Nunca digas tu nombre. Jackson Bellami. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Jackson Bellami
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788416366514
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la cama de Caleb. Las sábanas huelen a lavanda. Odio el aroma a lavanda. Me recuerda a los baños del centro comercial. Y, por consiguiente, me recuerda que ya no estoy vivo. No más helados de Ice World, el único lugar del mundo con helado de cerveza sin alcohol.

      —¿Por qué me han entrado ganas de comer helado? —pregunta Caleb.

      —Cállate, colega, a no ser que tengas el número de los Cazafantasmas —le digo con apatía.

      —Querrás decir las Cazafantasmas.

      —No me jodas más de lo que estoy. Eso que hicieron fue una aberración.

      —Bueno, no conozco a ningún cazador de fantasmas, pero podemos probar con alguien que sabe de rollos astrales y esas cosas.

      —¿Doctor Strange? —murmuro con sarcasmo.

      —Bethany Brown.

      Salto tan rápido de la cama que siento cómo el desayuno de Caleb sube hacia la garganta.

      —¿Has comido gofres para desayunar? —le interrogo al sentir el sabor en la boca.

      —Sí, un par.

      —Deberías cuidarte un poco, Cal.

      —Supongo… Cuando perdí a mi único amigo me dio por comer.

      —Está bien —le interrumpo—. Siento mucho haberte dejado tirado. Siento que tu vida se fuese a la porra cuando entré en el equipo. Siento que hayas engordado por mi culpa. Pero soy yo quien está muerto. Ten un poco de compasión, joder.

      Un silencio más. Ya he perdido la cuenta de cuantos.

      Pero el grito de mi madre rompe la afonía del momento. Su desgarrador llanto llega desde mi habitación y me hace pedazos. Intenta despertar a su hijo. Intenta que mi hermana pequeña no me vea sin vida. Llama a Emergencias y es imposible comprender lo que dice. Porque está destrozada. Sea lo que sea lo que me ha ocurrido, acaba de hundir a una familia en la más oscura realidad.

      Siento que el aire se detiene en la garganta de Caleb. Me asfixio, aunque no creo que pueda volver a morir. Pero Caleb sí. Me obligo a respirar, trato de evitar que la crueldad del momento haga sufrir a Caleb.

      —Connor —oigo su voz, esta vez con tono delicado—. Entonces… ¿Estás muerto de verdad?

      — —respondo al absorber el dolor por la nariz.

      Las lágrimas no se oyen, pero las percibo como cuchillas por el rostro.

      Puedo sentir la tristeza en Caleb. Su mutismo esconde los sentimientos por un amigo que no merece su llanto.

      —Vayamos a ver a Beth —resuelvo.

      No puedo seguir parado mientras mi madre se deshace junto a mi cuerpo.

      «Lo siento, Daisy», pienso en mi hermana. Y en papá.

      Aunque he olvidado que Caleb escucha mis pensamientos, él continúa en silencio.

      Un silencio abrumador que en casa durará una eternidad.

      El silencio de mi voz.

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      50 sombras de Hastings

      Pocas cosas son más peligrosas que las obsesiones. Porque todos pasamos por ellas más de lo que nos gustaría admitir. El encaprichamiento temporal puede hacer mucho daño si no se sabe controlar. Roba el sueño, destroza momentos y es el motivo de los comportamientos más extraños que somos capaces de manifestar. Cuando algo, ya sea una idea, un deseo o una preocupación, se mete en la cabeza de una persona, se aloja en sus entrañas como un parásito y, como tal, se alimenta de sus sueños más anhelados, que no tienen por qué hacerse realidad nunca. Y ¿qué ocurre cuando las ambiciones más profundas no se cumplen? Que la obsesión muta a un sentimiento que manda al traste todos los planes: la locura. Obsesionarse no es más que un tipo de demencia. Y pocas locuras son sanas.

      Para el joven Connor, su obsesión por estudiar en Macalester College le había colocado a su lado a una chica desafortunada en el amor. Jugar con los sentimientos de alguien podría diagnosticarse como psicopatía o algo igual de feo. Desde luego, no es una cualidad para resaltar en un currículo. De cualquier manera, lo que el chico había experimentado puede denominarse «el salto». Sí, ese salto que se da para pasar de la obsesión a la locura. Aunque, por tremendo que parezca, no acaba ahí el recorrido de los obsesos… A algunos les cuesta incluso la vida.

      El verano terminó de la mejor manera que pudo hacerlo: de repente, por ejemplo. Cuando Connor quiso darse cuenta, las clases estaban a punto de comenzar. Un nuevo curso. Un nuevo Connor. Ahora tendría que afrontar los problemas de juventud con una chica de su mano. Chica a la que no quería realmente y a quien soportaba cada día un poco menos. Pero un soldado no flaquea a las puertas de la victoria, ¿verdad? Connor aguantaría como fuese en una relación tóxica y sin futuro solo para asegurarse una plaza en su ansiada universidad.

      El olor a libro nuevo no era lo que Connor amaba de aquel primer día de instituto después de unas vacaciones de locos. Su alzamiento de don nadie a envidiado por muchos, lo que Disney llamaría From Zero to Hero, prometía haber cambiado para siempre su perspectiva del mundo estudiantil. Todos conocían su nombre. Nadie se atrevería a toserle. Había comenzado su carrera hacia el éxito. Estos jóvenes…

      El primer cambio le esperaba frente a casa. El bus de clase era para pequeños e impopulares y Connor sabía que su cordial relación con Bernard, el conductor del trasto amarillo con ruedas que siempre le había dado los buenos días, debía acabar. En su lugar, Chris aceleraba su carísimo coche en la calle como señal para su amigo de que la vida se les escapaba esperando. Menudos idiotas.

      Connor salió de casa a saltos, igual que entró en el coche, mientras Chris despertaba a todo el vecindario con Roxanne de Arizona Zervas.

      —Mola el tema —dijo al subirse al Dodge Challenger blanco.

      Una clara mentira por parte del futuro fiambre, pues él era más de rock alternativo. De hecho, Connor odiaba el hip-hop.

      —Por supuesto que mola, colega —respondió Chris—. ¿Listo para el nuevo curso?

      —Espero que este año el entrenador me deje jugar algún partido. Solo me ha sacado para los minutos del final y exclusivamente si íbamos ganando.

      —Para eso tendrás que superar al imbatible judío negro, chaval —dijo Chris al volante, señalándose a sí mismo.

      —Podemos compartir las victorias.

      —No con tu marca, Payton.

      Aquel comentario de crítica deportiva, con cierta dosis despectiva, no hizo sonreír a Connor, pero sí a Chris. Porque, además de fingir con su chica, Connor debía hacerlo con su amigo.

      —Vamos, no te pongas serio, tío —añadió Chris al verle—. Entrenaremos juntos. Ya verás que los dos conseguimos el trofeo estatal.

      —Gracias, colega.

      Los alumnos no tienen autorizado aparcar junto al edificio del William Mayo. Son las plazas reservadas al profesorado. Sin embargo, nadie en el instituto se atrevía con Chris Hoffman, hijo del principal benefactor del equipo. Gracias a Asaia Hoffman, importante accionista de Pine Bend, la refinería estatal, las instalaciones deportivas del William Mayo no son un despropósito total. Al igual que los uniformes del equipo. Aun así, Chris es bueno en el campo. No tuvo que comprar su lugar entre los Timberwolves, aunque sí resultaría complicado sacarle de él.