando apellidos rimbombantes, que no rancios; escuchando a miembros del cuerpo diplomático huronear las corruptelas que son comidilla; entre campaneos de Buchanan’s y aplausos al Hombre del Año en Publicidad acabado de llegar, Moncho se abre paso a través de aquel cuerpo social que está siendo filmado por las cámaras de Noti Cine y Noti TV. Abundan seculares y tropicalizadas formas de cortesanía y adulación, de frivolidad y narcisismo que rodeaban también a clásicos personajes del realismo y naturalismo franceses, del Julián Sorel de Stendhal a la Naná de Zola.[160] Cuando suenan «las Gloriosas Notas del Himno Nacional de la República hace su aparición el Presidente Entrante acompañado de la Primera Dama y demás integrantes del Tren Ejecutivo quienes se ven emblanquecidos por los vatios de los reflectores y las luces de la miniteca.»[161] Después de la entrada solemne, continúan los sorbos de Johnnie Walker y los abrazos con doña Katty, los ministros y el Presidente de la Cámara del Senado, hasta que aparece en escena

      la bellísima Miss Venezuela que se dirige a Moncho para plantearle las mezquindades financieras que le impiden representar en debida forma al patronímico en el Concurso de Miss Mundo y Miss Universo y Miss Cosmos y Miss Galaxia a poner en alto el pabellón y los colores nacionales y fomentar el turismo y la belleza típica que en este caso se muestra en un traje de encajes y bordados con inspiración de líneas neta mexicana, como el que usaban las niñas hijas de los grandes hacendados cuando se iban a casar.[162]

      Como los personajes de la alta sociedad y la política, el cine y la televisión, la infaltable miss es otra referencia ilustrativa de la Venezuela frívola y farandulera, indicativa a la vez del país que busca en el éxito de aquélla un antídoto a su autorrepresentación negativa.[163] Pero ésta prevalece en el imaginario del autor a través de la fiesta rastacuera, alcanzando registros escatológicos, como la obra toda: los invitados se abren paso hacia el buffet, mientras los mesoneros cambian el Haig por el White Horse, empeñándose en poner en las manos de la concurrencia «canapés y camarones y hallaquitas y cebollitas y tequeños que parecen dedos cortados y rollitos de jamón que parecen tiras de piel y huevitos de codorniz que parecen ojos y anchoas y trocitos de pizza»; hasta que se sientan a la mesa del Secretario de la Cámara de los Industriales, cuyos guardaespaldas, malacostumbrados por los jefes, «no aceptan los vasos de 100 Pipers que los mesoneros se empeñan en acuñarles.»[164] Y aunque el autor nos haya advertido de la miniteca, mosaicos de la Billo’s podrían acompañar esta suerte de apoteosis ambientada por Britto García en el penthouse de su edificio social, encumbrado trasunto del país cursi y consumista, nuevo rico y corrupto, apilado todo en la suma verbal de Abrapalabra.

      16. Actualización de los grandes saraos en las novelas burguesas venezolanas –de La casa de los Abila (1921-22), de Pocaterra, a Allá en Caracas (1948), de Vallenilla Lanz, hijo– esa high que se divierte en el penthouse de Abrapalabra asoma en otros contextos y grupos de la ciudad, aunque no fueran siempre tan encumbrados. Así por ejemplo, en Los platos del diablo (1985), de Eduardo Liendo, una reunión bohemia tiene lugar en «una lujosa mansión ubicada en una zona burguesa de la ciudad, en uno de esos puntos donde el llamado cinturón de miseria se rompe y se transforma en súbita opulencia».[165] Recordándonos la fiesta entremezclada y decadente que encontrábamos en las novelas de José Balza, esta fiesta de Liendo en la ciudad de finales de los setenta –diferente de los bonches populares imaginables en los apartamentos de El mago de la cara de vidrio (1973) o en las parroquias de Los topos (1975)– tiene lugar en una ostentosa quinta de la Venezuela saudita, adonde Ricardo Azolar, el protagonista, termina invitado tan solo por la casualidad de sus conexiones editoriales. Con sus cuadros de Reverón y Tamayo, de Chagall y Vassarely, de Botero, Soto y Borges, esa mansión es un «museo particular», cuya ambientación acogedora, aunque «algo decadente», contrasta, a lo Balzac, con «la ruindad del pequeño apartamento donde habitaba y que tenía por toda decoración una fotografía de Franz Kafka».[166]

