El último tren. Abel Gustavo Maciel. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Abel Gustavo Maciel
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9789874935434
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esos momentos una figura femenina atravesó el recinto. Su paso lento y provocativo llamaba la atención de los pocos asistentes al local. El colombiano mostró sorpresa en la mirada. Patricio sospechaba que el jefe sentía cierto temor ante la presencia de “la figurita difícil”.

      “Siempre le tuvo miedo”, se dijo, molesto con sus propias ideas. Proyectaba en don Alexis el resentimiento de imaginarla a Susana en el cuarto a merced del pelirrojo. La mujer caminó hasta ubicarse en la barra frente a los dos hombres. Esa noche su rostro se percibía serio y la mirada dura. El barman conocía aquella expresión. La vida personal de Alicia transitaba un territorio sellado a la vista de los demás. Ni el propio colombiano tenía acceso a sus secretos más íntimos.

      —¿Una bebida, señora? —preguntó Patricio.

      —Servime en vodka con hielo.

      Las palabras se escuchaban como una orden. El barman procedió a complacer el pedido.

      —Como ves, todo está tranquilo. Tal como te lo había mencionado.

      Vallejo hablaba con cierto recaudo. Estaba tanteando el terreno. Con Alicia nunca se sabía dónde uno estaba parado.

      —Esta noche estoy cansada, Alexis. Quisiera acostarme temprano.

      —Hoy vamos a descansar todos temprano…

      —¿La habitación cuatro permanece ocupada?

      —Sí. Todavía no he tenido tiempo de disponer de esa mercadería. Ven, vamos a la número uno…

      El colombiano abandonó la barra saliendo por un extremo de la misma. Alicia tomó la copa preparada por el barman. Lucía un vestido largo, de color azul brillante, profundamente escotado y con un provocativo tajo desnudando la pierna derecha. Sobre los hombros llevaba una estola de alto presupuesto. Los cabellos, ondulados y largos, caían como cascada insinuante sobre sus hombros. Tenía toda la presencia de una mujer refinada y deseable. Por algo la llamaban “la figurita difícil”.

      Don Alexis la tomó del brazo y caminaron rumbo a la puerta que comunicaba con los cuartos traseros. A Vallejo le gustaba hacer ostentación de aquella mujer, pretendida por todos sus asociados. Recorrieron la pista de baile con paso lento. Los hombres sentados en las mesas observaban al jefe con miradas de admiración y reconocimiento. Solo un verdadero varón podía mostrarse de aquella manera con tan preciada propiedad.

      Patricio los observó desaparecer tras la puerta custodiada por uno de los muchachos del jefe. Imaginó la plácida noche que le esperaba a Vallejo, alejado de los embates de un negocio donde resultaba necesario jugarse la vida cotidianamente. Pensó en Alicia. Don Alexis tenía estilo.

      La pareja transitó el ancho pasillo donde desembocaban cinco puertas decorosamente espaciadas. En una de ellas se encontraba parado un custodio. Vestía traje oscuro que denunciaba la presencia de un arma debajo de la cintura. La puerta, con trazos metálicos, tenía el número cuatro pegado en su frente. Caminaron rumbo a la habitación número uno. Al aproximarse al hombre don Alexis preguntó:

      —¿Todo en orden?

      —Sí, señor. No han querido probar la cena pero bebieron abundante agua. Uno se lastimó las muñecas intentando sacarse las esposas pero ya lo hemos solucionado…

      —Muy bien. Recuerden, los quiero enteros. En una hora comenzaremos otra ronda de interrogatorios.

      —Como usted diga, don Alexis.

      La pareja se dirigió a la primera habitación. Dejaron tras de sí al custodio. El hombre resguardaría la seguridad del cuarto donde se encontraban secuestrados los prisioneros.

      3

      [ ]

      Te conocí una tarde de invierno.

      Aquella línea de subterráneo se encontraba atestada como de costumbre. Me gustaba viajar en ella, mezclarme con la gente, observar esos rostros de esclavos modernos dirigiéndose a sus empleos para cumplir el pacto de sangre contraído con el demonio del trabajo. O rumbo a los hogares, donde esperan los vínculos enfermos tejiendo la trama de mecanismos inconscientes.

