La ciudad en el imaginario venezolano. Arturo Almandoz Marte. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Arturo Almandoz Marte
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788412337129
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      3. Quizás la gran respuesta a la cuestión del aporte latinoamericano a la civilización occidental vendría de Uslar Pietri. Conviene enmarcarla primeramente en el protagonismo divulgativo de don Arturo dentro del país urbanizado por los medios, el cual era consecuente con la propia visión uslariana de la educación y la cultura para la formación del ciudadano y del intelectual. Tras la muerte de Picón Salas en 1965, Uslar siguió siendo, más que Liscano, la conciencia denunciante de los desequilibrios sociales, económicos y urbanos en la Venezuela de Puntofijo. Ya para entonces desprovisto de las funciones políticas y administrativas que lo habían hecho confrontar a Betancourt y a los cogollos adecos; superadas incluso las ambiciones electorales que le impulsaran a participar en la campaña de los sesenta, el prohombre se había abocado al periodismo y la publicidad, junto a la labor divulgativa en televisión. Puede decirse que estaba ya instaurada la «uslaridad» referida por Manuel Bermúdez, en tanto «realidad histórico-literaria» sembrada por don Arturo desde su temprana obra narrativa y ensayística de los años treinta, en especial el famoso editorial «Sembrar el petróleo»; caudalosa e imponente como «un río Orinoco con siete estrellas de mérito reconocido por la nata, la leche y el café del mestizaje criollo», la penetración de esa uslaridad, tan descollante como erosionada estaba la democracia representativa, era en parte debida a ser el polígrafo «un diablo en el manejo de la metáfora».[253] Pero se apoyaba también en la vasta cultura del humanista de impecable expresión, como pudimos comprobar tantas noches los «amigos invisibles» que lo escuchábamos en las ediciones televisadas de Valores humanos, en las cuales la uslaridad se convertía en «tejido sonoro envolvente».[254] Enumerativo por erudito, cargado de superlativos e hipérboles, su discurso mediático fue para varias generaciones afortunadas de verlo gesticular en las pantallas, tan seductor y elocuente como la prosa ensayística y narrativa de sus volúmenes.

      La aquilatada cultura de Uslar le hizo finalmente ganar –como era justo desde el comienzo– el respeto de intelectuales adecos e izquierdistas, quienes sucesivamente le habían estigmatizado de conservador y reaccionario, bien fuera por la cercanía de su familia al Benemérito en Maracay, por sus legaciones en la diplomacia gomecista, o por su participación en los gabinetes de López Contreras y Medina Angarita. Ya para comienzos de los años ochenta, un intelectual tan crítico y culto como Ludovico Silva despegaba aquellas etiquetas colocadas por su generación a la obra uslariana, para proceder a un análisis más fresco de las provocativas ideas allí contenidas, más que de las posiciones políticas de su autor. Así se desprende de la elogiosa reseña publicada por el también columnista de El Nacional sobre La isla de Róbinson, aparecida en 1981. A propósito de la recreación hecha en ésta de la estancia de Simón Bolívar y de su maestro criollo, Simón Rodríguez, en la Europa napoleónica, resaltó Silva que el novelista «en este terreno se hallaba a sus anchas; podía desplegar allí todo su enorme cúmulo de sabiduría histórica (yo me atrevería a decir que Uslar Pietri es el único hombre con verdadero sentido histórico en la Venezuela de hoy)», enfatizó el mismo autor denigrante de otras connotadas figuras de la escena intelectual latinoamericana. Yendo más allá, el también ensayista procedió a encomiar uno de los rasgos de la novelística uslariana –por el que quizás ha sido más bien criticada por narradores–, a saber: que La isla de Róbinson gozaba también

      de aquellas características que Unamuno soñaba para una novela suya: la de ser un ensayo al mismo tiempo. Uslar logra la magia de llevarnos, como de la mano, por las más increíbles aventuras de sus personajes y también por el fondo más profundo de sus pensamientos. Por eso esta novela no es solo una novela: es un libro de pedagogía histórica.

      Silva dixit.[255]

      4. Acaso influía en este elogio la respuesta dada por la novela de Uslar Pietri al debate desencadenado en la década anterior por la obra de Carlos Rangel, sobre la relación entre buen salvaje, utopía y revolución en Latinoamérica, debate que la generación de Silva había hecho suyo con posiciones en apariencia liberales y progresistas, pero históricamente miopes.[256] Porque, en cierta forma, la biografía novelada del maestro librepensador era una revisión erudita y madura sobre la progenie del Emilio rousseauniano, pero elaborada desde la vasta perspectiva humanística requerida para comprender las raíces filosóficas del mito del buen salvaje y las doctrinas del socialismo utópico.

