El huésped. Sok-yong Hwang. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Sok-yong Hwang
Издательство: Bookwire
Серия: Colección literatura coreana
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9786077640165
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que habían atado los aldeanos, flameaban con el viento. Era el atardecer, las personas vestidas de blanco daban la espalda al crepúsculo y suplicaban al árbol con elogios. Cerca del tronco había un cuenco lleno de agua clara sobre una mesa pequeña y bajita. Oyó el susurro del hermano mayor: “Mira, ésta era la gran abuela, la anciana sentada con una cinta blanca atada en la cabeza, era la bisabuela. En casa la llamaban gran abuela o abuela mayor”. Ella me llamó con señas cuando volvía del trabajo del campo.

      —Oye, el último menor, menor.

      —Me llamo Yosop. ¿Por qué me dice el último menor?

      A esa abuela le temblaba la mano como si estuviera enferma.

      —Verás, el cielo castigará a tu abuelo y a tu padre. Ellos, contagiados por el fantasma occidental, registraron los nombres de ustedes de esa manera.

      —El creador existe de una sola forma en cualquier país.

      —Yo sé todo desde el principio. Los occidentales de nariz recta trajeron aquí los libros y los repartieron a todo el mundo. Nuestro antecesor era el abuelo Tangun, que bajó del cielo.

      —No. Decían que Jesucristo era Dios.

      —El hombre desempeñará un verdadero papel humano si guarda un profundo respeto por los ancestros. Aquellos hombres mostraron más reverencia al fantasma occidental, y el país se derrumbó y se destruyó.

      —Querido menor mío, saluda a este guardián y pídele lo que te digo.

      —Pero, ¿quién es éste?

      —No es otro que el guardián del monte Ami. Protege de la viruela que suele atacar a los niños. Por lo tanto, si le rezas con profunda reverencia, tendrás una larga vida y no te enfermarás de viruela.

      —Si lo sabe mi padre, me regañará.

      —Si le dices que tu abuela mayor te hizo saludarle, ni tu padre, ni siquiera tu abuelo, podrán decirme ni una palabra. No te preocupes de nada. Qué, ¿no lo saludas?

      Me invadió un extraño y terrible pensamiento. La bisabuela me obligaba a hacerlo para protegerme de la viruela que te deja marcas en la cara. Los ojos del guardián estaban tan resaltados que parecían anteojos, la nariz era muy baja, la boca marcaba una línea larga horizontal y los colmillos sobresalían del labio superior.

      —Gran abuela. Usted me ha dicho que este guardián siempre está a favor de los niños; entonces, ¿por qué tiene una cara tan terrible?

      —Ese tipo de semblante asusta a la viruela invasora del sur. Apresúrate a hacer tu reverencia. Ya, saluda ahora mismo.

      —Como sabes, el día que me ordené diácono, los jóvenes de la aldea y yo derribamos a ese guardián y lo tiramos sobre la hierba junto a la orilla del arroyo. Ese objeto que odiaron también los jesuitas quedó abandonado entre la hierba y pasaron unos dos años. Entonces, ¿no habrá sido arrastrado por la inundación?

      Yo, de nuevo, me respondo a mí mismo.

      —No creo haberme comportado bien. Lo saludé obligado por la gran abuela y por el terror a la viruela. Creí que aunque sobreviviera a la viruela tendría la cara marcada.

      La bisabuela y yo, a diferencia de los demás que estaban ocupados en casa, no teníamos nada que hacer. Por eso tenía mucho tiempo para estar con ella en su dormitorio, que estaba al otro lado del pabellón principal. Yo tenía dos hermanas mayores y un hermano casi 10 años mayor, Yohan. No tenía amigos que jugaran conmigo. Cada vez que visitaba a la gran abuela, me daba golosinas que tenía escondidas: los parientes se las obsequiaban como señal de reverencia. En verano me daba melones, sandías; en otoño, castaños y azufaifas; y en invierno, pasta de harina de trigo con miel y aceite, o por lo menos papas asadas. Ella me contaba muchos relatos antiguos.

