El siglo de los dictadores. Olivier Guez. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Olivier Guez
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Изобразительное искусство, фотография
Год издания: 0
isbn: 9789500211079
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subvirtió al general Erich Ludendorff, ex número 2 del Gran Estado Mayor entre 1914 y 1918, que consiguió del general von Seeckt, su antiguo subordinado convertido en jefe de estado mayor de la Reichswehr, que esta se mantuviera con las armas listas. No contaban con la policía de Múnich, que seguía fiel al gobierno. El 9 de noviembre, en la Odeonplatz, la policía disparó contra los rebeldes. Saldo: dieciséis muertos y centenares de detenidos, entre ellos, Hitler y Ludendorff, mientras que Goering, gravemente herido, logró huir. Hitler fue condenado el 1º de abril de 1924 a cinco años de prisión, tras un juicio que lo hizo famoso en toda Alemania y por primera vez en Europa, pero solo permaneció trece meses en total detrás de las rejas. Alojado en condiciones excepcionales de confort en la prisión de Landsberg, aprovechó para escribir Mein Kampf, con la ayuda de su secretario Rudolf Hess. Y también para decidir que nunca más intentaría tomar el poder por la fuerza. Pero de este compromiso no hay que inferir “que estaba dispuesto a aceptar la legalidad como una barrera inviolable, sino solamente que estaba decidido a desarrollar la ilegalidad al amparo de la legalidad”, escribió Joachim Fest, uno de los principales biógrafos de Hitler.

      En 1931, el desempleo afectó a 5 millones de personas y Ale­mania, como en 1923, declaró que no estaba en condiciones de pagar las reparaciones impuestas por el Tratado de Versalles. ¿La opinión pública estaba madura para el gran salto? No del todo. Recientemente naturalizado alemán, Hitler, cuyo partido tenía ya más de 400.000 miembros, se presentó a la elección presidencial de marzo de 1932 contra el mariscal Paul von Hindenburg, de ochenta y cuatro años, que presidía Alemania desde 1925. Resultado: 13,4 millones de votos (36,8%) para Hitler en la segunda vuelta. Victorioso, pero imposibilitado de constituir una coalición, Hindenburg disolvió el Reichstag. En las legislativas del 31 de julio, el NSDAP se convirtió en el primer partido de Alemania, con el 37,2% de los votos y 230 escaños. No fue suficiente, sin embargo, para obtener la mayoría. Pero Hitler se negó a participar en un gobierno del que no sería el jefe. Privado de una coalición para gobernar, el mariscal volvió a disolver el Reichstag. En las elecciones del 6 de noviembre, los nazis perdieron 2 millones de votos, pero seguían siendo el primer partido del Reichstag. El 3 de diciembre de 1932, Hindenburg convocó al general Kurt von Schleicher para la Cancillería. Pero esta última maniobra fracasó como todas las demás. Porque para salir de ese punto muerto, Schleicher había reclamado plenos poderes. Como el presidente se los negó, el 28 de enero de 1933, presentó la renuncia. Y el 30 de enero, Hitler, de cuarenta y tres años, se convirtió en jefe del gobierno. Esa noche, las SA (Sturmabteilung) desfilaron con antorchas bajo las ventanas de la Cancillería: había nacido el Tercer Reich. El nuevo amo de Alemania le dijo a su amigo Goering, delante de varios testigos: “De aquí solo nos sacarán con los pies para adelante”. Cumplió su promesa.

      Un año para construir el Estado totalitario

      Esa misma noche, se cerró la trampa. Hitler le hizo firmar al presidente de la República la Reichstagsbrandverordnung (literalmente “ordenanza del incendio del Reichstag”), en virtud del artículo 48 de la Constitución de Weimar, que autorizaba al jefe de Estado a tomar todas las medidas necesarias para el restablecimiento del orden público. Entre ellas, la suspensión de los siete artículos de esa misma Constitución que garantizaban los derechos fundamentales del ciudadano alemán. Como consecuencia de ello, desaparecían ipso facto los principios de hábeas corpus, libertad de expresión y libertad de prensa, pero también el derecho de asociación y de reunión, al igual que la confidencialidad del correo y del teléfono, la protección de la propiedad privada y del domicilio. El mismo día, arrestaron a 10.000 personas, principalmente a comunistas, pero también a socialdemócratas y opositores de todo tipo. Para ellos se abrió en Dachau, en las afueras de Múnich, el primer campo de concentración del nuevo régimen, inaugurado el 22 marzo de 1933. La Reichstagsbrandverordnung, que supuestamente era provisional, siguió en vigor hasta 1945.

      Una vez abolida la Constitución de Weimar, ninguna fuerza legalmente constituida se opuso ya a la Gleichschaltung (“sincronización”) impuesta por Hitler, fuera de la oposición absolutamente teórica del presidente Hindenburg, cuya salud se degradaba día a día. El 31 de marzo, desapareció la estructura federal del Estado alemán y se procedió a una reorganización hipercentralizada, que llevó al nivel de los Länder los principios de la ley de plenos poderes. El 7 de abril, un decreto sobre la “restauración de la función pública” le permitió al gobierno expulsar a los funcionarios judíos o considerados enemigos del régimen. El 2 de mayo de 1933, se puso a los sindicatos ante la alternativa de ser disueltos o incorporarse al Frente Alemán del Trabajo (Deutsche Arbeit Front, o DAF) que los sustituyó, pero que también sustituyó a las organizaciones patronales, ante el espanto de los industriales que habían apoyado a Hitler.

      El DAF, dirigido por el ingeniero químico Robert Ley, un orador apreciado por Hitler, que cerraba los ojos ante su alcoholismo y su tendencia al prevaricato, se ocupaba del control del cuerpo social por parte de la dictadura nacionalsocialista. Ilustraba el principio de la Volksgemeinschaft (“comunidad popular”) destinada a garantizar el progreso social “eliminando las causas de la lucha de clases”. Su columna vertebral era la organización del tiempo libre en el Reich, Kraft durch Freude (“La fuerza a través de la alegría”),