      Comprenderás, Alicia, que a los de mi condición nos atrae la idea de permanecer sumergidos en la maraña de aquella sustancia que odiamos.

      Las paredes frías del recinto donde me mantienen encerrado recrean la sensación de esos náufragos viajando apretujados en aquellos vagones. Los veo allí, aislados unos de otros, sin intercambiar palabras. Algunos leen el periódico, otros observan la nada a través de alguna ventanilla. Cada cual portando la soledad existencial que el alma adquiere cuando asume la ilusión de soledad. También es cierto que en esos antros subterráneos puedo obtener parte de la energía humana necesaria para continuar escribiendo la novela que seguramente dejaré inconclusa. Aquella historia de amor desesperado entre un hijo y su madre, vínculo generador de todo tipo de miedos a través del devenir humano.

      Pero continuemos con este diario. Después de todo, ¿a quién puede interesarle una novela escrita por un asesino confeso...? Sin embargo, recuerdo que era ese libro el que pulsaba en mi mente durante aquella tarde.

      El ruido de fondo resultaba ensordecedor. El traqueteo del vagón adormecía los sentidos. La historia pergeñada en las grietas inconscientes perdía mis pensamientos entre telarañas de grueso espesor. Había ciertos detalles que no encajaban en el final feliz que pensaba proponer. Esa era una época de finales felices para mí. De repente, una fuerza sobrenatural se apoderó de mis impulsos. Invisibles, esos campos inductivos suelen vagar dispersos por los ambientes asaltando a incautos.

      Giré lentamente la cabeza y te vi allí, sentada a escasos metros de mí. Todavía siento el poder de atracción que ejerciste sobre mi alma. ¿Quizás fuera la forma de mantener tu mirada perdida en un punto indeterminado del espacio? ¿O tal vez se trataba de un sentimiento más profundo, una atracción mística que suele generarse en los encuentros predestinados? La cuestión es que, furtivamente, te contemplé durante todo el viaje.

      El tiempo es el patrón de medida de nuestra consciencia mientras jugamos en estos Jardines, donde las flores marchitan su belleza irremediablemente. Son extrañas sus formas de expresión.

      Quizá esta afirmación que realizaré pertenezca al plano netamente subjetivo. Si fuera así, evidentemente no podría ser sometida a la prueba de identidad impuesta por la metodología científica. Lo concreto es que existen dos velocidades manifestándose en esta variable aparentemente independiente: un tiempo exterior y otro interior.

      La velocidad exterior resulta conocida y cuantificada por la consciencia de vigilia. Se encuentra atada a nuestro sistema trigonométrico de relaciones. El reloj, temido artefacto creado para aprisionar el alma a las limitaciones de una vida superficial, representa su máximo logro tecnológico. Poco se ha escrito sobre las terribles consecuencias que este dispositivo ha causado en la historia humana. De todas formas, la ciencia se ha encargado de revelar su carácter relativo a pesar de la rígida mecánica encerrada en estas máquinas esclavistas. La otra, la interior, es subjetiva. Lejos está de cualquier cuantificación que se le pretenda asociar. Por supuesto, resulta interesante descifrar su bajorrelieve, dado que en ello va el conocimiento de nosotros mismos.

      El deseo me indicaba la ilusoria sensación de un viaje eterno. Por eso, cuando te perdiste entre la multitud en aquella estación ignota, creí haber permanecido durante un siglo observando tu delicada figura. De allí en más no pude vivir tranquilo… El tiempo externo dejó de existir. Tu imagen me perseguía durante todos los momentos del día. Traté de dibujarte recordando los detalles más relevantes de tus formas. Empero, tanto entusiasmo resultó en vano.

      Desde ese día, como lo hace todo enamorado esclavo de sus propias cadenas, comencé a viajar por las tardes en la misma línea de tren. Buscaba la ilusión perdida entre aquellos fantasmas sentados siguiendo la serie de su recurrencia. El mismo vagón, la misma hora. Me familiaricé con esas personas regresando a sus hogares luego de cumplir la cuota diaria de esclavitud. Todo a cuenta de algunos billetes que luego transformarían en mayor dependencia.

      Abandoné la novela. El final feliz se perdió en