Hablando claro. Antoni Beltrán. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Antoni Beltrán
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Социология
Год издания: 0
isbn: 9788418411519
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abstracta, es lo que se podría definir: «como el origen del mal». «Cuando la enfermedad se manifiesta dentro de los conflictos biológicos, los cuales son consecuencia de la propia dolencia». Si bien, también cabría aceptar cualquier irregularidad en el funcionamiento de algún órgano.

      Lo manifestado choca frontalmente con la medicina mecanicista que se practica en la actualidad. Herencia de los modos de «sanaciones ancestrales» de Occidente. Hasta ahora, se ha creído y se cree que todo el organismo funciona igual que si fuera un artilugio. Lo que quiere decir que, una vez se hayan comprendido todos los funcionamientos, se habrá aprendido a curarlo todo. Y eso es lo que garantiza una cierta capacidad de pronóstico en la evolución de la enfermedad. Consecuentemente, y, por lo tanto, es posible que se puedan llegar a revertir las enfermedades. Por este motivo, es un hecho generalizado que el médico solo atienda «al órgano dañado» y, en consecuencia, se desentienda del resto, ignorando que forma parte de un todo global, creando con ello una distorsión que difícilmente podrá encontrar una sanación prolongada en el tiempo y de un modo definitivo.

      Mientras cualquier otro proceso que pudiera entenderse como aleatorio, y por ello reversible, será considerado como ilusorio. Aun así, hoy, poco a poco, se ha ido reconociendo que hay factores desconocidos e inexplicables que aparecen como una solución determinada. Esto no quiere decir que siempre se manifiesten de forma concreta, debido a que, por los motivos antes indicados, las propias defensas del organismo pueden provocar la compensación de este. No obstante, donde realmente la cuestión se hace más evidente, es cuando se reconoce una cierta compaginación «con el mensaje que haya podido recibir el cerebro». Ahora bien, desafortunadamente, se desconoce cómo se ha realizado.

      Todo ello pone circunstancialmente en entredicho el ejercicio de la medicina. En contra de lo que se supone: «no es una ciencia, sino un producto cultural, que se nutre de la ciencia». Esa es en mi opinión, la fragilidad que padece la medicina que se autodenomina científica. Por contra, las corrientes holísticas —se considera el algo como un todo— se niegan a aceptar que la naturaleza de la vida se pueda explicar de un modo tan simplista. Y, como resultado, lo que proponen son «modelos sistémicos». Prueba de todo lo relatado es el conocimiento de la física cuántica, que ha puesto en duda la vigencia de las leyes fundamentales hasta ahora vigentes.

      Desde la ilustración, ha persistido la idea de que lo científico solo puede ser aquello que se llega a «demostrar reiteradamente». Pero ¿de verdad esta descripción se cumple siempre? Es evidente que no es así. Es más, el simple hecho que se pueda crear alguna incertidumbre al respecto hace que se ponga en duda esta afirmación. Lo que provoca que se activen todos los resortes y el planteamiento pueda ser acusado de «seudociencia».

      Palabra muy utilizada últimamente por aquellos que se creen «los guardianes de la verdad científica». Utilización que, desde mi punto de vista —lego en medicina— me parece una verdadera barbaridad. Pues a poco que se haga un pequeño repaso de los errores cometidos, a lo largo de todos los tiempos por la medicina, se habrá de reconocer que han sido sonados y cuantiosos. Pese a esta larga colección de experiencias negativas, voy a abstenerme de detallarlas, ya que, para este estudio, considero que no aporta. Aun con todo, se me ocurre una pregunta al respecto: «¿de qué bola mágica es la que se nutren estos sanedrines del conocimiento clínico, para etiquetar cuál es una terapia adecuada y cuál no?».

      Aprovechando esta pregunta, me voy a remitir a párrafos anteriores, donde utilizaba la palabra información para exponer que esa transmisión del que sufre algún tipo de padecimiento puede resultar, en ocasiones, también inexplicable, sería lo mismo a recurrir a lo que sucede si nos adentramos en la comprensión de la «mecánica cuántica». La cual, siguiendo los mismos parámetros que se usan para las cosas que no tienen una «clara explicación», podría ser determinada como una pseudociencia, ¿cierto?

      Ya que el solo hecho de nombrarla dentro de este libro, «cuya pretensión es profundizar en el indispensable conocimiento de lo que son los campos mórficos, su consecuente efecto, así como la precedente filosofía y cambio de actitud que los médicos deben poseer para poder ejercer su labor de un modo más eficaz», pudiera ser motivo para que más de un profesional considere que eso se escapa de unos conocimientos que él no cree poder practicar y, por ello, difícilmente considerará que aporte.

      Quizás con este ejemplo pueda convencer a los remisos en aceptar que hay ciencia, hoy por hoy, que no siempre es demostrable. Para ello tendríamos que trasladarnos a períodos muy nefastos para el ejercicio de la medicina. Sí, me estoy refiriendo a aquellas donde se etiquetaba como «peste», a una enfermedad de la que se desconocía su motivación. O, mejor dicho, no eran los pájaros los que transmitían por el aire aquel maldito padecimiento, como se llegó a creer. Ahora imaginemos por un momento cuál hubiera sido la reacción si un médico medieval hubiera anunciado a bombo y platillo que había descubierto la cura de aquel terrible mal. Hoy sabemos qué causas la provocaban, pero en aquellos tiempos era la predicción de una muerte, en la mayoría de los casos, segura.

      En aquel error del pasado puede que encontremos la respuesta a lo que hoy representa «el cáncer», como enfermedad, cuyo uso de su nombre altera a las personas por el miedo a sufrirlo. Y, si es así, ¿qué diferencia podríamos hallar con la peste que por tantos siglos laceró al mundo conocido? Visto de esta manera, ¿se puede asegurar, sin temor a equivocarse, que hoy día se posee una comprensión de la ciencia muy distinta a la de entonces? Fundamentalmente, no, y eso nos insta a evitar la aceptación de nuevo, igual como sucedió en aquellos tiempos, con esa maldita enfermedad, a la que se consideró como un castigo de Dios, título que se le dio a la peste.

      Puede que esta sea la razón por la que cuando se afirma el reconocido adagio: «que ciencia es todo aquello que se puede demostrar repetitivamente». Si bien eso, considero, se hace, a modo de letanía, sin ninguna consistencia de lo que se está manifestando. ¿Y si fuera necesario entender que, entre otras cosas, formamos parte de una «carga de información» y, solo así, se puede comprender la naturaleza? ¿Y si ese mundo metafóricamente mágico, del que tanto hemos hablado dentro de este episodio, existiera? ¿Y si ese «valor añadido», que le estoy demandando al médico hubiera alguien que ya lo hubiera descubierto y desarrollado?

      Tal vez todo esto, leído de este modo, pueda parecer unas ideas más o menos bien intencionadas que he pretendido a hacer. Pero no, voy a mostrar que esta consideración, la cual ya me he adelantado ofreciendo su nombre, está basada en ciencia. Y que su desarrollo se lo debemos al bioquímico Rupert Sheldrake (1942), doctor en ciencias naturales, por la «Universidad de Cambridge e investigador en el Institute de Ciencias Noéticas de California». Reconocido dentro del mundo de la ciencia por sus trabajos revolucionarios sobre la biología contemporánea, de lo que él ha definido como los «campos morfogenéticos».