      Miembro de una generación novelesca posterior a la de Liendo, Ana Teresa Torres retrató esa jai festiva y burguesa de diferentes proveniencias sociales y temporales en El exilio en el tiempo (1990). Las clases superpuestas en el palimpsesto de esta novela nos permiten utilizarla desde este momento de nuestro recorrido, aunque esté más asociada al imaginario urbano de los noventa.[167] No es casual en este sentido que la autora haya sabido ver la pertenencia a una tradición y a un «cuerpo literario» como uno de los rasgos rescatados por su obra, al igual que ocurre con jóvenes escritores venezolanos de finales del siglo XX.[168]

      Allende su frivolidad juvenil, el baile de quinceañera con la Billo’s era, como decían las parientes en el novelado coro femenino de Torres, para conocer amigas y amigos «en los que encontrarás a tu futuro marido, estas cosas te las digo por tu bien, porque en este país hay cada vez más gente, gente de todas partes y de todas clases, cada vez somos más y más, ya no conocemos a todo el mundo como antes.»[169] Masificada desde hacía mucho con los inmigrantes de la posguerra europea, porque los del Cono Sur no habían llegado todavía, en esa ciudad seguían ofreciéndose las selectas fiestas del Country Club los 31 de diciembre y los carnavales, cuando las mujeres rivalizaban entre Marías Estuardo y Catalinas de Rusia, Luisas Lane y Cleopatras a lo Taylor.[170] Si no fuera por estos últimos disfraces copiados de la mitología televisiva y hollywoodense de los sesenta, podría decirse que era el mismo repertorio de las carnestolendas de finales del gomecismo en el Country Club de Allá en Caracas.[171]

      Imitando los sonados bonches de la jai, también estaban los de graduación de los colegios y liceos, cuyos estudiantes se debatían entre hacerlos con la Billo’s o la Aragón; pero para una orquesta tan grande había que alquilar el Tamanaco u otros hoteles caraqueños, lo que resultaba carísimo; por eso los padres españoles de algunos graduandos ofrecían hablar con la Hermandad Gallega, si bien éstos, incómodos con la rusticidad asociada por entonces con la inmigración española de posguerra, aducían que el local de Maripérez no pegaba con la tropicalidad de las orquestas.[172] También estaban los cocteles y las kermeses, los bautizos y las comuniones, ocasiones más selectas para que las señoras de la Gran Venezuela lucieran los trajes de Bonwitt Teller y Lord and Taylor comprados en Nueva York, insatisfechas ya de las boutiques y las costureras caraqueñas.[173] Aunque todavía la palabra de postín fuera francesa, era en las tiendas gringas donde las mujeres adquirían también los trousseaux para las novias de la familia y otras prendas de la era del tabarato, importadas todas por un consumismo pretextando practicidad. Y así podía oírse la cháchara aburguesada en las tardes de canasta de los clubes, o en los baby showers de las grandes quintas:

      Mamá y Margarita se fueron a Nueva York y se habían traído todas las sábanas, no se comparaba la calidad de las sábanas y paños Royal Crown con lo que pudiera conseguirse aquí y además no se conseguía, y todas las pantaletas y los sostenes y medios fondos de la Warner y algunos franceses para días de más ocasión, pero para diario el resultado que daban los Warner era una cosa increíble, se lavaban todo lo que fuera y siempre estaban nuevecitos y también muchísimas faldas con blusitas a cuadros y los jumpers, era una cosa comodísima ponerse un jumper,