El siglo de los dictadores. Olivier Guez. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Olivier Guez
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Изобразительное искусство, фотография
Год издания: 0
isbn: 9789500211079
Скачать книгу
quien dirigió esa campaña. Stalin impuso también, en contra de la opinión de los genetistas, las “teorías” de un charlatán, Lysenko, que llevó hasta la caricatura las concepciones deterministas, afirmando la impostura de las leyes de Mendel y proclamando la herencia de los caracteres adquiridos.

      Detrás de la aparente unanimidad, el viejo dictador maniobraba hábilmente, reafirmando permanentemente su poder, arbitrando e instrumentalizando los conflictos latentes que se desarrollaban entre los herederos a su sucesión. Desde el final de la guerra, apartó de la vida pública y de toda actividad política a los principales jefes militares, que gozaban del prestigio de la victoria, y en especial al mariscal Zhúkov, el “vencedor de Berlín”, pues temía que le hiciera sombra. En 1948-1949, Stalin dirigió una gran operación de purga contra la dirección del Gosplan y del aparato del Partido Comunista de Leningrado. El “Asunto de Leningrado” les costó la vida a centenares de cuadros del Partido, acusados de “complotar con los titistas para derrocar al poder soviético”.

      Cada vez más desconfiado, Stalin acusó públicamente, en el XIX Con­greso del Partido que se reunió en octubre de 1952 (trece años y medio después del XVIII), a sus más cercanos colabora­dores, Mólotov, Mikoyán y Voroshílov, de “desviacionismo derechista” y de “sumisión servil a los Estados Unidos”. En ese clima deletéreo de final de reinado, estalló, en enero de 1953, el caso del Complot de los Médicos. Acusaron a un grupo de médicos judíos del Kremlin de intentar en­venenar a dirigentes soviéticos. Como en el momen­to del Gran Terror de 1936-1938, se organizaron miles de mítines para exigir el castigo de los culpables y el regreso de una verdadera “vigilancia bolchevique”. Ese complot marcó, al mismo tiempo, el coronamiento de la campaña “anticosmopolita” iniciada cuatro años antes y el probable esbozo de una nueva purga general, que solo su muerte permitiría evitar. A estas dos dimensiones se añadió una tercera: la lucha entre las diferentes facciones de los ministerios del Interior y de Seguridad de Estado, sometidos a constantes reformas por Stalin, que siempre consideró a la policía política como el recurso absoluto, el único cuerpo del Estado-Partido realmente seguro para apoyar su poder personal. Co­mo lo muestran sus anotaciones de las actas de los “médicos asesinos”, el tirano siguió muy de cerca, hasta su último día de actividad, el 28 de febrero de 1953, antes de ser abatido por un ataque cerebral, ese asunto que revelaba su creciente paranoia.

      Apenas algunos meses después de su fallecimiento, el nombre de Stalin desapareció casi completamente de la prensa soviética. En febrero de 1956, en su “Informe Secreto”, Nikita Jruschov, uno de los más fieles estalinistas, denunció el “culto a la personalidad” de su antiguo jefe, sus múltiples “errores”, “excesos” y “abusos”, destruyendo el ícono del “Padre de los pueblos” para salvaguardar –por algunas décadas más– la imagen del Partido. En la Rusia de hoy, el comunismo ha sido arrojado “al desván de la Historia”. Paradójicamente, Stalin sigue siendo popular y se le erigen nuevas estatuas. Para la generación poscomunista, él no es ni el secretario general del Partido, ni el que ordenó los crímenes de masas del Gran Terror, ni el responsable de las grandes hambrunas de principios de los años 30. En la memoria colectiva, permanece como el vencedor de Stalingrado, el hombre que hizo ingresar a Rusia a cierta modernidad, que supo preservar el Imperio y llevar a su punto máximo el poderío y el prestigio internacional de su país.

      Bibliografía

      Oleg Khlevniouk, Staline, Belin, 2017.

      Stephen Kotkin, Stalin. Paradoxes of Power, 1878-1928, Londres, Pen­guin Books, 2015.

      Miklos Kun, Stalin: an Unknown Portrait, Budapest & Nueva York, CEU Press, 2003.

      Alter Litvin y John Keep, Stalinism. Russian and Western Views at the Turn of the Millenium, Londres & Nueva York, Routledge, 2005.

      Simon Sebag Montefiore, Stalin: The Court of the Red Tsar, Londres, Weidenfeld & Nicolson, 2003.

      Alfred Rieber, “Stalin, Man of the Borderlands”, American Historical Review, 106 (2001), pp. 651-691.

      Boris Souvarine, Staline. Aperçu historique du bolchevisme, 1935, reed. 1992, Ivréa.

      Robert Tucker, Stalin as Revolutionary, 1879-1929, Nueva York & Lon­dres, Norton, 1973.

      —, Stalin in Power: The Revolution from above, 1928-1941, Nueva York & Londres, Norton, 1990.

      Adam Ulam, Staline. L’hombre et son temps, Calmann-Lévy/Gallimard, 1977, 2 vol.

      Nicolas Werth, Être communiste en URSS sous Staline, Gallimard, col. “Folio”, 2017.

      —, La Terreur et le désarroi. Staline et son système, Perrin, 2007.

      —, Le Cimetière de l’espérance. Essais sur l’histoire de l’URSS, Perrin, 2019.

      11 Jruschov también leyó frente a los delegados reunidos a puertas cerradas en la noche del 24 al 25 de febrero de 1956 la dura carta de ruptura que le había enviado Lenin a Stalin el 5 de marzo de 1923.

      12 Koba es el nombre de un héroe georgiano.

      13 Esta tradición se rompió en el caso de Nicolás II, después del Domingo Rojo del 9 de enero 1905, cuando el zar ordenó disparar contra la multitud desarmada: eso había sucedido apenas veinte años antes.

      14 Es decir, la burguesía, la nobleza o la clase de los kulaks (campesinos ricos).

      15 GPU: sigla de Glavnoie Politiceskoie Upravlenie, Dirección Política de Estado, nuevo nombre de la policía política a partir de 1922 (reemplazó a la Checa).

      16 No se convocó ningún congreso del Partido entre 1939 y 1952, mientras que en la década de 1920 el congreso se reunía todos los años.

      17 85 sesiones en 1930, 20 en 1935, 6 en 1937, 3 en 1938, 2 en 1939.

      4

      Adolf Hitler,

       el demonio de Alemania

       Éric Branca

      Esa investigación