El huésped. Sok-yong Hwang. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Sok-yong Hwang
Издательство: Bookwire
Серия: Colección literatura coreana
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9786077640165
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que había ansiado muchísimo ser un funcionario público. Pero desde que el abuelo empezó a estudiar en una escuela donde se aplicaba el nuevo sistema educativo occidental, dejó de prepararse para esa oposición. En 1894 se difundió por todo el territorio de Choson la rebelión Donghak,3 pero el abuelo que seguía al señor Cho Bansok, al final empezó a creer en Jesús. Posteriormente se reveló que el bisabuelo debió morir en algún lugar por golpes o enfermo fuera de su pueblo natal. Sin embargo, la familia de Liu siguió siendo arrendataria de los arrozales y campos. Y así pudieron ahorrar algo de dinero y comprar arrozales de considerable extensión, 100 000 metros cuadrados; y la familia se volvió rica.

      Yohan y Yosop, escuchad bien:

      Nunca he olvidado mi visita a Solnae en compañía del pastor Cho Bansok. El misionero Mekyonsi vivía en una humilde casa con techo de barro mezclado con paja y rodeada por un muro bajo de adobe. Antes de visitarlo, había escuchado hablar de él al hermano mayor Cho Bansok, quien le llevó dos docenas de huevos. Me había dicho que a los occidentales les gustaban los huevos, faisanes, pescado seco, harina, etc. El misionero tendría unos 30 años en aquel entonces. El hermano Bansok, delante de la valla de madera, preguntó: “¿Anda por ahí, señor misionero?” Y él le contestó en coreano con tono claro: “Entre, por favor”. Llevaba anteojos redondos, chaqueta, pantalones y un chaleco de lana. El hermano Bansok me presentó como su compañero de estudios. El misionero me cogió las manos y movió la cabeza; sentía sus manos muy calientes. En la pared estaba colgado un calendario; según me dijo, era el calendario solar. Además, delante de mí había un reloj de pared. Era la primera vez que veía una máquina de esas; por eso, cuando el péndulo se movía, sin darme cuenta mi cabeza también se movía de izquierda a derecha. El misionero Mekyonsi me mostró una Biblia cubierta de piel gruesa y un cuadro cubierto de cristal. Éste fue el primer encuentro con Jesucristo; se parecía mucho al misionero. Igual que Jesús, él también tenía el cabello marrón, bigote debajo de la nariz y barba larga. Jesús tenía el pelo largo como una mujer, en esto era distinto al misionero. La razón de que Jesús tuviera la nariz recta era debido a que era un hombre occidental. El misionero me preguntó:

      —¿Estudió mucho la Biblia?

      El hermano Bansok le contestó por mí.

      —Conmigo leyó la Biblia en coreano. Le expliqué algunas de sus dudas.

      El misionero me miraba amable a los ojos y me preguntó:

      —¿Ah, sí? ¿Qué parte le gustó?

      —Recuerdo la escena en que Abraham recibió la revelación de la fe cuando iba a sacrificar a su hijo.

      Cuando se lo dije, el misionero asintió despacio con la cabeza.

      —Abraham fue de otro tiempo. Jesucristo elige con su amor a todos los cristianos que creen en él.

      Escúchame bien, Yohan, nieto mío: ese mismo día recibí muchos favores del misionero. Su voz todavía resuena vivamente en mis oídos. Te diré qué aprendí ese día. Era la misión de un creyente y el gran amor de nuestro padre, el Señor. El misionero Mekyonsi nos visitó en nuestra reunión de lectura de la Biblia y me bautizó. En el verano de ese año se marchó para evangelizar y falleció de insolación. Con la hermana de Cho Bansok fui a Pyongyang y celebré el rito de la resurrección. ¿Escuchaste mis palabras? En cuanto regresé a casa, rompí la jarra custodia del hogar. Me gradué en una escuela de la misión en Pyongyang y recibí la imposición de manos del misionero. Tu madre era pariente de un hombre que se graduó conmigo en la misma escuela. Tus familiares paternos y maternos eran elegidos de Dios.

      —Mire, hermano mayor, el Señor me dijo también: “Ama a Ninue en vez de matarlo violentamente”. Ahora, ya sin rencor ni odio, tendrá que ir al paraíso. También lo esperan nuestros ancestros.

      —Verás, tampoco tengo odio. ¿No es una pena vivir en este mundo? No sé por qué estaba tan impaciente en aquel entonces.

      —Vayamos a visitar nuestro pueblo natal. Y después, usted, señor hermano mayor, tendrá que ir a donde debe ir.

      —No hay a donde ir. Nosotros vagaremos juntos.

      —¿Nosotros? ¿Quiénes?

      —Pues hay varios: tío Topo, Ichiro y muchos otros.

      —¿También están las hermanas mayores a quienes yo les llevaba alimentos?

      —Hay tantos como semillas y cereales.

      Cada vez la voz es más baja y la sustituye otra. Se empieza a oír suavemente el andar de la manecilla del segundero y luego empieza a aclarar. La aguja luminosa ya indica que son las tres de la madrugada.

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