La conoció en un local bailable de Olivos. Solía salir de parranda con los de amigos. Ellos compartían su gusto por las actividades marginales. La muchacha se sintió impresionada por la personalidad avasalladora de aquel aventurero diferente a los varones que frecuentara hasta ese momento. Esa misma noche hicieron el amor en un hotel ubicado en Panamericana. Allí solía concurrir Ricky con los gatos frecuentados en el momento. Pero en esta situación la relación resultó de otro tenor.
El vendedor disfrutaba con el sexo violento. Era una forma de extraer de su mundo interno los sentimientos de posesión y deseo de pertenencia que indicaban el norte de su vida. En general las compañeras circunstanciales terminaban abandonándolo luego de los primeros encuentros. No aceptaban aquel impulso rayano en la violación. En esa ocasión la experiencia con Elisa fue diferente. Haciendo uso de la pasividad que le otorgaba su actitud vulnerable y sometida, ella dio muestras de disfrutar los bríos salvajes ejercidos por Ricardo en la cama. Él tomó debidamente nota de este detalle. Se interesó en aquella joven de pocas palabras, gran belleza estética y ausente de la realidad circundante. Él desconocía los alcances de la obra de un padrastro enfermo propagándose a lo largo de los años.
El vínculo se fue consolidando con el tiempo. En la alcoba los encuentros se transformaron en verdaderas violaciones. El espíritu posesivo de Ricardo se apoderaba de la débil muchacha. Ella quedaba a merced de los embates de un mundo cruel. Impulsados por la irracionalidad de su vínculo un día decidieron vivir juntos. Elisa trabajaba de decoradora. Era una notable artista plástica. En sus momentos libres perfeccionaba las técnicas de escultura y lograba sumergirse en aquel mundo paralelo. Perdida en los laberintos creativos poco le exigía a su particular pareja. Entonces, sin pedir permiso arribó Bruno. El embarazo fue resistido en su momento por Ricardo, pero la muchacha defendió fervientemente la decisión de ser madre.
—Vos tenés tus contratos, tus amigos y las amiguitas que no dejaste de frecuentar en esos clubs nocturnos. Por lo menos, dejame este bebé para que te recuerde en tus ausencias.
Ricky sentía pena por su mujer. Conocía las dificultades que tenía para establecer relaciones en el mundo. Así mismo, la dura práctica sexual a la que la sometía casi todas las noches despertaba en él una extraña sensación de culpa. No sabía cuál era el origen de esas distorsiones en su campo emocional pero no podía luchar contra ellas.
—Está bien —dijo, acariciando los largos cabellos de la mujer—. Tendremos el bebé. Pero yo le pondré nombre… Se llamará Bruno, como mi bisabuelo.
—Lindo nombre. Bruno, Brunito… Sí. Me gusta.
Habían pasado veinte años ya. Probaron todos los territorios posibles de convivencia. Durante ese tiempo sobrevinieron los golpes, las separaciones, los reencuentros seguidos de violaciones consensuadas. Cada uno cumplió con los designios del destino. O simplemente, se abocó a construirlos en el día tras día. Las imágenes se desvanecían en la pantalla mental de Ricardo. Se aproximaba, caminando lentamente, al lugar acordado para la reunión.
Todavía recordaba la voz del mafioso en el teléfono:
—Ya sabés. Te quedan cinco días. Si el dinero no aparece, secuestramos a tu familia. Esa gatita que te calienta la cama necesita un… servicio especial de mi parte, je, je…
Decidido, Ricky atravesó la puerta principal del templo donde el pastor Ramiro Rodríguez congregaba a sus fieles. El hombre puritano que había decidido convertirse en su socio.
