La ciudad en el imaginario venezolano. Arturo Almandoz Marte. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Arturo Almandoz Marte
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788412337129
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vuelta sobre los cubos de concreto de los edificios»; vista compulsiva y neurótica, repetida un minuto más tarde, contemplando de nuevo «el conjunto de cubos de concreto presumiblemente huecos y repletos de otros escritorios desde donde los ocupantes por similares ventanas panorámicas en ese instante clavan sus ojos en una bandada de palomas que entre cubos y cubos torbellina espirala circunvala.»[189] Recordando las confrontaciones entre lo público y lo privado que atravesaran los personajes de Salvador Garmendia y Ramón Bravo, el empleado salido de esta torre corporativa inspecciona, a las 4:10 p.m., «un centenar de semblantes que se van impresionando en la memoria a fin de que la memoria los vaya borrando»; y un minuto más tarde está ya sumergido en el masificado tráfago de la acera caraqueña:

      Entonces sucede que soy presa de las acumulaciones del azar y de las aproximaciones de los rostros que me llevan por esquinas y por pasajes comerciales y me recogen y me rechazan y hasta me llevarían en autobuses y me encerrarían en cines y en salas de conciertos y en almacenes baqueteándome de aquí para allá en la enormidad de sus cifras y de sus fluctuaciones y de sus marejadas. A lo largo de las calles rebotan las perdigonadas de carne que me arrastran. Puertas que escupen balines personales empujados por concurrencias de fuerzas.[190]

      Ya no ambientada en el hall de ascensores del Centro Simón Bolívar sino más bien en los de Parque Central, esa hora de salida funcionarial, a las 4:11 p.m., tiene algo del mecanicismo con que la sociología urbana de mediados del siglo XX diera cuenta de la vida pública.[191] Pareciera extremarse en Abrapalabra el automatismo de una rutina urbana prefigurada por el pequeño ser garmendiano, el cual supuso una mutación con respecto al sentido aventurero conservado por el menesiano, con algo todavía del flâneur de Benjamin.[192] Salpicado de carteles de «LIQUIDACIÓN. GRAN REBAJA», el vespertino paisaje de las calles inundadas de empleados es actualizado por Britto García con referencias a la contaminación producida por el «vapor de tubos de escape» y la anarquía del tráfico; cada cruce ofrece «una hilera de automóviles paralizados y en cada automóvil una hilera de caras inmóviles mirándonos mirarlas tras cristales que no detenían el bramido de los motores, y en el siguiente cruce otras cuatro hileras y otras cuatro aún en el siguiente».[193]

      Después del encuentro con Alba, la narración, escenificable hasta entonces en cualquier metrópoli, localiza el contexto venezolano a través de pistas rutinarias pero peculiares; desde los estribillos «dámela con masa» y «dos marroncitos», que no dejan de repetirse en la arepera o en la cafetería caraqueñas, hasta la llegada al edificio donde la conserje española hierve el cocido y cuelga sus trapos a secar. Después del sexo apresurado y cronometrado, desde el apartamento los amantes contemplarán, a las 7 p.m., el encendido de los anuncios de neón.[194] Y esa postal de Caracas desde el balcón, tan solo avivada por los neones, prolonga la grisura oficinesca, que con mucho de La tregua (1960) de Benedetti, envuelve hasta la privacidad y el amor de los pequeños seres de Abrapalabra.

      20. Tensionados y dispersos entre la izquierda y la bohemia, entre el resentimiento social y el consumismo, entre la segregación y la violencia callejera, personajes y situaciones de la narrativa de José Balza ilustran también el tráfago de la Caracas de finales de los sesenta y comienzos de los ochenta. En Medianoche en vídeo: 1/5 (1988) hay liceístas cabeza caliente que aún idolatran a Fidel Castro y leen a José Vicente Rangel, mientras escuchan música de Alí Primera; así lo hacían todavía personajes subversivos de Setecientas palmeras plantadas en el mismo lugar (1974) y D (1977), emparentados con Los topos (1975) guerrilleros de Eduardo Liendo.[195] Pero también se siente en la novela la frivolidad de la Caracas disco desde finales de los setenta, cuando la asociación travesti iniciara reuniones semi-clandestinas en apartamentos de Parque Central, donde se combina el culto al bel canto con furtivos ballets rosados.[196] Son escenarios que, como en novelas previas de Balza, reflejan el imaginario bohemio de un autor arribado a Caracas en 1957, donde llevó una activa vida cultural e intelectual desde que la metrópoli se le abriera tras dos años, comprometiéndose incluso con la guerrilla en tanto «necesidad de justicia y honestidad».[197]

