El siglo de los dictadores. Olivier Guez. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Olivier Guez
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Изобразительное искусство, фотография
Год издания: 0
isbn: 9789500211079
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clase de deportes (incluso equitación y vuelo a vela, hasta entonces reservados a una élite)… La contrapartida de todo esto fue un sólido adoctrinamiento, por supuesto. En su pasivo: el Volkswagen (el “auto del pueblo”, también llamado KDF-Wagen), financiado a partir de 1936 con un préstamo forzado, del que se privó al 90% de los suscriptores como consecuencia de la declaración de guerra, que reservó ese vehículo para el ejército.

      Paralelamente, el aparato represivo se racionalizó con la creación de la Gestapo (policía secreta de Estado) bajo el mando de Goering (antes de que Heinrich Himmler obtuviera, en 1936, el título de jefe de todas las policías) y la creciente cantidad de campos de concentración. El 14 de julio de 1933, el edificio se completó con la constitución del NSDAP como partido único, así como todas las organizaciones de juventud que existían se reunieron en la Juventud Hitleriana y los movimientos paramilitares provenientes de la República de Weimar en las SS o las SA.

      La realidad era sin duda más compleja. Röhm, partidario de la “revolución permanente”, le había advertido hacía mucho tiempo a Hitler sobre el “aburguesamiento” del Partido. Su prestigio entre sus adherentes más populares, especialmente los que provenían de las filas comunistas, empezó a preocupar al ejército, cuyo sostén era vital para el nuevo régimen… Pero al eliminar a ese personaje molesto, Hitler no había pensado solamente en su respetabilidad, incluso internacional: también respaldaba a Himmler y a los partidarios del racismo biológico a los que Röhm se había enfrentado desde el principio. Este giro político fundamental, cuyas implicancias ulteriores saltan a la vista, fue totalmente ignorado en aquel momento, al igual que otro aspecto, no menos capital, de la Noche de los Cuchillos Largos: la decapitación de la derecha alemana conservadora, encarnada por el ex canciller Schleicher, asesinado en la noche del 30 de junio al mismo tiempo que varios dirigentes de la corriente católica… Un detalle que los medios económicos tomaron en esa época como parte de las pérdidas y beneficios, demasiado felices al ver que el nuevo hombre fuerte eliminaba lo que quedaba de su ala izquierda.

      A la sombra del Führerprinzip

      Para que su dictadura fuera completa, le faltaba todavía un detalle: la desaparición del presidente Hindenburg. Esto se cumplió el 2 de agosto de 1934. Ese día, el Reichstag votó la fusión de las funciones de presidente y de jefe del gobierno. Hitler se convirtió oficialmente en Führer y canciller, un título que materializaba su poder absoluto y que fue plebiscitado por los alemanes el 19 de agosto, con el 89,9% de los votos. Pero hizo mucho más. Tomó personalmente el mando del ejército alemán y obligó a todos los oficiales y a todos los soldados a prestar un juramento de fidelidad no ya solamente a la patria, sino a su persona: “Ante Dios, juro solemnemente obedecer en todas las cosas al Führer del Reich y del pueblo alemán Adolf Hitler, comandante supremo de la Wehrmacht. Como un valiente soldado, estaré dispuesto en todo momento a dar mi vida para respetar este juramento”.

      Devoraba los libros (por gusto), pero detestaba leer informes. Reu­nía a sus colaboradores (aunque muy pocas veces a sus ministros) cuándo quería y dónde quería, pero solo por su conveniencia personal. Hay que leer el relato de una jornada de Hitler reconstruida por Claude Quétel para comprender que había adaptado su vida pública a sus hábitos de bohemia, adquiridos durante la década de 1910, y no a la inversa. Es cierto que, en los momentos más críticos de la guerra, se reunía con sus generales a la medianoche, pero no lo hacía para actuar lo más cerca posible de la situación, sino porque su jornada comenzaba a mediodía y se encontraba increíblemente desfasado con respecto al ritmo de la mayoría de los hombres de Estado, que solían estar activos desde la madrugada. Desayuno a las once y media de la mañana, almuerzo a las tres de la tarde, té a las seis y cena raramente antes de las diez de la noche, sesión de cine u obligación de asistir a un interminable monólogo del Führer hasta las dos o tres