—No debemos pensar en el futuro, querida. Siempre nos dijeron que estaba a la vuelta de la esquina, pero no nos indicaron cual era. Fijate todas las esquinas que tiene Buenos Aires. Cada una con un futuro distinto esperando a los giles que las transiten.
Susana sonrió por primera vez. El barman disfrutaba de ese gesto. En los últimos tiempos había aprendido a robarle sonrisas furtivas.
—Si fuera así, habría tantas posibilidades para el caminante callejero que no se podría hablar de un futuro. Quizá tampoco de un destino…
—El destino se elige, querida mía.
—¿Y cómo puede haber tan solo uno para cada persona con tantas esquinas que tiene Buenos Aires?
—No te preocupes por el devenir, linda. Para gente como nosotros solo existe el presente. Ni siquiera el pasado tiene sustancia en este momento. Mirá, nena, los recuerdos solo sirven para entristecernos…
Susana bebió de su vaso. En esos momentos Patricio pudo percibir un horizonte de pasado en los ojos de la mujer.
—¿Cuánto tiempo hace que estás limpia...? —preguntó sin mirarla intentando mostrarse indiferente.
Ella volvió a beber, esta vez un trago largo. Hizo un gesto con la boca. Luego contestó, resignada:
—No conté los días… Una semana. Tal vez diez un poco más… Sabés como son estas cosas. Los años pasan y una trata de tener el control de la propia vida. Como si pudiéramos ejercer la libertad sin necesitar el andamiaje externo. Las muletas, algo en qué apoyarse.
—Este mundo es demasiado denso para ese tipo de libertad, pequeña.
Durante un minuto Patricio contempló a esa mujer que compartía el duro sendero que la vida les había impuesto. O simplemente el que eligieron desde algún plano inconsciente. La imaginó dentro de algunos años. Las arrugas propagándose por un rostro en el otoño de sus posibilidades, los ojos tristes transformando el verde paisaje en un horizonte marchito, sus pechos aún firmes y prometedores abandonados a la insistente atracción gravitatoria.
El barman buscó debajo de la barra. Allí tenía un compartimiento secreto que ni el propio Vallejo conocía. Ocultando el objeto en la palma de la mano derecha, deslizó la misma por sobre la superficie del mueble. Observó a Susana con una sonrisa. Ella se quedó mirando su mano con expresión distraída. Al principio sus ojos denotaron indiferencia. Cuando comprendió la razón del movimiento comenzaron a brillar extrañamente.
—A veces resulta bueno dejar de ser uno mismo por un breve lapso de tiempo en esta hoguera de vanidades… —comentó el hombre con voz calmada.
Susana colocó su mano por debajo de la de Patricio y sintió el contacto con el pequeño sobre. Con movimiento cuidadoso lo guardó en su bolso de mano.
—No puedo pagarte ahora —le dijo con ojos agradecidos.
—No importa. Entre amigos no existen las deudas.
Se miraron durante unos segundos. Ambos sonreían. En ese breve intervalo la eternidad expresaba sus designios.
La figura de don Alexis emergió por la puerta disimulada detrás de la barra. El barman pudo apreciar la tensión reflejada en el rostro del jefe.
—Prepárame un coñac —dijo con voz apresurada—. El de siempre.
—Sí, señor. Aquí tiene su bebida acostumbrada.
Como por arte de magia una copa de coñac apareció sobre la barra al alcance del colombiano.
—¿Lo prefiere caliente, don Alexis?
—No. Así está bien. Quiero sentir el calor del líquido atravesando mi garganta.
Vallejo contempló el panorama del local. Solo cuatro mesas estaban ocupadas en esos momentos. Las cosas se acomodaban según el plan. La movida que estaba realizando resultaba peligrosa. Aquellos dos incautos tenían amigos y la tranquilidad del ambiente podía cambiar en un instante. Tal vez a esos tipos se les cruzara por la cabeza actuar en consecuencia frente a la desaparición de sus socios. Pero tenía confianza en el plan trazado. Su nombre era respetado y temido en el ambiente. Sin embargo, no podía descuidar ningún movimiento. Observó con mirada pétrea a Susana. No le gustaba que sus chicas bebieran solas en la barra. La excepción era Alicia. Ella sí podía hacerlo, como otras cosas que hacía en las cuales el colombiano no tenía injerencia.
—¿Cómo andan las cosas con el comisario Ballesteros? —preguntó, intentando marcar territorio.
Susana borró cualquier atisbo de armonía en sus ojos verdes. Conocía muy bien a Vallejo. Aquel era un día donde don Alexis ocupaba a pleno su rol de liderazgo en ese grupo de marginales.
—Todo tranquilo —respondió de mala gana—. El hombre se la pasa preguntando por tu vida pública. Ahora quiere conocer tus amoríos privados… Pobre infeliz. Está obsesionado con verte algún día entre rejas.
—No es el único que tiene esos deseos, querida. Sigue recitando el libreto estipulado. Algún día el idiota se cansará de intentar escribir sobre el agua…
Aquella era otra de las tareas que el colombiano asignaba a Susana: realizar el trabajo de una doble agente. De esa manera controlaba el entorno, sobornando y anticipándose a las jugadas de los enemigos.
El comisario Adrián Ballesteros estaba concentrado en las actividades clandestinas de don Alexis. Conocía superficialmente el circuito internacional que movía Vallejo y la facturación anual generada por el grupo. De todas formas, el seguimiento de un clan como el del colombiano excedía sus posibilidades operativas dentro de la fuerza policial. Vallejo pensaba que el policía pergeñaba asociarse de alguna manera con el grupo. Los funcionarios argentinos tenían inclinaciones a las actividades empresarias pero sin hacerse cargo de pérdidas eventuales. Les gustaba contar billetes al finalizar operaciones rentables pero se ponían difíciles cuando se debía restituir patrimonio.
Susana venía desempeñando la función de falsa informante desde hacía unos cinco meses. El contacto lo había realizado un subcomisario amigo del colombiano. A la mujer le costaba ejercer el oficio. El policía era persona dócil, pero también podía volverse violento según las circunstancias. Principalmente cuando bebía más de la cuenta.
Patricio escuchaba la conversación manteniéndose al margen. Solía hacerlo cuando el jefe desarrollaba sus pláticas con socios o proveedores. Pero aquel diálogo en particular le interesaba, tal como le interesaban las cosas que comprometían a Susana. A veces proyectaba en su pantalla mental escenas donde el comisario y Susana se movían desnudos en la alcoba. En esos momentos una gran indignación lo embargaba.
El colombiano hizo un gesto dirigido a una de las mesas lejanas. Parecía un saludo. Habló con voz neutra:
—Ve y atiende al irlandés… Esta noche tienes libre el cuarto número dos. Al número cuatro no te acerques…
Susana terminó de beber su whisky. Observó al pelirrojo con rápida mirada. El irlandés le sonreía desde la mesa. Ella agitó su mano a la distancia.
—Y bien… —murmuró la prostituta por lo bajo—. Todo sea por la causa…
Caminó lentamente hasta la mesa indicada. Los dos clientes la recibieron sonrientes mostrando dientes desparejos y expresiones sinuosas. Conversó con ambos durante algunos minutos. Bebió algún trago mostrándose animada. Rieron formalmente. Luego, sin mediar señal alguna, el irlandés y Susana se pusieron de pie emprendiendo la marcha rumbo a las habitaciones traseras. El segundo en la mesa continuó consumiendo su bebida.
—Tranquilo, Patricio. Todo anda bien —acotó el colombiano una vez