      Si aquel Bolívar todavía díscolo había jurado ante el maestro aún joven, en una colina romana, «romper las cadenas» para iniciar la revolución política de la América española, el exégeta de Rousseau y Defoe sabía que la revolución social y cultural había de «comenzar por los niños», siguiendo una «física social» análoga a la descubierta por Newton para el universo material.[257] No quería el autor de Sociedades americanas (1828), sin embargo, que sus doctrinas fuesen confundidas con las de Saint-Simon, Fourier u Owen, las cuales había en parte conocido en sus formativos lustros europeos: «Lo mío es distinto», le hizo proclamar Uslar ante el ilustrado viajero francés que lo encontrara en Valparaíso en el ocaso de su vida. «Era diferente porque aquellos reformadores querían comenzar por reformar la sociedad, mientras que él hacía partir todo de la escuela», retoma el narrador uslariano casi al final del libro, como recordándonos la novedad incomparable y universal del maestro del Libertador.[258]

      Solo desde una cima cultural como la alcanzada por Uslar junto a su novelado maestro –alter ego y antecesor de este otro Róbinson secular– podía entonces divisarse el revelador alcance adquirido por la revolución de don Simón, sobre todo por contraste con la degeneración vivida en la Venezuela saudita, denostada por don Arturo en el otoño de su propia vida. De allí la paradoja y la metáfora tan bien captadas por Silva a propósito de un pensador de imagen tan aburguesada:

      Uslar suele pasar por un «conservador». Pero la verdad es que este libro es profundamente revolucionario y hasta demoledor. Frente a un gobierno que tanto habla y nada hace sobre la educación, el mensaje de Simón Rodríguez sigue vigente como una perspectiva revolucionaria. Róbinson vivía en su isla. ¿No estará Uslar Pietri también condenado a vivir en una isla rodeada de cultura por todas partes?[259]

      La de Uslar era así, entreverada con la de Rodríguez, una concepción revolucionaria de la educación y de la función social del intelectual en el sentido planteado también por Díaz Seijas, voceada en los años en que colapsaban la paideia y los valores sociales de la Venezuela saudita. Incluso entonces, Uslar trató de rescatar la robinsoniana «educación para la vida» al coordinar la Comisión Presidencial para el Estudio del Proyecto Educativo Nacional. En el informe final de ésta, producido en 1986, se abogaba por «una educación que no deje sin destino útil y deseable a ningún ser humano y que corresponda al concepto expresado hace tanto tiempo por Simón Rodríguez, de enseñar a las gentes a vivir».[260] Pero más pudo Uslar rescatar el legado de aquél con su novela que con informes destinados a engavetarse en ministerios, como le ocurriera a don Samuel en las covachuelas con las reformas propuestas en Ecuador, Perú y Chile.

      Revolucionario en genuino sentido democrático, el paradigma formativo predicable de ambos maestros sería resaltado, generaciones más tarde, por Rafael Arráiz Lucca, a propósito de la fascinación de don Arturo por el personaje de Simón Rodríguez y Samuel Róbinson –dos de los nombres de la múltiple persona que originalmente fuera Simón Carreño– en contraposición con el modelo educativo más elitesco y tradicional, representado por Andrés Bello.

      De este caraqueño raro, a Uslar siempre le interesó el hecho de que hiciera de la educación el eje de formación de republicanos. Le seducía el enfoque que Rodríguez le daba a la revolución: optar por hacerla en el aula, no en la calle, ni en los palacios gubernamentales, ni asaltando el poder político, sino formando ciudadanos.[261]

      5. Nutrido por funciones como hombre público al servicio de la Venezuela de los setenta –director del diario El Nacional (1969-74) y embajador ante la Unesco (1975-79), entre otras– Uslar siguió desarrollando sus preocupaciones hispanistas en libros como La otra América (1974), Fantasmas de dos mundos (1979) y Fachas, fechas y fichas (1982), resultantes en gran medida, como tantas otras de sus publicaciones, de conferencias y colaboraciones en prensa. En esos libros queda de manifiesto, como vertiente de la uslaridad inquiridora por las coordenadas