– Veremos la cara que pone el Comandante cuando se entere que el misil que le mandó al submarino mató solamente a unos empleados… que Frank envió devotamente como señuelo para que los hicieran trizas y dejara oficialmente “muerto” al jefe. ¡Una jugada como para sacar conclusiones! El afecto de un “grosso pezzo” es como el de la viuda negra. ¡Mortal!
– ¿Qué haré con Rocío? ¿Permitirá Parker que se entere del túnel que me une con Callaghan?
– Lo mejor será que sepa lo menos posible, es peligroso saber demasiado en este negocio. Eso le pasó al Águila. ¡Lo mandaron a baraja seguramente porque vio a un pez gordo reunido con el Dr. Ocampo haciendo tratos de cocaína! ¡Y era íntimo amigo del administrador! Y podemos asumir otra conclusión: La protección de los distinguidos señores de arriba se logra con la sangre de los insignificantes monigotes de abajo… y en ese rubro de monigotes estoy primero en la lista…
El avión seguía meciéndose suavemente, Rocío dormitaba reclinando su cabeza en el hombro de Kevin.
En su cara se notaba que estaba feliz.
Volvió a sus reflexiones…
– Bucci me dijo que Frank estaba dentro del país, pero no en la frontera. No podía sacarlo en avión…
– Total… es fácil encontrarlo... ¡este país cabe en una cáscara de nuez! Sólo tiene cincuenta y pico Estados y más de nueve millones de kilómetros cuadrados… ¡Novecientos millones de hectáreas!
– Podrían pasarse la vida escarbando agujeros y Frank sin aparecer…
– Tampoco conozco al Capo mafioso. Ese bicharraco no se exhibe en calendarios Michelin. Pero en estos casos, es muy posible que él me encuentre a mí cuando me acerque. ¡Si Parker lo permite!
El Jumbo aterrizó dócilmente en el Miami International Airport, en la sección lateral del gigantesco edificio donde tenían sus oficinas la United, Continental, Trans World Airlines y otras aerolíneas americanas. Pasaron la aduana, esta vez sin que nadie esperase al agente Kevin Beck, y subieron a un taxi que los llevó a la mansión que alquilaba clandestinamente la DEA a su nombre.
El servicial jardinero tomó su escueto equipaje y recibió muy afectuoso a Kevin y a Rocío, sobre todo cuando la presentó como su futura esposa. Él y su mujer, el ama de llaves, se criaron en un campamento menonita y estaban educados a la antigua. No querían mujerzuelas transitorias en la casa. El cocinero se presentó al cabo de unos minutos ofreciendo bocadillos y refrescos, y alegrándose del regreso de su jefe.
Rocío estaba sorprendida.
Se acercó a Kevin y le dijo al oído: – ¡Eres una mochila de sorpresas! Nunca pensé que un agente secreto viviera con este rumbo, atrincherado de mayordomos y en una mansión de estrella cinematográfica. ¡Solamente conocía a James Bond! ¿Eres acaso como él?
– ¡Mucho mejor! Contestó Kevin. Por la sencilla razón que James Bond es pura fantasía, y yo soy de carne y hueso. ¡Además, mi morena es más espléndida que todas las suyas juntas!
Rocío le dio un pellizco en el brazo. – Dime la verdad, ¿es todo tuyo?
– La verdad te la dije cuando nos conocimos. No tengo casa propia desde que salí de Polonia. Esta mansión es rentada para poder realizar mis tareas de cierto nivel. También prometiste no preguntar… ¿Recuerdas?
Rocío hizo una seña con el dedo, indicando que mantendría la boca cerrada, pero era mujer y no podía con su genio.
El ama de llaves invitó a Rocío a acompañarla a su habitación. No preguntó si estarían juntos o separados. Para ella, si no estaban casados, debían dormir en suites diferentes… y bien apartadas.
Estaría en la suntuosa suite del Águila, bastante alejada de Kevin.
Esperaba que su prometido dijese algo, pero únicamente se encogió de hombros y alzó las cejas, como diciendo que allí regenteaba esa matrona rolliza y trabajadora. Era mejor no darle tema para cháchara de conventillo.
