Mujeres letales. Graeme Davis. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Graeme Davis
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9789876286053
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delantero con torta de alcaravea y bollos, al igual que con vino de grosella. Habría disfrutado sumamente de esas invitaciones, pero yo había escrito un poema en cuatro cantos, donde el difunto capitán Sparkes figuraba como pirata y era fusilado por un voluminoso catálogo de atrocidades; y ese secreto era como una carga de plomo en mi mente y me impedía sentirme cómoda con la señora Sparkes. Fue después de una nochecita pasada con esta dama, y en ausencia de la señora Wheeler, que se había ido a Londres para hacer arreglos relativos a la recepción de una nueva alumna, que… pasó eso por primera vez.

      Era una noche tranquila y sofocante; la luna estaba muy luminosa. Yo estaba acostada en mi cama estrecha, blanca, con el pelo todo desordenado sobre la almohada; sin poder dormirme, de ninguna manera, sino total, persistente y obstinadamente despierta, y con todos los sentidos tan aguzados, que podía oír con nitidez el flujo de la fuente afuera y el tictac del reloj a lo lejos en el vestíbulo de abajo. Había dejado abierta la puerta de mi aposento, debido al calor. De repente, a medianoche, cuando la casa estaba en profundo silencio, una ráfaga de aire frío pareció soplar bien hacia dentro de la habitación; y casi inmediatamente después, oí un ruido de pisadas en las escaleras. El dormirme parecía algo muchos miles de millas más lejano que nunca, de lo contrario habría pensado que estaba soñando, pues yo habría declarado que eran los pasos de la señorita Winter; y sin embargo, sabía que no se la esperaba de regreso durante al menos una quincena. ¿Qué podía ser? Mientras escuchaba y me preguntaba, los pasos se acercaron cada vez más y luego de repente se detuvieron. Miré alrededor y observé a los pies de la cama ¡la figura de mi amiga! Estaba ataviada con el sencillo vestido oscuro que usaba habitualmente; y alcancé a ver en el tercer dedo de su mano izquierda el centelleo de un anillo, que también me resultaba familiar. Su cara estaba muy pálida y tenía, me pareció, una expresión extraña, melancólica. Noté también que las franjas de pelo que le hacían sombra en la frente tenían un aspecto húmedo y oscuro, como si hubieran estado sumergidas en agua. Me incorporé en la cama, con los brazos extendidos, y exclamé:

      –¿Usted aquí? ¿Cuándo vino? ¿Qué la trajo de vuelta tan pronto?

      Pero no hubo respuesta y se fue al instante. Me quedé sobresaltada, casi aterrada, por lo que he descrito. Sentí un miedo indefinido de que algo andaba mal para mi amiga. Me levanté y, pasando a través de su aposento, que estaba desocupado, fui arriba y abajo, buscándola y llamándola en voz baja por su nombre: pero cada habitación donde entraba se encontraba vacía y en silencio; y enseguida regresé a la cama, perpleja y decepcionada.

      Hacia la mañana me sentí soñolienta y, un poco antes de la hora habitual en que me levantaba, me quedé dormida. Cuando me desperté, la clara luz del sol alumbraba a través de la ventana. Oí abajo a las sirvientas en su trabajo y tuve la certeza de que era muy tarde. Estaba vistiéndome a toda velocidad cuando se abrió con suavidad la puerta. Era la señora Sparkes.

      –No quise molestarte –dijo–, pues anoche te oí caminar por ahí. Me pareció que, como era época de vacaciones, tenías que dormir cuando pudieras.

      –Ah, gracias –respondí, apenas capaz de refrenar mi impaciencia–. ¿Dónde está la señorita Winter, señora Sparkes?

      Se mostró sorprendida ante la pregunta, pero contestó, sin vacilar:

      –¡Con los suyos, sin duda! No hay que esperarla durante esta quincena, como sabes.

      –Está bromeando –dije yo, medio ofendida–. Sé que regresó. La vi anoche.

      –¿Viste a la señorita Winter anoche?

      –Sí –contesté–; entró en mi dormitorio.

      –¡Imposible! –Y la señora Sparkes estalló en carcajadas–. Salvo que tenga el poder de estar en dos lugares al mismo tiempo. Has estado soñando, Ruth.

      –No podía estar soñando –dije yo–, pues estaba totalmente despierta. Estoy segura de que vi a la señorita Winter. Estaba de pie a los pies de mi cama y me miraba; pero no quiso decirme cuándo había venido ni qué la había traído de vuelta tan pronto.

