Hoy en día se habla de premisas que son susceptibles de ser consideradas para conceptualizar y contextualizar las sociedades hiperconectadas, sobre la base de destacar el hecho de que estas sociedades se estructuran de acuerdo con la convergencia entre internet, el móvil inteligente y las redes sociales. Así mismo, se observa un incremento exponencial en la producción de información, que lleva a plantear un tamaño considerable del universo digital, hasta el punto de considerar la duplicación cada dos años de esta vasta cantidad de información (World Economic Forum, 2012). Es precisamente en este contexto de dinamismo y turbulencia en el que surgen procesos que favorecen la ciudadanía digital, construida a partir de las acciones de gobierno electrónico que conducen a propiciar mayor transparencia en los procesos de gestión pública, garantizando mayores posibilidades de participación de los ciudadanos.
Todo ello ha permitido la conformación de nuevos ecosistemas comunicativos caracterizados por la personalización y la cooperación en la producción y gestión de contenidos digitales e interactivos. Pero para que esta sociedad del conocimiento, del ingenio humano y la comunicación se consolide, no solo es necesario que los sujetos tengan acceso por igual a las TIC, sino que aprendan a utilizarlas de manera efectiva para la expansión de la inteligencia. De allí la importancia de generar propuestas aplicables en la escuela para insertar a los ciudadanos en las dinámicas de estas sociedades, ya que se requiere enseñar a aprender, para “saber conocer”, utilizando para ello los recursos telemáticos e interactivos.
Alarcía (1996) y Bueno (2002), en este sentido, señalaron que en el contexto del surgimiento de nuevas sociedades centradas en el conocimiento y la comunicación subyace la importancia estratégica del aprendizaje, y llegan a definir que la actual es también una sociedad del aprendizaje, expresión que propone nuevos conceptos asociados con las formas de desarrollo intelectual, es decir, formas mediante las cuales el conocimiento es construido, seleccionado, distribuido, comunicado y aplicado en la acción.
En este contexto cobra fuerza la idea de formación a lo largo de toda la vida, idea que reconoce la importancia de aprender a conocer (Unesco, 1996) como uno de los aprendizajes más importantes en el mundo actual, debido a que tiene que ver con el desarrollo y construcción de los instrumentos de la explicación, el descubrimiento y la comprensión del mundo circundante. Por ello este aprendizaje del conocer, que pasa indudablemente por el aprendizaje del manejo adecuado de las fuentes de información y los medios de expresión del conocimiento, debe desarrollarse desde la universidad en espacios académicos específicos para potenciar lo que se ha denominado como la inteligencia investigativa, concebida como el conjunto de competencias necesarias para acercarse al mundo con el propósito de problematizarlo, explicarlo, descubrirlo y comprenderlo. Tales procedimientos dependen de la forma o estilo de pensamiento, de lo cual se desprenden enfoques epistemológicos particulares.
De modo que aprender a conocer, que implica aprender a investigar, supone además el aprendizaje de la relación existente entre los estilos de pensamiento y los enfoques epistemológicos, los métodos y las técnicas de investigación; es decir, el aprendizaje de la forma como se conciben los sujetos y objetos de estudio, para entonces definir las posibles rutas para investigar, esto es, los caminos posibles para operacionalizar los procedimientos investigativos, que pueden ser de diferentes maneras, teniendo presentes diversos enfoques.
La tesis central que se pretende discutir en este libro es que si en las sociedades del conocimiento, la comunicación y el aprendizaje se necesita una educación centrada en el aprender a conocer, que implica aprender a investigar, entonces se requiere enmarcar el aprendizaje de las diversas formas de investigar y sus correspondientes procedimientos (inteligencia investigativa) en los estilos de pensamiento, enfoques epistemológicos de los cuales se derivan los métodos y las técnicas, utilizando para ello los medios telemáticos, informativos e interactivos (competencias informacionales).