3
La mansión de Juanito Sánchez hacía honor a la buena posición ostentada por su familia durante las primeras décadas del siglo veinte. Estaba ubicada en el bajo de San Isidro, zona reservada por entonces a las quintas de alta categoría. La casa tenía tres plantas. Contaba con seis habitaciones en el segundo piso, todas ornamentadas al mejor estilo francés. Típicas inclinaciones de la aristocracia local, siempre dispuesta al magnetismo ofrecido por la cultura europea. Las fiestas organizadas por Juanito eran famosas debido a la fastuosidad de sus desarrollos y la originalidad en sus temáticas. Pertenecer a la elite de los fiesteros de alta gama obligaba a participar de las mismas. Un ritual pertinente con los apellidos portados.
Los salones donde se desarrollaba la socialización de los invitados se encontraban en planta baja. En total, eran tres salas decoradas con estilos diferentes. La principal presentaba ornamentos en rococó. Generaba un ambiente recargado de sensaciones irreales. Las paredes estaban revestidas de gobelinos multicolores. El piso era de anchas baldosas, negras y blancas en disposición alternada. Ofrecían un aspecto de infinitud con respecto a su extensión. Todo estaba preparado para alterar la percepción de los sentidos. La permanencia en aquella mansión afectaba el concepto de realidad para quienes se sumergían en sus ambientes.
—Recordá que se trata de una fiesta de disfraces, Vicky —había dicho Verónica la tarde anterior luego de convencer a su amiga sobre la conveniencia de asistir al evento.
—¿Disfraces...? ¿Cómo es eso...?
—Sí. Las reuniones de Juanito son así. Extravagantes, como la gente que asiste a las mismas. Por ejemplo, nosotras.
—¿Qué decís, Vero? Yo no me siento ninguna mujer extraña… Todavía no me he acomodado en este mundo de ricos y fiesteros ni a tu existencia desmedida.
—Ya te irás acomodando, no te preocupes. Mi mundo no exige responsabilidades ni la toma de decisiones para resolver conflictos. Eso se lo dejamos a quienes disfrutan haciéndose problemas por las cosas.
—Todavía no me convence tu filosofía.
—Querida Vicky, la propuesta es bien sencilla. Una no se debe convencer de nada. Disfrutás la vida o te hacés malasangre con ella.
Victoria sonrió. Resultaba difícil ganarle una discusión a su amiga. Estaba demasiado decidida a vivir su impronta como para pensar en algún tipo de responsabilidad.
—¿Y yo? ¿Qué disfraz me voy a poner?... —preguntó, con tono inocente.
—No te preocupes. Algo vamos a encontrar en la tienda de la señora Hernández. Se especializa en disfraces para este tipo de reuniones., es buena amiga de mi tía. Mañana por la mañana vamos a su negocio y se lo damos vuelta. La temática de la fiesta es bien definida.
—¿Temática...? ¿A qué te referís?
—¡Ah! Olvidaba que sos novata en estas cuestiones. Juanito organiza los eventos siguiendo alguna temática especial. En este caso, el ánimo imperante es revivir un ambiente palaciego renacentista. Escenas de la alta aristocracia del siglo diecisiete, o algo parecido.
—El anfitrión no hace reparos en gastos, ¿no es así?
—Precisamente ese es el único atractivo del pobre Juanito para con el sexo opuesto, querida. La grandeza de su cuenta bancaria.
—Entonces, seremos cortesanas del mil seiscientos.
—Buena época para las locuras colectivas. El sexo era la única posibilidad que tenían las mujeres entonces para transgredir las normas.
—¿Y estaremos así, a cara descubierta?
—¡Ay, mi pobre Vicky! ¿Qué sería tu vida de no haberte cruzado con alguien como yo...?
—Supongo que ya estaría casada con cinco hijos, si eso te tranquiliza.
—La clave del éxito en estas reuniones es ocultar el rostro hasta transponer el umbral del dormitorio… todos usarán máscaras, antifaces, caretas. Seguirán el arrebato de sus fantasías.
—¿Máscaras? ¿Habrá embozados...?
—¡Sí, pequeña Vicky! ¡Habrá de todo! Y en el medio estaremos nosotras, haciendo historia. De esta reunión se hablará durante mucho tiempo en los círculos virtuosos de la sociedad. Nosotras podremos afirmar “allí estuvimos, en medio del paraíso”…
La noche