La conquista del espacio estratosférico es apenas un minúsculo capítulo en la voluminosa enciclopedia del capitalismo. No hay espacio social, individual o colectivo, real o virtual, que no sea empleado por ese discurso. El hombre marcado en los campos de concentración fue un experimento (no consentido por el usuario) que preparó la conciencia social para lograr la trazabilidad moderna de los cuerpos. Se alquilan, se venden, se intercambian, y sobre todo los cuerpos se trafican bajo múltiples formas, algunas que todavía provocan una objeción crítica y otras que se van normalizando como ya sucede con los chips que se insertan en las personas como en perros y gatos para identificarlos y almacenar sus datos. La conquista del espacio mercantil adquiere proporciones inimaginables. En una suerte de horror vacui, hasta el más mínimo centímetro cuadrado de superficie urbana se aprovecha para anunciar y vender algo. Me llama la atención las estaciones de metro en Nueva York donde las barras de metal que forman los molinetes de acceso están envueltas en adhesivos que llevan impresos diferentes anuncios. El frenesí comercial es un virus que se expande y coloniza toda la superficie del mundo circundante, lo parasita y penetra en cada poro de la realidad física y espiritual.
El capitalismo, como todos los sistemas sociales y productivos que han existido, es un tratamiento y gestión de los cuerpos conforme al lugar que ocupan en la escala pública y privada. Cuerpos esculpidos, atléticos, obesos, anoréxicos, intoxicados, triunfantes cuerpos erectos o miserables carnes derrotadas, el paisaje urbano lo contiene todo. Sorprende el empuje a la mujer de los psicóticos que deambulan por las calles, desamparados de cualquier atención psiquiátrica, y que se esfuerzan por regular su goce mediante la mímesis de una femineidad sobreactuada. Travestismo imaginario, mascarada alucinatoria, clownismo de la gestualidad y la voz, drag queens sin oropeles que viven en la calle y dedican su actuación a una multitud indiferente que apresura el paso al compás de la música que suena en sus auriculares. De vez en cuando, algunos transeúntes detienen un segundo su marcha para observar cómo los servicios paramédicos recogen a alguien que ha alcanzado su límite.
IV
Las Naciones Unidas informan que un millón de especies animales y vegetales se encuentran amenazadas, una destrucción sin precedentes en la tragedia de la historia del mundo. Pero por cada una que se pierde, el sistema añade una nueva a la fauna humana. Mezcla de ágora, circo romano, bazar de maravillas, reserva natural de la teratología, manicomio de puertas abiertas, Nueva York es a la vez infierno y paraíso, espejismo del principio del placer y deleite de Tánatos, yo ideal y cuerpo despedazado. Aquí todo es absolutamente pragmático. Practical philosophy es una escuela que dicta cursos sobre filosofía de la felicidad: “Aprende a gestionar tu vida para que todos tus deseos se realicen”. Su mensaje se anuncia por todas partes, incluidos los vagones del metro. Miro su página web y descubro que fue fundada siguiendo las enseñanzas de Maharishi Mahesh Yogi, el gurú que adoctrinaba a los Beatles. Ahora denominan mindfulness a lo que en aquella época se llamaba “meditación trascendental”. El pragmatismo americano tiene también su lado naïf. Sorprende esta curiosa mezcla de racionalidad técnica y creencia en la espiritualidad de Oriente. La ingenuidad se extiende a la moda de lo “orgánico”, otra fabulosa industria del capitalismo para quien pueda pagar un dólar por una mandarina. Todo es ahora organic, incluyendo los productos de limpieza que emplean las tintorerías. Burger King y McDonalds se convierten en cadenas minoritarias que alimentan a las mayorías formadas por las clases bajas y pobres. Comer sano, no fumar, no beber alcohol, son las normas de regulación de goce en las clases medias y altas. Para que la cosa no sea demasiado aburrida, se admite espolvorear con cocaína los alimentos, porque incrementa la productividad y mejora el estado de ánimo. La creencia en la salud convive de manera curiosa con la sobredosis de opioides consumidos a niveles masivos. El capitalismo contemporáneo es trans, porque opera mediante un simbólico que, al desfallecer, transfigura los cuerpos de un modo nunca antes conocido. Bajo el imperio del simbólico antiguo, los cuerpos eran torturados por el amo. En la actualidad el sujeto entrega su cuerpo al goce del Otro, quiere recibir una nueva redención, pero la busca en un simbólico que se ha corrompido, un simbólico descompuesto que trans-torna y enferma los cuerpos, los perfora, los retuerce, sin imponer la fuerza, porque el cuerpo lo permite y lo goza. Es un simbólico que no está gobernado por el Nombre del Padre, sino por el superyó, que es el Padre sin Nombre, la voz anónima que no desea nada, sino que aumenta las posibilidades de la experiencia hasta alcanzar los límites de la muerte. Es el Padre que empuja al desafío, a la selfie en el borde de la azotea, a la fiesta toxicómana, o al mass shooting.
