Hablando claro. Antoni Beltrán. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Antoni Beltrán
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Социология
Год издания: 0
isbn: 9788418411519
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gentes? Nada, tan solo son enfermos mentales, psicóticos, con un bagaje cultural muy precario. Y pueden ser producto de los efectos de los estupefacientes. También se encuentran esquizofrénicos que no se tratan y etc. En estas situaciones, por mucho que se diga, no hay una prueba definitiva para que la medicina pueda hacer un diagnóstico seguro. Salvo que no sea por el propio comportamiento del individuo. Lo cual, al ser analizado por terceros, no deja ser un tanto subjetivo. No obstante, a todos estos individuos, la «ley los juzga duramente» si en el momento que cometieron el crimen se demostró que lo habían perpetrado de un modo «premeditado». Sorprende, y mucho, que esta visión la compartan psiquiatras y psicólogos. Es como si, por el mero hecho de haber elaborado el delito de un modo eficiente, su consciencia tuviera la claridad que lo que hacía era totalmente desproporcionado. A mi entender, esta acción solo es justificable si se trata de una mente atormentada.

      El Homo sapiens, como antes ya he referido, se encuentra dentro de su propia evolución, eso sería en el mejor de los casos. Porque también podría suceder que, debido a una supuesta reconstrucción, obra de una «manipulación genética» —cuestión que ya he relatado— resultara una tara o error en su construcción que justificaría todos los comportamientos erráticos, contradictorios y violentos.

      Los especialistas del supuesto conocimiento del comportamiento humano —me estoy refiriendo a los nombrados psiquiatras y psicólogos— en el mejor de los casos, lo etiquetan como un «trastorno transitorio». Pero eso, como la mejor atenuante al que también se acogen los juristas. De este modo, las leyes están promulgadas de acuerdo con este parámetro. A los criminales, además del cumplimiento de su pena correspondiente, se les inserta en programas de reeducación, con la esperanza que, en un futuro, sepan resolver sus conflictos de una manera pacífica.

      ¿Pero esto tendrá alguna utilidad? Para entenderlo mejor, solo tenemos que observar otra faceta del Homo sapiens. Sí, en este caso, vamos a estudiar a los «violadores». Personas aparentemente normales que pululan por cualquier lugar, sea en grandes ciudades o pequeñas poblaciones, sujetos que pueden estar felizmente casados y ser respetados padres. Pero, detrás de esta fachada, se esconde un criminal capaz de cometer la más cruel e ignominiosa violación y después, en algunos casos, acabar con la vida de su víctima.

      Y, en este caso, como el anterior, se tratará de gente desalmada y maligna, digna de vivir en los infiernos. Tanto que esos supuestos especialistas del comportamiento humano, así como la ley, coincidirán con los mismos argumentos. Todo ello hará que el pueblo enfervorecido los quiera linchar, en cualquiera de las dos situaciones.

      Si bien, en esta última —los violadores—, y pese a que está demostrado que los «impulsos de violación» no les permiten que la redención tenga ninguna utilidad, serán liberados cuando cumplan su pena, o antes, acogiéndose a los beneficios de la condicional. Después llegarán las reincidencias y comenzará el carrusel de acusaciones de unos a los otros. Unos argüirán el derecho de las personas para su reinserción y los otros, las víctimas, se verán obligadas a sufrir, temiendo que vuelva a aparecer otra vez el violador. Y lo peor es que muy a menudo reaparece.

      Pero que nadie piense que eso solo es cuestión de cuatro locos. Porque quien lo considere así se equivocará. Para muestra, solo hace falta observar los casos que se dan de sodomía y violación en la santa Iglesia católica. Donde, con la anuencia de las más «altas autoridades eclesiásticas», se repiten los hechos. Situación que no es nueva, sino que viene sucediendo desde tiempo inmemorable. Pero eso no solo ocurre en el seno de la Iglesia, más grave si cabe es que sucede dentro de la propia familia. Se puede decir que son muchos los adultos que recuerdan que, en su infancia, fueron presa de tocamientos por sus familiares más allegados o padecieron reiteradas violaciones de las que aún hoy sufren las secuelas.

      ¿Y en esta situación qué hacen las autoridades o la población? Pues, en el caso de la Iglesia, dicho de un modo que se podría tildar de castizo, nada. O, mejor, diría muy poco, se vuelve a la denuncia en los medios televisivos o de prensa, unos con la finalidad de distraer, para vender más espacios de publicidad y los otros, por el lógico morbo que ofrecen las noticias escabrosas. Entre tanto, si esto sucede en el ámbito familiar o escolar, hasta ahora no había sido denunciado y, si se hacía, las autoridades no se lo tomaban con las medidas que ahora parece que quieren impulsar con juicios, por cierto, muy mediáticos. Y si cupiera alguna duda de mis afirmaciones, a las pruebas de la actualidad me remito.

