Cazador de narcos II. Derzu Kazak. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Derzu Kazak
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9789878708638
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Li Chang–set, turistas asiáticos residentes en Estados Unidos que deseaban contemplar las vertientes australes del Himalaya. Tenían reservada para ambos la principal suite del hotel.

      En Katmandú se bifurcaban los caminos de Ling Tung. Las indescifrables energías que supeditan todo lo chino, a través de los dos principios que impulsan su universo, el yin y el yang, forcejeaban para sellar su sino. Ese día decidiría su fortuna.

      El añoso Yak and Yety, pese a que es un buen hotel, no lucía con el fasto asiático del Grand Hotel de Taipei o los New Otani de Tokio, no obstante resultaba acogedor y conveniente para hacer una escala de negocios diferente.

      Nadie advertía que los huéspedes recién llegados eran nada menos que el Capo de la Mafia China en los Estados Unidos y su feroz guardaespaldas. Viajaban con documentación falsa, siempre lo hacían, pero nadie podría diferenciarla. Eran pasaportes originales robados, que luego de muchas horas de meticuloso trabajo, unos costosos artesanos los transformaban en verdaderos.

      Ling Tung era célebre como “el Tigre” dentro de los bajos fondos norteamericanos. Nadie se atrevería a faltarle respeto, ni siquiera a contradecir sus mandatos. Su negocio abarcaba todos los Estados con familias chinas, casi todas de la provincia de Yunnan, organizada como pandillas cerradas. De allí salían sus mercenarios, lugartenientes y administradores.

      Los clanes más importantes estaban en Chinatown de New York y San Francisco, Miami, Los Ángeles y Chicago. El Tigre competía, probando fuerzas y reacciones en algunas áreas con la Mafia norteamericana, comandada invariablemente por sicilianos. Pero tenía menos melindres, lo cual es mucho decir, y más radio de acción, por englobar el Continente Asiático con “Empresas fantasma” dedicadas a la prostitución infantil, la trata de blancas, el tráfico de órganos humanos y la pornografía, además del gran negocio de su absoluta exclusividad: la heroína. Evidentemente, para el comandante no era un ángel caído de los cielos…

      Su custodio era un autómata sin emociones, inexpresivo y letal, de absoluta lealtad a Ling Tung. Capaz de ejecutar a cualquiera en el momento que su jefe hacía el ademán apropiado. Cumplía con los requisitos del guardaespaldas ideal; silencioso, imperturbable, con un excesivo dominio de las artes marciales más destructivas, y un semblante que no sonreía ni cambiaba de apariencia nunca, ni cuando disparaba a sangre fría, ni en el momento que aniquilaba con golpes de kempo. Era el edecán de ese sugestivo anciano de blancos cabellos ralos peinados hacia atrás al ras del cráneo, que podía franquear en un instante de la arcana risita que lo acompañaba sin cesar a la ira descabellada, por el simple zumbido del vuelo de una mosca.

      El Tigre Ling Tung había concertado un cónclave de negocios con Silk, el principal narcotraficante del opio y sus derivados en el sudeste Asiático.

      Existía desde antiguo una corporación conocida como la Secta del Dragón, cuyo sólo nombre hacía estremecerse a los cultivadores de amapolas.

      El genuino nombre de Silk era Li Xinjiang, nacido hacía más de cincuenta años en DaxinganLinghanmai, China. Vivía en el triángulo de oro del opio. Allí, era el rey indiscutido. Todos lo conocían con el seudónimo Silk, “seda”, debido a sus ropas doradas confeccionadas íntegramente con la más fina seda natural, y a sus ademanes bastante remilgados, que hacían recelar seriamente de su hombría. Pero detrás de esa fachada se ocultaba un alma cruel.

      También fueron llamados a la cumbre del narcotráfico de la heroína algunos influyentes miembros de familias que manejaban parte de la morfina y el opio en el Sudeste Asiático. Todos comandados por Silk y todos, miembros juramentados de la Secta del Dragón.

      Estaría Tun Kyat, un birmano de raza rankine. Era segundo jefe en la organización y uno de los lugartenientes de Silk. Otro personaje fundamental sería el Sr. Ngo Phoung, responsable de la zona vietnamita. El Sr. Ngo era muy respetado por los cultivadores de adormideras. Oficiaba de enlace entre los productores y los compradores del opio en bruto. De la zona tailandesa llegaría el Sr. Chulalongkon, más conocido en su negocio como “el Siamés”, y el representante de la zona norte de Laos, el Sr. Phom Kang, que tenía su sede en Luang–Prabang.