Una mujer obesa camina desnuda por Times Square en pleno mediodía. Solo lleva una pequeña braga, unos enormes auriculares conectados a su smartphone, un par de sandalias y unas gafas de sol. Algunos caminantes (todos con aspecto de turistas) se dan la vuelta, tratando de descifrar si se trata de una broma, si hay alguna cámara oculta, pero los más siguen su camino, indiferentes a la anomalía de ese cuerpo. La mujer sonríe, se la nota tan alegre que puede deducirse un estado alucinatorio crónico. A poco que repita su paseo desnuda por la plaza acabará incorporándose al paisaje, como el ejecutivo de Wall Street que ahora luce traje pero sin corbata, o el programador de Facebook que gana diez veces más que él, prefiere el uniforme pseudo-hippie, y calza Nike de seiscientos dólares. La gorda también tendrá su nicho de mercado. Acaba de estrenarse, y muy pronto todo el mundo podrá hacerse la foto abrazado a ella. Esa foto, ¿acaso no vale un par de pavos? No perdamos esa oportunidad.
Yo soy yo Actualidad del transexualismo, transexualismo y actualidad Irene Greiser
La actualidad del yo soy
Lacan convoca a los analistas a unirnos al horizonte de nuestra época y esa recomendación presupone una relación entre la época y los síntomas a contraer.
Violencia de género, pornografía, abuso sexual infantil y transexualismo son síntomas de nuestra actualidad que desde el psicoanálisis leemos como respuestas al malentendido entre los sexos.
La época de Freud no era la de Lacan y la época de Lacan no es la nuestra. Cuando el padre oficiaba como semblante de la ley y agente de la castración imponía la restricción del goce y la norma heterosexual. Lacan vivió la época del mayo francés cuyo slogan era prohibido prohibir y esa época promovió el sexo libre; la época actual donde todo parece estar permitido desde el orden medico-jurídico no trae aparejado una liberación sexual sino que justamente esa libertad pone de manifiesto una cierta banalización del sexo. Como señala Laurent, “asistimos a una desconfianza en el padre en tanto universal, en el padre que distribuye el goce según la norma heterosexual. Lo que prevalece en su lugar son los modos de goce, produciendo una multiplicidad de nominaciones que provienen del sujeto mismo”. Yo soy gay, bisexual, alosexual, drag, etc.
En cuanto a la identidad sexuada una variedad de elecciones se nos presentan en la actualidad. Muchos quieren ser mujer, otros convertirse en hombres, cambiarse de nombre, otros vestirse de mujer. Estamos en una época en la cual el sujeto asume una serie de nominaciones que parten del sujeto mismo bajo la modalidad del yo soy.
¿Pero podemos a todas estas diversidades nominativas ubicarlas como posiciones sexuadas?
Freud descubrió a través de la histeria de conversión una complacencia somática que convierte al síntoma en acontecimiento del cuerpo, pero las histéricas freudianas eran complacientes a la lectura del síntoma que develaba un sentido que giraba en torno al amor al padre. Hoy en día se pone de manifiesto ciertos usos del cuerpo que más que una complacencia somática dan cuenta de un rechazo del cuerpo que se tiene y los jóvenes, a su vez, no sólo dan cuenta del rechazo del cuerpo sino también de un rechazo a la lectura del sentido del síntoma. Ciertos síntomas de la actualidad ya no son tan charlatanes.
Esas formas de rechazo van desde las anorexias hasta una nueva modalidad en la cual los niños desde muy pequeños ponen de manifiesto un rechazo al cuerpo que tienen y se los escucha decir que han nacido en un cuerpo equivocado.
Si Freud en su época planteó un debate con el discurso médico-cientista hoy se suma otro debate fundamental con los Derechos