      Pero esa forma de observar la maldad también la encontramos en aquellos que venden a sus iguales como si fueran una mercancía. Esta práctica no es nueva, es tan antigua como la existencia de la humanidad. Lo más curioso es que también la ejercen ciertos animales, concretamente la hormiga: Polyergus rufescens. Este insecto se vale de sus propias hermanas para que realicen trabajos que ellas no desean hacer. —Conocimiento que me va a permitir que después haga una reflexión—.

      Hasta no hace tantos años la esclavitud tenía plena vigencia, prueba de ello es la cantidad de «nombres del callejero» pertenecientes a ilustres «apellidos esclavistas», se da la circunstancia que eso sucede allí donde residían y eran considerados prohombres. No obstante, estos últimos años ha habido una revisión a fin de borrarlos. Hoy, en todo el mundo civilizado, la esclavitud no está permitida. Cierto, ¿verdad? Pues no. Ahora se expresa con la llamada «trata de blancas», son mujeres jóvenes, pertenecientes a países pobres, donde son engañadas por la promesa de un trabajo bien renumerado y eso las atrae a países del llamado primer mundo. Una vez caen en esas redes, son obligadas a prostituirse mediante todo tipo de amenazas y malos tratos.

      No es que las autoridades no actúen si son descubiertas las mafias que trafican. Pero de poco sirve. Una vez establecidas en los lugares que estos esclavistas modernos las distribuyen, se hace una política de control muy laxa. Aun con todo, quiero hacer una aclaración. No es que yo esté en contra de la «prostitución», en eso como en tantas cosas, todo el mundo es libre de hacer lo que le plazca con su cuerpo, pero lo que de ninguna manera puedo aceptar es que sea obligada por terceros con el fin de enriquecerse. Y esa es esclavitud que podemos ver en nuestras ciudades, con el aparente beneplácito de las autoridades.

      Sin embargo, este horrendo crimen que hoy representa para nosotros la esclavitud ha existido desde siempre. Por lo que parece, el sexo obligado y la esclavitud son innatos en el comportamiento humano y, por lo que hemos visto anteriormente, también en alguna especie animal. Este es el motivo de reflexión al que antes me refería; quizás la cultura, en esto, como antiguamente ya sucedió con los efebos de la Antigua Grecia, nos hace ver las cosas distintas y todo dependa de la ética que se practica en cada época. Tal vez, en busca de un supuesto buenismo, estamos esperando demasiado del Homo sapiens.

      Y como ejemplo de esta afirmación: «¿puede haber algo más cruel que matar a un igual, para extraerle los órganos, con el fin que puedan vivir otros que han pagado por ello?». De algún modo y aceptando mi teoría que la maldad es privativa, que la ejercen individuos que, por un motivo u otro, «no son racionalmente dueños de sus actos». ¿Qué ocurre entonces con aquellas personas que, padeciendo un mal incurable, están dispuestas a comprar un órgano, cuando la medicina les dice que solo un trasplante puede ofrecer la posibilidad de vivir? Son gentes que, antes de padecer la enfermedad, tuvieron una vida ejemplar y honesta. Y, aun así, ahora están dispuestos a desembolsar la cantidad que sea, a fin de salvar su vida. Pero acaso se preguntan; «¿de quién saldrá ese órgano?».

      Casi podría asegurar que ni siquiera lo han reflexionado, es demasiado horrendo que estas personas puedan pensar que van a matar, a cualquiera de esos que pululan por el tercer mundo, para que él pueda vivir. Es mejor centrarse en los doctores que le ofrecen la solución, puesto que, con toda seguridad, ellos no colaborarían en un asesinato y de este modo callan su conciencia, si la duda surge. Si bien, a poco que lo pensemos, encontraremos que son seres dominados por sus miedos y eso es lo que les dará finalmente ese plus necesario para aceptarlo. «Ahí es cuando he de recordar cómo actuamos en caso de extrema inseguridad».

      Aun con todo, las mentes biempensantes dirán que ellas eso nunca lo harían, y no digo que no. Así, en mi particular caso de trasplante jamás hubiera aceptado siquiera un trozo de órgano si esto representara poner en el más mínimo riesgo al donante, y eso es lo que hubiera sucedido. Ahora bien, y ahora