      A unos 20 kilómetros al oeste de nuestra aldea se ve el monte Guwol, en cuya cima, llamada Sahuangbong, se encuentra un precipicio de rocas de forma rectangular. Decían que en tiempos muy antiguos el abuelo Tangun bajaba del cielo y pasaba allí el tiempo. Cuando era el momento de regresar al cielo, escondía su espada y su armadura en el interior de la cueva. Por esta historia, la piedra se llama “roca de los guantes”. También se decía que los japoneses habían horadado la roca para robar la espada y la armadura, pero no habían conseguido nada, pese a haber gastado mucho dinero. Durante la dinastía Chosun creíamos que el hijo del cielo era el abuelo Tangun. Cuando yo era joven, estuve en Guwol. Allí, en la cima del monte, había un templo budista, Peyop, delante del cual había un altar. Decían que desde esa roca plana Tangun había buscado un lugar adecuado donde fundar su reino. Allí están escritas las letras que significan “altar de Tangun”. Desde la cima de Siru, delante del templo Peyop, caminó hacia la zona de Songdangri y sus huellas están marcadas en las rocas.

      Esta abuela vivía en Namuri de Cheryong.

      Tu bisabuelo y yo pertenecíamos al estrato social medio. Los miembros de ambas familias supervisaban a los arrendatarios de las propiedades del palacio real en todo el territorio de la provincia de Hwanghae. Los abuelos eran trabajadores y poseían cierta extensión de tierras. En aquel entonces había pocos propietarios, pero cuando los japoneses colonizaron durante la dinastía Yi, todo el territorio fue arrebatado por la Sociedad Estatal de Oriente, de Japón, y por las cooperativas japonesas para la promoción de industrias. En esta situación, tu abuelo labraba nuestra tierra, mientras tu padre era el escribano del administrador de una huerta que pertenecía a aquella Sociedad de Oriente.

      Por un error, tu abuelo se convirtió en creyente de Jesucristo, el fantasma occidental. Se hizo amigo de su compañero. Decían que un misionero occidental había llegado por primera vez al puerto de Sole del pueblo Changyon, reino de Choson. A partir de entonces se convirtieron en cristianos no sólo los ricos, sino también los pobres de Changyon. El compañero de tu abuelo llegó a ser maestro de una escuela primaria. Era cristiano desde la generación de sus padres. Al pueblo de Sinchon llegó un evangelizador y los jóvenes se reunían todos los días para hablar del evangelio. ¿Cómo podía convencer una madre a su hijo ya adolescente? Aguantar aquella época fue muy difícil, porque se rompió la jarra de un guardián espiritual de la casa.

      Una mujer de la aldea me dijo que había ocurrido algo muy grave en su casa. Cuando le pregunté qué había pasado, me dijo que su hijo estaba haciendo una imposición de manos, lo que significaba someterse al espíritu. Me fui corriendo allá. Le preguntaron algunas cosas y después le mojaron el cabello. Decían que el espíritu occidental ya había entrado en él. En ese momento recordé que mi marido lloraba a gritos en casa por el moño que le habían cortado los japoneses en el mercado de la aldea. Yo también me indigné tanto, que lloré dando golpes al suelo. Desde entonces tu abuelo se hizo misionero cristiano de alto rango. ¿Quién se atrevería a interrumpir la conversión de su hijo al cristianismo? Yo tampoco pude hacer nada. Tu padre, por supuesto, cristiano, y mi nuera también hija de un cristiano por completo… Por eso, tengan presente lo que os he dicho.

      Tu abuelo no era el primogénito. Era el tercero de tres. Sus hermanos mayores fallecieron y él se convirtió en único. Tú también tendrás que cuidarte mucho. ¿Sabes cuánto terror nos daba la viruela extranjera? En esos años murieron cientos de niños, y los que sobrevivieron no sirvieron para nada. Tenían las caras marcadas.

      Una