Mujeres letales. Graeme Davis. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Graeme Davis
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9789876286053
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que le contara qué arrendatarios de su hermano podrían seguir el ataúd de la señorita Morton; pero entre la gente que trabajaba en las hilanderías y la tierra que había dejado de pertenecer a la familia, no pudimos juntar más que veinte personas, entre hombres y mujeres; y uno o dos estaban bastante sucios para que se les pagara por la pérdida de tiempo.

      La pobre señorita Annabella no deseaba ir a la habitación de los dos escalones; ni se atrevía aún a quedarse atrás, pues la señorita Dorothy, en una especie de despecho por no haberla recibido ella como legado, seguía diciéndole a la señorita Annabella que era su deber ocuparla; que era la última voluntad de la señorita Sophronia, y que no le extrañaría si la señorita Sophronia fuera a aparecérsele a la señorita Annabella, si ella no dejaba su cálida habitación, llena de comodidad y grato aroma, por el lúgubre aposento del noreste. Nosotras le dijimos a la señora Turner que temíamos que la señorita Dorothy fuera a ser tristemente muy mandona con la señorita Annabella, y ella sólo meneó la cabeza; lo cual, de parte de una mujer tan habladora, significaba mucho. Pero, justo cuando la señorita Cordelia empezaba a encorvarse, llegó a casa el general, sin que nadie supiera de su venida. Cortante y brusco fue hablar con él. Envió a la señorita Cordelia a una escuela; pero no antes que ella tuviera tiempo de contarnos que quería mucho a su tío, a pesar de sus maneras veloces y apresuradas. Se llevó a las hermanas a Cheltenham, y fue asombroso lo rejuvenecidas que volvieron. Él siempre estaba aquí, allá y en todas partes; y era muy cortés con nosotras en el trato: nos dejaba la llave de la Casa Solariega cada vez que se iban. La señorita Dorothy le tenía miedo, lo cual era una bendición, pues eso la mantenía en orden, y la verdad es que me dio bastante pena cuando ella murió; y en cuanto a la señorita Annabella, se preocupaba por ella hasta que se le dañó la salud y la señorita Cordelia tuvo que dejar la escuela para venir a hacerle compañía. La señorita Cordelia no era linda; tenía una expresión demasiado triste y seria para eso; pero tenía días cautivantes, y algún día iba a recibir la fortuna de su tío, de modo que yo me esperaba oír hablar muy pronto de que alguien se llevaba la ganga. Pero dijo el general que el marido de ella iba a adoptar el apellido Morton; y ¿qué hizo mi joven dama sino empezar a interesarse en uno de los grandes propietarios de hilanderías de Drumble, como si no tuvieran para elegir todos los lores y además los comunes? La señora Turner había muerto; y no había nadie que nos contara del asunto; pero yo veía que la señorita Cordelia estaba más delgada y más pálida cada vez que volvían a la Casa Solariega Morton; y ansiaba decirle que se armara de energía y apuntara por encima de un hilandero de algodón. Un día, ni medio año antes de la muerte del general, vino a vernos y nos contó, sonrojándose como una rosa, que el tío había dado el consentimiento; y así, aunque “él” se había negado a adoptar el apellido Morton y había querido casarse con ella sin un penique y sin el permiso del tío, todo había salido bien al fin e iban de casarse de inmediato; y su casa iba a ser una especie de hogar para la tía Annabella, que estaba cansándose de ir de perpetua excursión con el general.

      –¡Queridas viejas amigas! –dijo nuestra joven dama–, él tiene que gustarles. Estoy segura de que sí; es muy buen mozo y valiente y bueno. ¿Saben que dice que un pariente de sus antepasados vivió en la Casa Solariega Morton en los tiempos del protectorado?

      –¿Sus antepasados? –dijo Ethelinda–. ¿Tiene antepasados? Ese es un buen punto a su favor, en cualquier caso. No sabía que los hilanderos de algodón tuvieran antepasados.

      –¿Cómo se llama? –pregunté yo.

      –Señor Marmaduke Carr –dijo ella, pronunciando cada r con el antiguo runrún de Northumberland, que se suavizó en un lindo orgullo y esfuerzo por dar nitidez a cada letra del apellido amado.

      –¡Carr –dije yo–, Carr y Morton! ¡Que así sea! ¡Se profetizó hace tiempo!

      Pero ella estaba demasiado absorta en la idea de su secreta felicidad para advertir mis pobres dichos.

      Él era y es un buen caballero; y un verdadero caballero, además. Nunca vivieron en la Casa Solariega Morton. Mientras yo estaba escribiendo esto, Ethelinda vino con dos noticias. ¡Nunca vuelvan a decir que soy supersticiosa! No hay en Morton ninguna persona viva que conozca la tradición de sir John Morton y Alice Carr; sin embargo, la primera parte de la Casa Solariega que el constructor de Drumble demolió es el antiguo salón comedor de piedra donde la gran comida para los predicadores se pudrió: ¡carne por carne, migaja por migaja! Y la calle que van a construir precisamente a través de las habitaciones a través de las cuales fue arrastrada Alice Carr en su angustia desesperada ante el odio aborrecedor de su marido va a llamarse calle Carr.

      Y la señorita Cordelia ha tenido una bebé, una chiquilla; y escribe dos renglones a lápiz al final de la nota de su marido, para decir que pretende llamarla Phillis.

      ¡Phillis Carr! Me alegra que no haya adoptado el apellido Morton. Me gusta guardar el nombre de Phillis Morton en mi memoria muy tranquilo e impronunciado.

      1 Cotton Mather fue un pastor puritano y escritor de la Nueva Inglaterra colonial (N. del T.).

      2 Lugar ficticio; se trata de un término dialectal que significa “perezoso” (N. del T.).

      3 Raza de vacas lecheras (N. del T.).

      4 Luego de la Batalla de Worcester (pronunciar como “Wooster”) en 1651, el futuro rey Carlos II se escondió en un roble para evitar a los parlamentaristas; el roble se convirtió de allí en adelante en un símbolo realista (N. del E.).

      5 Sobrenombre de Oliver Cromwell, derivado de “Oliver” de la misma manera que “Ned” deriva de “Edward” (N. del E.).

      6 Corderos cuyas madres murieron en el parto y que son criados a mano (N. del E.).

      UN CUENTO DE FANTASMAS

       Ada Trevanion 1858

      Si la mujer misma tiene algo de misterio, al menos nos queda algo de su obra. Publicó un volumen de poesía de buen tamaño, titulado Poems (Poemas), en 1858: The Saturday Review del 27 de noviembre de ese año dijo que era “una buena muestra de lo que es realmente la poesía mediocre”. Más allá de la opinión de aquella reseña, la poesía de Ada continuó publicándose en gran cantidad, en revistas como The Illustrated Magazine, la Ladies’ Companion and Monthly Magazine, The New Monthly Bell Assemblée, The Ladies’ Cabinet of Fashion, Music & Romance y The Keepsake.

      Su narrativa es considerablemente más inaprensible. “No juzguen, para que no sean juzgados” apareció en la Ladies’ Companion and Monthly Magazine en 1855 y “Una pelea de enamorados” en The Home Circle en 1849: ambos parecen