En verdad, Kevin se alegró de ese imprevisto desenlace; le permitiría una entrevista con Callaghan esa noche sin que Rocío lo supiera. Luego determinarían si convenía o no decirle lo del túnel secreto con el contacto de la DEA.
El chef de turno se esmeró con la cena, exquisita y liviana. Tomaron un café al tiempo que veían las noticias mundiales y se dieron un casto beso de buenas noches. El trato hacia Rocío, al comprobar que era “una dama decente”, fue digno de la dueña de casa.
Kevin reguló la alarma de su despertador a las 02:45 a.m., debía estar en la sala secreta subterránea a las tres de la madrugada, probablemente lo esperaría Callaghan con avidez de conversar, pues hacía un par de meses que estaba desterrado en Colombia.
A la hora señalada se levantó, se colocó un abrigo y fue hacia el lujoso cuarto de baño. Lo cerró con llave, como tantas veces lo había hecho durante la Operación Anaconda, ingresó al sauna y pulso el código de acceso: 010305000204060, un número de quince cifras que no había olvidado, los tres primeros números impares, tres ceros y los tres primeros números pares, siempre separados por ceros.
El cuarto de sauna descendió completo hasta la cota tres metros bajo el suelo, en tanto que otro idéntico lo reemplazaba en la misma cota. Allí seguía la reja de resguardo cerrando el paso del blanco túnel.
Pulsó un código idéntico al de acceso, pero inverso, y la cancela desapareció hacia un costado. Tuvo mucho cuidado al hacerlo, recordando que si alguien ingresaba y no conocía el código, quedaría recluido, al tiempo que una señal avisaba en la Sede Central de la DEA en Miami que había una rata en la trampa.
El túnel comunicaba su mansión con la de David Callaghan, el agente de enlace que fingía ser un próspero inversor de valores bursátiles. En el núcleo central estaba el recinto circular que ambos designaban “iglú”, por su semejanza al de los esquimales.
Callaghan no había llegado.
Recorrió con la vista la equipadísima oficina que le era tan familiar. Allí estaba Marilyn, la formidable computadora IBM especialmente programada para codificar y decodificar las comunicaciones con los narcos, las líneas telefónicas a prueba de intercepción, la caja de seguridad que se accionaba con su tarjeta Visa y sus huellas digitales desde el lector óptico de la computadora. Todo igual que hacía meses, cuando estaba en evolución la Operación Anaconda y para la cual fue construida.
Escuchó un imperceptible ruido muy familiar, las andadas de Callaghan sobre la alfombra de pelo segado color salmón. Los dispositivos de ascensión y descenso eran absolutamente silenciosos.
– ¡Bienvenido al hogar, Kevin! ¡Tú sí que te pasas la gran vida! Mientras nosotros perseguimos la inmundicia social veraneas en Colombia en hoteles de lujo a manera de un Príncipe…
– Es una alegría verte, David… ¡Tengo una tarea en vista que te caerás de culo! ¿A que no adivinas qué misión me encomendó Pedro Bucci?
Callaghan lo miró intrigado en tanto que Kevin se divertía. Tenía la sonrisa de siempre, pero con ojos de picardía.
– Kevin sintió un puntazo en su sesera.
Ese detective repitió lo mismo que Bucci había dicho hacía unos días, ¡y él lo había rechazado! Mantuvo su mohín como un escudo para impedir que leyeran su mente, y le contestó:
– ¡Peor que eso! Quiere que rescate de su caverna a un oso que está invernando. ¡Un plantígrado que se llama Frank!
Callaghan abrió los ojos, como si no creyera lo que escuchaba.
– ¿Te estás divirtiendo conmigo, compañero? Ese Frank está en la madriguera del diablo, ¡si es que quiso admitirlo! ¡Creo que Lucifer es actualmente su edecán!
– ¡Pues ese Lucifer deberá aguardar hasta que se muera! El zorro embaucó a todos con una artimaña de