De eso estaba seguro Pedro Bucci. Los sicilianos y los vascos nacen con un gran defecto congénito que no tiene cura, un defecto que los hace esclavos de sus lenguas: Valoran más la palabra que la Vida.
Para ellos, un hombre es hombre solamente si tiene honor, y tiene honor si es capaz de mantener su palabra, venga lo que venga, cueste lo que cueste y caiga quien caiga. Pero jamás lo dicho cambiará. Y como un hombre sin honor no es un hombre... no merece vivir. Sicilia es un áspero pedazo de tierra, donde lo que se dice cada día será la historia del futuro, o la pala con la que excavarán su tumba.
Dejó suavemente el rojo auricular, se colocó por primera vez la flamante pistola en el cinto con un cargador repleto y volvió a sentarse en su sillón preferido, un antiguo y amplio sofá de cuero marrón, algo ajado, relleno de duvet de ganso que volaban de vez en cuando al sentarse de golpe sobre sus almohadones. Y allí comenzó a bosquejar las líneas generales de un plan apropiado para arrebatarle a la DEA el pez más gordo de los Estados Unidos.
Era un desafío más que interesante, y se aplicó a resolverlo con la tozudez de un General en el frente de batalla mientras los obuses caen como granizo de verano.
Para lubricar las ideas en su cabeza, se sirvió otro cognac que rebasó la copa de cristal de Tiffany. Bajó la cabeza y sorbió un trago ruidosamente sin levantarla de la mesa… y mientras pensaba, comenzó a juguetear con la copa, mirando la tonalidad del soberbio cognac a contraluz, hacia el gran ventanal del este que dejaba ver un liquidámbar rojizo y un cielo muy azul con jirones de nimbustratus. La naturaleza estaba en paz mientras su mente buscaba la salida de un complejo laberinto. Como necesitaba combustible para funcionar adecuadamente, renovó otra copa de cognac Remy Martin Louis XIII…
El botellón de cristal de Baccarat, réplica de la botella real del Siglo XVI que se encontró en los campos de batalla de Jamac en 1569, era muy de su gusto, y compraba ese cognac a lo bestia. Un botellón no duraba medio día. Y muchos otros volaban entre brindis con sus guardias y algunos mercenarios que hacían las cosas como deben hacerse.
Las preguntas surgían y precisaban una rápida respuesta, sin ningún tipo de error. Aunque la rapidez no es amiga inseparable del acierto.
– ¿Cómo puedo traer de contrabando a ese gringo atorrante? Se decía a sí mismo mesándose la áspera barba de un par de días. – Necesitaré ayuda desde adentro de Yankilandia. ¡Es una verdadera jodienda! Pedir ayuda es depender de alguien, es reconocer que uno no sirve para arreglar sus propios problemas. Y lo peor de todo... ¡es confiar en ese alguien!
– ¿En quién puedo confiar?
– ¡Confiar! El verbo más difícil de conjugar que existe en el mundo, al menos yo no puedo conjugarlo. Sería mejor que los tragalibros de la Real Academia crearan el verbo “noconfiar”, tajante, peligroso, de uso diario en el mundo, que sería muy distinto a desconfiar. No es lo mismo decir que desconfío de alguien a noconfío en él.
– El noconfiar resuena más alarmante y tiene sabor a muerte... Los que mandé a baraja siempre fueron aquellos en los que no confiaba.
– ¡Hoy no confío en nadie! Si no reconociera la voz cavernosa de este Capo mafioso, pensaría que algún desgraciado de la DEA me está haciendo pisar la trampa de un grizzly, pero solo no puedo hacer nada en este caso.
– Mis lugartenientes son buenos guerreros, los mejores del mundo, tanto el “Japonés” como el “Ruso”, pero no sirven para un trabajo de inteligencia pura. Su talento sólo funciona bien para que no los maten, ¡parece que tienen municiones en lugar de neuronas!
– Necesito alguien que tenga escarcha en las venas y conozca el terreno como la palma de su mano, que domine el idioma, y que, además, no se le mueva un pelo en medio de un huracán.