Para fundamentar esta tesis, se consideran nuevas metáforas conceptuales como cibercultura y cibersociedad (Piscitelli, 1995; Joyanes, 1997), las cuales les plantean a las universidades desafíos para orientar sus concepciones, estrategias y procesos hacia el desarrollo y construcción de competencias para la investigación en el contexto de la sociedad digital emergente (Terceiro, 1996). Tal sociedad no solo le impone a los ciudadanos el saber utilizar los nuevos medios de expresión y comunicación, sino también desarrollar aprendizajes para conocer el mundo, lo cual pasa por aprender a indagar, aplicando procesos de cognición y estilos de pensamiento que confluyen en diferentes enfoques epistemológicos, a partir de los cuales aproximarse para leer las complejas y cambiantes realidades actuales.
En este estudio se parte de la premisa de que el propósito fundamental de la educación de este nuevo siglo es desarrollar competencias de investigación sustentadas en competencias para la gestión integral del conocimiento, el cual debe tener como base las TIC. Todo esto favorece la construcción de la inteligencia investigativa; estos tipos de aprendizaje e inteligencia tienen que ver con el desarrollo de conocimientos, habilidades, destrezas y actitudes heurísticas y procedimentales necesarias para seleccionar, jerarquizar, analizar y sintetizar la información y su posterior conversión en conocimiento y en acción. Se trata del aprendizaje sobre las operaciones y procedimientos investigativos.
El desarrollo de la inteligencia investigativa implica profundizar sobre diversos aspectos que tocan no solo la discusión de la cultura digital, la sociedad de la información o la era de inteligencias interconectadas —metáforas que se yerguen sobre lógicas diferentes del acceso al conocimiento y se caracterizan por emergentes formas de pensar, de construir e imaginar el mundo y de existir—, sino que también tiene que ver con la discusión sobre qué tipo de educación se requiere para impulsar el desarrollo de procesos cognitivos que le permitirán al individuo optimizar su proceso de aprendizaje y formarse en un mundo cada vez más globalizado y complejo. Por supuesto que al preguntarse por el tipo de educación que se requiere, también es necesario hacerlo por el tipo de universidad y de formación que se necesita con urgencia, que ya no estará centrada tanto en la transmisión de contenidos semánticos, sino en la construcción individual y grupal de estos para su posterior problematización.
Se trata de entender la inmersión en un momento histórico en el que es casi imposible imaginar el mundo, lo físico, lo tangible, lo contextual, sin aludir a los fenómenos de la información, el conocimiento y la comunicación. En todas las esferas en las cuales se desenvuelve el ser humano es evidente el surgimiento de una nueva realidad que se está articulando y organizando en función de los recursos informativos y cognoscitivos que, puestos en el vector omnipresente de la comunicación, atraviesan, como coordenadas, nuestro pensar, ser y hacer. Se asiste a un desplazamiento de los componentes que históricamente han empujado el desarrollo individual y colectivo. Antes la naturaleza aportaba la materia prima para apalancar la producción en serie, generadora de riqueza y bienestar. Ahora el lugar desde donde se construye el desarrollo y progreso de la humanidad es la mente, territorio total en el cual la información se recibe gracias a poderosos sistemas sensorio-perceptuales; luego se procesa mediante la aplicación de refinados procedimientos cognitivos y, posteriormente, fluye y se externaliza, lo cual da como resultado nuevas informaciones o la producción de conocimientos.
Negroponte (1995) planteó que es indudable la presencia de la sociedad de la información, en la cual los átomos se disuelven para dar paso a la conformación de un mundo digital que no es físico y se dibuja en nuestros cerebros. En este mundo digital, metafórico y simbólico, las autopistas de información circulan sin peso y con una velocidad casi instantánea. De manera que son los bits los elementos constitutivos de una nueva realidad que no es tangible, pero que está y envuelve. Pero el átomo no queda totalmente desplazado por el bit, porque ambos elementos comparten los espacios de la cibercultura, en cuyas empresas de información y entretenimiento se confunden. ¿La edición de un libro pertenece al negocio de la distribución de información (bits) o al de la fabricación (átomos)? La respuesta es que forma parte de ambos, en este momento histórico, pero esto cambiará, como producto del vertiginoso desplazamiento hacia la producción cultural en espacios virtuales, donde surgen nuevas lógicas discursivas e interactivas.