      La señora Sparkes seguía riéndose. No hablé más del asunto, pues pensé que había algún misterio y ella estaba tratando de engañarme.

      Pasó ese día. Me sentía poco inclinada a dormir, aunque estaba muy cansada cuando llegó la noche. Después de unas horas en la cama, me puse terriblemente nerviosa: el más leve sonido me hacía saltar el corazón. Entonces me vino a la cabeza la idea de levantarme y bajar. Me puse algo rápido y salí de mi habitación con suavidad. La casa estaba tan silenciosa, y todo se veía tan en penumbra, que me sentí asustada y avancé temblando más que antes. Había un largo pasillo en línea con el salón de clase, en uno de cuyos extremos había una puerta de vidrio que daba al jardín. Me quedé plantada frente a esa puerta varios minutos, observando como en sueños la luz plateada que afuera echaba la luna sobre los árboles oscuros y las flores dormidas. Ocupada en eso, me fui contentando y serenando. Había girado para volver a la cama cuando oí, según me pareció, que alguna persona tiraba del picaporte de la puerta a mis espaldas. El ruido cesó enseguida; sin embargo, casi creí que la puerta se había abierto, pues una hendidura de viento sopló a través del pasillo, lo cual me hizo estremecer. Me detuve y miré rápido hacia atrás. La puerta estaba completamente cerrada, con el cerrojo puesto; pero de pie a la luz de la luna, donde había estado yo un momento antes, ¡se hallaba la figura menuda de la señorita Winter! Estaba tan blanca y quieta y callada como la noche precedente; casi parecía como si alguna horrible desgracia la hubiera dejado muda. Quise hablarle, pero en su cara había algo que me amedrentaba; y además, la fiebre de ansiedad en la que me encontraba empezó a secarme los labios, como si nunca más fueran a ser capaces de formar una palabra. Pero me moví con rapidez hacia ella y me incliné hacia delante para besarla. Para mi sorpresa y terror, su figura se desvaneció. Se me escapó un grito, que debe de haber alarmado a la señora Sparkes, pues bajó corriendo las escaleras en camisón, con aspecto pálido y asustado. Le conté lo que había ocurrido, y de manera muy semejante a como acabo de contarlo ahora. Había en su cara mientras escuchaba una expresión de inquietud. Dijo amablemente:

      –Ruth, no estás bien esta noche, estás con mucha fiebre y excitación. Vuelve a la cama y antes de mañana a la mañana te habrás olvidado de todo esto.

      Regresé a la cama; pero a la mañana siguiente no me olvidé de lo que había visto la noche anterior; por el contrario, estaba más segura que antes. La señora Sparkes tendía a pensar que yo había visto a la señorita Winter en un sueño la primera noche, y que la segunda, cuando estaba totalmente despierta, había sido incapaz de despojarme de la idea albergada con anterioridad. No obstante, ante mi solicitud ferviente y muchas veces repetida, prometió que pasaría la noche siguiente conmigo en el dormitorio de las chicas. Todo ese día estuvo de lo más amable y atenta. No habría podido estarlo más si yo hubiera estado indispuesta en serio. Puso todos los libros emocionantes fuera de mi camino y me preguntó de vez en cuando si me dolía la cabeza. A la nochecita, después de la cena, me mostró algunos grabados que habían pertenecido a su marido. A mí me gustaban mucho las imágenes. Nos quedamos mirándolos hasta tarde, y luego nos fuimos a la cama. Por más cansada que estuviera, no me podía dormir. La señora Sparkes dijo que se quedaría despierta ella también; pero pronto se quedó en silencio y supe por su respiración que estaba profundamente dormida. No descansó mucho tiempo. A la medianoche la habitación, que había estado agobiantemente calurosa, se llenó de repente de frío y corrientes de aire; y de nuevo oí el conocido paso de la señorita Winter en las escaleras. Aferré el brazo de la señora Sparkes y lo sacudí con suavidad. Estaba muy dormida y se despertó despacio, según me pareció; pero se sentó en la cama y escuchó los pasos que se aproximaban. Jamás olvidaré su cara en ese momento. Parecía estar fuera de sí de terror, aunque trataba de ocultarlo, e insegura en cuanto a qué debía hacer; finalmente me agarró la mano y la apretó con tanta fuerza que me hizo doler bastante. Los pasos se acercaron y se detuvieron, como habían hecho antes. La mirada de la señora Sparkes siguió la mía hasta los pies de la cama. La figura de mi amiga estaba allí. Apenas puedo esperar que me crean. Puedo declarar bajo palabra de honor lo que siguió.

      Una lámpara de noche estaba encendida