      También había sido invitado un notorio narcotraficante europeo que, para sorpresa de muchos, hablaba el mandarín y el vietnamita con fluidez. Se trataba de Michel Vavarie, un marsellés que se enamoró del Sudeste Asiático desde los diecisiete años, y viviendo como hippie recorrió esas zonas durante años. Con el tiempo y los contactos entre la gente del hampa, escaló posiciones hasta llegar a ser el mayor distribuidor de la heroína en Europa. Con su larga melena rubia siempre flameando al menor soplo de viento, ojos celestes, y más de un metro ochenta de altura, era el único europeo que recorría los caminos del opio como sólo puede hacerlo un chino de Yunnan.

      Michel no integraba la Secta del Dragón, tampoco le interesaba deambular con el brazo derecho tatuado con esa imagen de lagarto lanzafuegos que le parecía ridícula. Pero era muy estimado en el ambiente. Él conseguía las grandes transacciones, las armas más sofisticadas, los dólares relucientes, abundantes y termosellados en fajos de diez mil, las mujeres más divertidas y expertas en todo lo imaginable, y los licores más exquisitos. En definitiva, Michel hacía las fiestas de una manera diferente, a lo francés, que gustaban por lo exóticas en esas tierras del extremo sur de Asia, donde ningún miembro de la Secta, con excepción de Silk, conocía occidente.

      La reunión se realizaría al día siguiente, en una residencia de madera bellamente labrada, alquilada por Michel cerca del Palacio Real Hanuman Dhoka. Él había llegado hacía una semana para preparar el ambiente y no crear sospechas. Tenía una fantástica provisión de manjares y bebidas para agasajar a sus amigos, mucho menos espontáneos y jaraneros que ese francés loco y despreocupado, que no dudaba en dilapidar fortunas en una noche de parranda.

      Cuando había reuniones, las organizaba Michel, y casi nunca las terminaba…

      A las ocho de la mañana, cuando el sol alumbraba el flanco oriental del Everest a ciento sesenta kilómetros de Katmandú, en la cordillera del Himalaya, llegaban los jefes de la droga asiática, disimulados entre los nepaleses cargados con canastos repletos de verduras y frutas, que colocaban en las orillas de las calles más transitadas. Uno a uno fue entrando sin llamar a la casa de Michel. La reunión comenzaría a las nueve en punto.

      Una joven nepalí, de no más de veinte años, con su frente marcada con la señal roja de los dioses, hacía el servicio doméstico de Michel. Había colocado pasteles, café, leche de yak, manteca y frutas en varias bandejas distribuidas sobre la mesa. Nadie sabía su verdadero nombre. Michel la llamaba Lulú, como una novia que tuvo en Francia a los doce años.

      Con la seriedad propia de un concilio, el honorable Sr. Ling Tung, comenzó a exponer los motivos de la reunión…

      – He vivido durante largos años luchando para que nuestras familias logren un lugar fundamental en el mundo de los negocios. Los chinos y otros asiáticos estamos poco a poco copando las actividades comerciales de occidente. China, Japón, Corea, Hong– Kong, Taiwán, suenan todos los días en las bocas de los insaciables derrochadores de Europa y América. ¡Hemos logrado que nuestra raza sea conocida y respetada! Hace unos años, ser asiático en occidente significaba lisa y llanamente servidores de los blancos. ¡Hoy, tenemos los negocios llenos de empleados occidentales que trabajan para nosotros! Los asiáticos estamos en la caja, manejamos el dinero.

      –…Y el dinero es poder aquí y en Occidente.

      – Para lograr ser respetados hemos tenido que sufrir mucho durante generaciones, durante siglos, siempre con la cabeza baja, lavando ropa y limpiando pisos de los blancos. Pero llegó la hora de Asia. ¡Nuestra hora!

      – Las oportunidades son como relámpagos, perduran muy poco tiempo. Si no se tienen los ojos muy abiertos pasan frente a nuestras narices sin verlas. Ahora he visto una gran oportunidad para acaparar el mayor mercado consumidor de drogas del mundo. El riquísimo mercado norteamericano, ¡más de ciento cincuenta mil millones de dólares al año!

      – He vivido mucho tiempo entre los americanos y no comprendo a esa raza de comerciantes…

      – Son capaces de exterminar a medio mundo en una guerra por la defensa