      La expansión metropolitana se evidencia en el cambio de estatus y función de los distritos caraqueños: algunos de los personajes profesionales de Medianoche en vídeo… residen en apartamentos de urbanizaciones ya venidas a menos, como San Bernardino, porque trabajan en el edificio Karam de la avenida Urdaneta, principal corredor comercial de los sesenta; otras zonas elegantes de marras, como Los Caobos, han pasado a albergar dentistas y demás servicios médicos, en busca de los cuales regresa esporádicamente la población migrada.[198] Inaudibles ya las campanadas de la torre de Catedral, el tiempo de esa urbe está marcado por La Previsora, gran reloj e hito corporativo a la vez.[199] Pero la dinámica metropolitana se escenifica no solo en las inmediaciones de Plaza Venezuela, Sabana Grande y Chacaíto, triángulo preferido de la novelística de los sesenta, sino también en los suburbios y poblados tradicionales devenidos satélites: hay tiroteos en urbanizaciones sifrinas como Macaracuay y policías muertos en Los Teques, que es ya parte de la Gran Caracas.[200] Y al igual que en novelas tempranas de Balza o de Antonieta Madrid, se bosqueja en Medianoche en vídeo… la capital cuya clase media había migrado al sureste, más allá del este burgués que marcara la expansión de mediados del siglo XX.[201]

      21. Exponente de una crónica social que no permanecía en las mansiones del este, Boris Izaguirre capturó una diversión bohemia más entremezclada con la jai que la de Balza, la cual, vista desde una perspectiva generacional más joven y eventualmente exiliada, anuncia el deslustre social de la Venezuela saudita. Sofisticadas residencias de la gauche divine, como el apartamento de Isaac Chocrón y la quinta «Macondo» de Miguel Otero Silva y María Teresa Castillo, «punto chic de letras y sociedad», fueron visitadas por el hijo de Rodolfo Izaguirre desde la pubertad, cuando se deslumbrara ante el «glamour tropical» de esculturas de Rodin y «penetrables» de Jesús Soto bordeando la piscina.[202] Más tarde asistiría a «fiestas de la high» con toques bohemios y de jet set, ofrecidas en ocasión del paso por Caracas de celebridades como Jorge Luis Borges o el diseñador japonés Kenzo, servidas con bebidas, manjares y algunas de ellas con drogas.[203]

      Ya de adulto se movería Boris entre mundos diversos con Titina y sus compañeros de bohemia, a través de la Caracas disco y devaluada, reportada en sus crónicas de El Nacional y otros medios. Los noctívagos lamentan no poder ya viajar a Nueva York o Miami con la misma frecuencia que antes del Viernes Negro, pero se las ingenian para encontrar insólitos distritos y lugares de diversión, desde la renovada Sabana Grande del Metro hasta San Bernardino «en el oeste». Porque, como señala Titina, mientras impulsa a sus compinches a desorbitarse de lugares tradicionales como el Gran Café y La Vesuviana: «‘Antes del 18 fatídico, mi vida social se determinaba en dos o tres pasos más allá de la Plaza Venezuela. La devaluación me ha dado la seguridad de traspasar renovados límites’».[204]

      Pero tales confines no eran solo cruzados en las andanzas caprichosas de unos sifrinos devaluados, sino también eran desdibujados en una metrópoli revuelta por el Metro desde 1983, generando nuevos distritos y dinámicas urbanas. Desde la renovación peatonal de Catia, en el oeste, y Sabana Grande, en un «este» que dejaba de ser lejano y aburguesado, hasta la articulación de Bellas Artes en tanto distrito cultural de entretenimiento. El Metro también propulsó, como se evidenciaría mejor en los noventa, desconocidas formas de colonización peatonal y comercial de aquella exclusiva ciudad del este por parte de la población y buhonería del oeste.[205] Bien dice un personaje asiduo de Sabana Grande en la crónica de Izaguirre, como prefigurando las revueltas sociales por venir: «Entre las cosas nuevas, (…) el Metro nos ha brindado una carga de caraqueños pertenecientes a otros boulevares».[206]

      22. Heredera de los rutinarios personajes de Garmendia y de los más bohemios de Balza, la nocturnidad de los «auto-relatos» de Barrera Linares entrecruza diversas edades de los pequeños seres. Ya tan urbanizados como los de Izaguirre, aunque quizás no se muevan todavía en Metro, esos noctívagos se deslizan entre los dominios funcionarial y ejecutivo, entre los bajos fondos y la pequeña burguesía.[207] Arrastrando algo de esa mala noche alienada que ya asomara en Día de ceniza (1963) y La mala vida (1968), la bosquejada en Beberes de un ciudadano (1985) es una que todavía se refugia en el botiquín, detrás de cuya puerta «está la horrible ciudad»