– Acaso alguien como Kevin Beck...
– ¡Mierda! Espero no me equivoque – seguía meditando el jefe narco– con este tipo he sintonizado y me entiendo. Seríamos buenos amigos si yo no fuera lo que soy y el no fuera lo que podría ser...
– ¡Pero no puedo leer sus pensamientos!
– Ese bastardo tiene la muralla china en la jeta y eso me intriga. Huelo un leopardo que se refriega en mis muslos. Muy emocionante... pero con un leopardo nunca se sabe cómo terminaran las relaciones. Puede resultar un juego mortal, casi siempre lo es...
– ¡Y eso me gusta! No hay nada más aburrido que la rutina…
– Aún no pude descubrir con certeza si es el aventurero más loco de la tierra, o un excepcional agente de la DEA. Ese tipo me jodió con su franqueza. ¡Carajo! ¡Espero no hacer otra vez el papel de pelotudo!
– Quizá esta sea una buena ocasión para probarlo… será como tirarle un costillar en las narices de una fiera. Si se come crudo a Frank, mala suerte para él. De todos modos está acabado, y también mala suerte para Kevin Beck...
– Al menos espero saber con esta tentativa de rescate con quién estoy jugando.
– No sé por qué mierda presiento que Kevin Beck es sincero, no me traicionará, si me ataca lo hará de frente y dándome la oportunidad de defenderme. Conozco ese tipo de hombres, juegan duro y son capaces de apostar su cabeza sin dejar de sonreír. Yo también soy así con los enemigos que son derechos, capaz de cualquier cosa, menos la traición. Si tengo que matar lo hago de frente, ese es mi defecto congénito que no pude quitarme ni después de haber liquidado una parva de traidores.
Mientras tanto, el voluble destino, repartía los naipes con los ojos vendados. El Capo del Cartel de Medellín imaginaba poder jugar con Kevin Beck… ¿O Kevin Beck jugaría con el Capo de Medellín? ¿Su amigo o su adversario?
Quizá ninguno de los dos sabía con certeza qué era el uno para el otro en el gran teatro de la humanidad. Aceptaban los papeles que el destino les repartía como parte de la aventura de vivir. O quién sabe, eran jugadores tan empedernidos que poco les interesaba saber si lo que hacían hoy sería mañana su fortuna o su perdición. Ambos eran capaces de resistir los embates de la vida sobre el borde de una katana.
Pedro Bucci se imaginó ver al mismísimo Diablo parado a su lado. Presentía que se divertía ayudándole a marcar los números del teclado.
El Capo de Medellín estaba acostumbrado a retozar con el Diablo.
Capítulo 2
Bogotá – Colombia
Todo lo grande siempre empieza con alguna tontería y termina como Dios quiere. Apretar el gatillo lo hace cualquiera, pero frenar la bala...
El teléfono 28–56–020, habitación 208 del Hotel Bogotá Hilton International empezó a sonar...
Una hermosa joven con voz cultivada y rostro sonriente, conserje del Bogotá Hilton International, por el simple hecho de transferir una llamada, iniciaba, sin saberlo, el más explosivo operativo que jamás había intentado la DEA.
– ¿Kevin?
– El mismo. Contestó el polaco algo sorprendido por la llamada. No preciso preguntar quién me llama, tiene Ud. una voz que la reconocería debajo del agua.
– ¡No seas zalamero! Cuando un viejo cascarrabias como yo llama a cualquiera, pienso que por dentro estará diciendo que me vaya a joder a otro lado. Yo hago lo mismo con otros carcamanes. Pero en este momento te necesito. ¿Puedo invitarte a compartir mi mesa esta noche? Puedes traer a Rocío. Creo, amigo mío, que caíste en las redes de esa guapa morena.
La voz de narcotraficante sonaba con ese acento singular que empleaba para transmitir mensajes sin opciones a negativas.
– Sr. Bucci, será un placer volver a visitarlo. Contestó Kevin.
– No esperaba menos de ti. Enviaré un automóvil a buscarte.
– Gracias, no es necesario. Tengo uno rentado en la cochera del hotel. Llegaremos