Género, cuerpo y psicoanálisis. Gustavo Dessal. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Gustavo Dessal
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789878372341
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estabilización a partir del transexualismo.

      Esto nos demuestra que no podemos reducir el sujeto al cuerpo. La ley supone además que este último daría la clave del sexo al cual pertenece el sujeto a través de la “vivencia personal” que se tenga de este. La ligazón entre el sujeto y el cuerpo no es obvia para el psicoanálisis.

      1- Trabajo presentado en el seminario del Departamento de estudios psicoanalíticos sobre la familia – Enlaces, “Azares del encuentro con el goce”, clase del 19 de septiembre de 2019.

      2- Observatorio de género, bipolítica y transexualidad perteneciente a FAPOL (Federación Americana de Psicoanálisis de Orientación Lacaniana).

      3- Lacan, J., Hablo a las paredes, Paidós, Buenos Aires, 2012, p. 40.

      4- Lacan, J., El Seminario, Libro 19, …o peor, Paidós, Buenos Aires, 2012, p. 17.

      5- Millot, C., Ensexo. Ensayo sobre el transexualismo, Catálogos, Buenos Aires, 1983.

      6- Lacan, J., El Semiario, Libro 23, El sinthome, Paidós, Buenos Aires, 2006, p. 64.

      7- Laurent, E., El reverso de la biopolítica, Grama ediciones, Buenos Aires, 2016, pp. 18-19.

      Durero, Miguel Ángel y Tiziano se cuentan entre esos grandes renacentistas que no se privaron de pintar un ombligo en sus bellos Adanes. Idéntico detalle figura en innumerables mosaicos bizantinos. Inútil invocar inadvertencia: el ombligo de Adán caldeaba los ánimos desde el medioevo. Era un símbolo, un estandarte, un arma, y así debieron de entenderlo tanto los creadores de esas obras como los clérigos y mecenas que las encargaban y costeaban. En efecto, el pecado original sólo sirve de base para erigir una moral religiosa si la gente puede identificarse con Adán. Por lo tanto, ese ombligo plantea un serio dilema. Si el artista quiere ser fiel a las Sagradas Escrituras, debe omitirlo. Ahora bien, ser humanos parece inseparable de tener a una mujer por madre y a un hombre por padre; pero, en nuestra magna saga, Adán, Eva y Jesús son excepciones (¡bíblicamente certificadas!), y, si Adán es diferente de mí, ¿por qué habría yo de cargar con su pecado? La falta de ombligo, signo de la singularidad del primer hombre, obstaculizaría mi potencial identificación con él. Ergo, a fin de que la religión alcance a todos, la sacra biología deberá ser discretamente puesta entre paréntesis, y un ombligo habrá de coronar el vientre adánico. Las esculturas de Dalí y de Botero no dejaron de testimoniarlo.

      Ahora bien, como un efecto directo (también indirecto, mediatizado por la cultura) de la ciencia moderna y, sobre todo, de sus aplicaciones técnicas, la lista de esas excepciones se ha extendido en gran medida. Los términos padre y madre perdieron la connotación natural de antaño, e incluso dejó de ser obvio que la pareja parental haya de ser heterosexual… ¡y esto cuando tal pareja existe! En consecuencia, las preguntas ¿Qué es un padre? y ¿Qué es una madre? se han tornado muy difíciles de responder.

      Desde Freud en adelante, los psicoanalistas no hemos sido ajenos a este devenir, y, en la tarea colectiva de desmantelar la supuesta evidencia biológica de la maternidad y de subrayar el carácter esencialmente cultural de la paternidad, hemos aportado y seguimos aportando lo nuestro. En este sentido Lacan dio un paso de gran alcance al distinguir el padre imaginario, el padre real y el padre simbólico, y otro aún mayor cuando aisló esa original función que (para aprovechar sus resonancias religiosas, y acaso como un guiño a los conspicuos jesuitas que seguían su enseñanza) bautizó Nombre-del-Padre.

      Definir esta función requiere partir del deseo. No el deseo en abstracto, sino el deseo del otro. Y no cualquier otro, sino ese Otro primordial del cual dependo y al cual debo, de entrada y con urgencia, descifrar e interpretar. Si por convención, costumbre o pereza decimos que ese Otro primordial es la madre (aunque, como dijimos, ello no sea ya un requisito indispensable y resulte cada vez más dudoso), nuestro punto de partida será el deseo de la madre, con su carácter enigmático y, al mismo tiempo, acuciante. ¿Qué quiere ella en lo que a mí respecta? Si no soy autista, este asunto, más que importarme, pronto pasa a ser el centro de mi atención, de mi mundo, de mi vida. ¿Bastará con adquirir un mínimo dominio de la lengua y lanzarle esta pregunta al Otro en cuestión, para luego esperar que, con buena voluntad, nos brinde la anhelada respuesta? Lamentablemente no. Por más empeño que ponga en respondernos, el Otro no podrá decirnos nada que no sean sus anhelos o sus aspiraciones, sus ideales o sus requerimientos. Jamás logrará formular lo que en sentido estricto denominamos su deseo, y no por accidente, negligencia o ignorancia, sino por causas estructurales.

      Algunas imágenes ayudarán a comprender esta desgracia. El protagonista del Poema conjetural de Borges se lamenta: él, que estudió “las leyes y los cánones”, declaró la independencia y anheló “ser un hombre de sentencias, de libros, de dictámenes”, está a punto de ser asesinado entre ciénagas y por bárbaros. No obstante, “un júbilo secreto” de pronto lo invade cuando descubre lo siguiente:

      A esta ruinosa tarde me llevaba

      el laberinto múltiple de pasos

      que mis días tejieron desde un día

      de la niñez. Al fin he descubierto

      la recóndita clave de mis años.

      En otras palabras, todos los pasos que este hombre dio antes de acabar su órbita, todos esos giros de su vida dibujan, en su recorrido íntegro –cuando “el círculo se va a cerrar”, dice– lo que habrá sido su recóndito deseo.

      Algo similar ocurre si enroscamos un alambre en torno a un anillo: tras repetir veinte veces el mismo movimiento, el alambre no ha dado veinte vueltas, sino veintiuna, pues además dio una vuelta al agujero central.

      La relación entre las vueltas contadas y la no contada remeda la relación entre las respuestas del Otro (sus anhelos, aspiraciones, ideales o requerimientos) y su deseo. Por más que ese deseo suyo palpite en cada una de sus respuestas, no equivale a ninguna de ellas –cuya serie, empero, forma esa “vuelta no contada” que animó todo el movimiento.

      Si dirijo al Otro la pregunta ¿Qué deseas en cuanto a mí?, pues, lo condeno a la impotencia, ya que todo lo que diga pertenecerá al registro de lo que espera de mí (sus demandas) o lo que quiere para mí (sus ideales), es decir, el de las vueltas contables, pero no al registro del deseo, que es la vuelta no contada. Esa respuesta, sea la que fuere, siempre falta. ¿Acaso mi pregunta quedará, pues, irremediablemente abierta? Tal vez sí, tal vez no…

      En suma, el inarticulable deseo de la madre (abreviémoslo DM) es un término que falta en el Otro. Ahora bien, en ciertas condiciones puede