El siglo de los dictadores. Olivier Guez. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Olivier Guez
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Изобразительное искусство, фотография
Год издания: 0
isbn: 9789500211079
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este Partido en plena trasformación: su juventud (85% de los comunistas tenían menos de treinta y cinco años en 1929), la escasa experiencia política de sus cuadros (menos del 2% de los secretarios de célula habían adherido al Partido antes de 1918) y el bajo nivel de educación de sus miembros (solo el 1% tenía un diploma de enseñanza superior). Estas cifras contrastan fuertemente con lo que se sabe de los comunistas que adhirieron a la oposición trotskista en 1926-1927 (eran un poco menos de 10.000, y en su mayoría serían excluidos durante la gran purga de 1929). Estos eran, al contrario, mucho más educados que el promedio: había entre ellos muchos intelectuales y estudiantes. El bajo nivel político de los miembros del Partido, que, a diferencia de los “viejos bolcheviques”, nunca habían leído a ningún clásico del marxismo (a lo sumo, algunos opúsculos de divulgación como Las bases del leninismo de Stalin), sirvió de justificación para el encuadramiento ideológico cada vez más estricto de las organizaciones de base por parte de los comités de distrito o de provincia. Durante esos cinco años de transición, el control de los cuadros sobre las organizaciones de base se perfeccionó. Prueba de ello era la presencia de un representante del comité de distrito en las reuniones importantes, que actuaba como informante y tomaba nota de toda palabra desviante. En caso de “dificultades”, se enviaban al lugar instructores de la Orgraspred, departamento clave del Secretariado del Comité Central.

      Jaque mate

      ¿Cuándo se impuso Stalin definitivamente como jefe del Partido? En 1929, después de la derrota de la última oposición seria, calificada de “derecha” y dirigida por Nikolái Bujarin y Alekséi Rýkov. El enfrentamiento final se produjo por el proyecto voluntarista global de modernización propuesto por el secretario general, que preten­día convertir a la Unión Soviética en una gran potencia industrial y militar. “Rusia siempre fue derrotada por su atraso –explicó Stalin en un famoso discurso pronunciado el 4 de febrero de 1931–. Estamos de cincuenta a cien años atrasados con respecto a los países avanzados. Debemos recorrer esa distancia en diez años. O lo hacemos o seremos destruidos”. ¿De dónde se podía sacar el capital indispensable para el financiamiento de esa industrialización masiva y acelerada? De una sobreexplotación –nunca reconocida, por supuesto– de los obreros, cuyo salario real bajó a la mitad durante el Primer Plan Quinquenal (1928-1933); de retenciones masivas, de precios irrisorios, de la pro­ducción agrícola, porque habían encerrado a los campesinos en grandes explotaciones colectivas, y de la represión a toda oposición (que supuestamente provenía de “elementos capitalistas en el seno del campesinado”, los kulaks). La exportación de productos agrícolas financiaría la compra en el exterior de bienes de equipamiento y tecnologías indispensables para la industrialización. Esta “acumulación socialista primitiva” suponía naturalmente que los mecanismos del mercado, que finalmente seguían funcionando bajo la NEP, habían sido destruidos anteriormente y que los campesinos habían sido reagrupados en granjas colectivas. Las retenciones masivas provocaron terribles hambrunas –totalmente ocultadas por el régimen–, que, entre 1931 y 1933, causaron más de 6 millones de víctimas, principalmente en Ucrania, en Kazajistán y en las regiones del Volga.

      Stalin oficializó el cambio de rumbo el 7 de noviembre de 1929 con un memorable artículo titulado “El año del gran giro”, cuya formulación lírica quedó en los anales: “Marchamos a todo vapor por el camino de la industrialización, hacia el socialismo, dejando nuestro atraso ruso y secular. Nos convertimos en el país del metal, el país del automóvil, el país del tractor”.

      Este artículo dio la señal para una aceleración catastrófica del proceso de competencia en la radicalización. En el frente rural, se deci­dió la “colectivización total” de las regiones agrícolas más productivas. En el frente industrial, se decidió forzar la marcha y realizar el Primer Plan Quinquenal en cuatro años, según el eslogan “los ritmos deciden todo”.

      Al mismo tiempo, se colocó otra pieza crucial del dispositivo: el 21 de diciembre de 1929, el cumpleaños número cincuenta de Stalin se convirtió en una verdadera consagración del secretario general, del estallido del culto a la personalidad. El “guía” fue entronizado como “genio de nuestro tiempo” y saludado, algo aún más significativo, como el “nuevo Lenin”. De este modo, el “gran giro” que había emprendido quedó legitimado como un regreso a las fuentes y una consumación de la Revolución de Octubre de 1917. Así fue como Stalin presentaría retrospectivamente su obra, algunos años más tarde, en el manual Historia del Partido Comunista de la URSS, publicado en 1938. El “gran giro” de 1929 fue calificado como “transformación revolucionaria de las más profundas, un salto efectuado del antiguo estado cualitativo de la sociedad a un nuevo estado cualitativo, equivalente por sus consecuencias a la Revolución de Octubre de 1917”. ¿Qué mejor para legitimar la “ofensiva socialista” que presentarla como la reiteración de Octubre y como guiada por la inteligencia y la audacia del “nuevo Lenin”, del “Lenin de hoy”? Así se cerraba el círculo. Se completó el cambio simbólico del poder, iniciado con la puesta en marcha de la Comisión para la Inmortalización de la Memoria de Lenin. Stalin se convirtió en la encarnación del Partido. Como tal, era intocable. El propio Trotski dijo en 1924: “En último análisis, el Partido siempre tiene razón […]. Solo se puede tener razón con el Partido y por el Partido, porque la historia no creó otro camino para realizar lo que es justo”.

      En 1936, en ocasión de su último viaje al exterior antes de su arresto, Bujarin