Cuando volvió a casa, miró su buzón para ver si había llegado alguna correspondencia nueva. No había cartas ni facturas para pagar, pero sí dos invitaciones para ir a un bar que quedaba a unas diez cuadras de donde ella vivía. Esa noche tocaría una banda gótica. El sitio parecía interesante.
A ella le encantaba la música gótica y dark, aunque ya no se vestía tanto de gótica como durante su adolescencia. Ahora usaba otros colores, más que nada desde que se había casado con Juliann. No sabía explicar bien por qué había cambiado esa parte de sí. Si le preguntaban, tal vez diría que era porque necesitaba un look diferente para trabajar. Como fuese, lo único que conservaba de esa etapa era el pelo negro, pero solo porque se había acostumbrado a él después de tantos años de estar tiñéndoselo cada tres semanas.
Dejó las invitaciones sobre la mesa de la cocina cuando entró a su apartamento. Se preparó algo para almorzar y luego se sentó sobre el sofá con su laptop para revisar su correo y ver si Kevin había contestado su mensaje privado. Efectivamente, lo había hecho, y el mensaje de Kevin se leía así:
Estimada Alejandra:
Me ha parecido de lo más interesante el sueño que has tenido. Por lo visto, eres una protegida de las hadas, o algo por el estilo.
Tengo la impresión de que hay algo que debes recordar, mi intuición me dice que es importante.
No ando diciéndoselo a todo el mundo, pero soy psíquico y tengo un consultorio de consejería parapsicológica en Nueva Orleans. Tal vez podría ayudarte si vienes. No te preocupes por el dinero. Algo me dice que necesitas esa ayuda que puedo darte. Tus sueños son más que simples sueños y me gustaría ayudarte a encontrar su significado. Llámame por teléfono para acordar una cita.
¡Mucha luz! Kevin
Alejandra leyó detenidamente el mensaje de Kevin y agendó su número telefónico. Sin embargo, dudaba en llamarlo. Siempre había pensado que quienes se hacían llamar psíquicos no eran más que un grupo de estafadores que se alimentaba de la ilusión y la fantasía de las personas.
¿Cómo saber que Kevin no era uno más de ellos? ¿Cómo comprobar que era genuino? Finalmente, decidió no comunicarse con él por el momento, aunque lo haría más adelante si lo creía necesario. Luego cerró su laptop y se preparó para dedicarse a crear su obra maestra.
Juliann se sentía confundido. Se pasó el día pensando en el sueño de su esposa y los inexplicables sentimientos de melancolía que el recuerdo de aquel lugar provocaba en él. Sabía que también lo había soñado, y aunque poco recordaba sobre ello, ese sitio estaba marcado en lo más profundo de su ser. Si hubiera creído en vidas pasadas, habría dicho que en alguna de ellas él había estado allí, había vivido en ese lugar y había conocido a la hermosa pelirroja, quizás incluso se había enamorado de ella. Pero pensar en eso era una tremenda locura; necesitaba encontrarle una explicación lógica a todo.
Salió de su trabajo silbando, tomando el camino más directo a casa. En la segunda cuadra, vio un pequeño local de objetos antiguos y se detuvo a mirar la vidriera. Le gustó mucho un brazalete de plata antigua que tenía unos dijes en forma de extraños símbolos. Parecía el regalo perfecto para Alejandra, aunque no sabía si podría pagarlo.
Entró al local por curiosidad y porque algo parecía llamarlo. Un moreno de unos veinticinco años que se encontraba sentado detrás del mostrador abrió la boca bien grande al verlo.
—¿Qué haces tú aquí? ¿Qué buscas? —preguntó el muchacho, cuyos ojos eran de color ámbar. Su voz sonó un tanto hostil.
Juliann se mostró sorprendido ante semejante actitud. ¿Quién se creía aquel para tratarlo así? Si no fuera porque se notaba que solo él trabajaba allí, habría pedido hablar con su supervisor para quejarse.
—Quiero comprar el brazalete de plata que está en la vidriera. Pero si soy una molestia, no tengo problema en marcharme —dijo. El muchacho relajó su expresión al ver que él estaba interesado en adquirir algo.
—Disculpa mi falta de educación —le dijo—, te he confundido con otra persona. ¿El brazalete, pues?
—Sí —le confirmó Juliann, mientras el vendedor buscaba dicho objeto—. ¿Cuánto cuesta?
—No quiero dinero a cambio —le respondió el moreno, como si fuera lo más normal del mundo.
—¿Qué, entonces? —preguntó el rubio, sorprendido.
—Este objeto es mágico y su valor no se equipara a ninguna suma de dinero —dijo el muchacho, cargando su voz de misticismo—, pero... creo que tienes algo que yo puedo querer.
—¿Qué? —preguntó Juliann, cada vez más estupefacto.
—Un mechón de tu cabello. —Juliann soltó una carcajada al oír tamaña estupidez.
—¡¿Qué?! ¿Mi pelo? Me decís que el valor de ese objeto no se puede igualar en dinero. ¿Para qué puedes llegar a querer un mechón de mi pelo? Debés estar loco.
—Eso o nada —soltó el vendedor, sosteniendo el brazalete en sus manos—. Es lo que pido, lo aceptas o lo dejas.
—Bueno —aceptó, riéndose por dentro para no sonar maleducado—. Si estás loco, no es mi culpa. Cortá un mechón de mi pelo, tratá de no arruinarlo. No quiero que mi mujer se dé cuenta.
—¿Entonces el brazalete es para ella? —preguntó el muchacho.
—Pues, sí. Mi Alejandra merece algo especial.
—¿Alejandra, eh...?
—¿Hay algo de malo con el nombre? —preguntó Juliann, a la defensiva.
—No, nada. Solo que es un nombre poco común por aquí. Bueno, te cortaré ese mechón de pelo antes de que se haga tarde y tu esposa se preocupe por ti. Vamos, ven y siéntate en esa silla.
Juliann obedeció y tomó asiento en una silla antigua que estaba situada contra una de las paredes del pequeño negocio. El muchacho cogió una extraña tijera dorada que tenía sobre el mostrador, tomó un mechón también dorado y le dio un tijeretazo, quedándose con él en la mano.
—Listo —le dijo, alcanzándole el brazalete de plata, tras ponerlo dentro de una cajita azul—. Dile a tu mujer que Ildwin le manda saludos.
Juliann pestañeó. Ese nombre le resultaba conocido, pero no estaba seguro de cómo ni por qué. Este muchacho debía realmente estar loco. ¿Por qué habría de enviarle saludos a una mujer que ni siquiera conocía?
—Perfecto, que tengas un buen resto del día —se despidió antes de salir nuevamente a la calle, sin olvidarse de ocultar la cajita en su bolsillo mientras caminaba nuevamente a casa. Estaba feliz de haber adquirido alto tan lindo para Alejandra y más feliz aún por haberse ahorrado los miles de dólares que el objeto realmente valía. Ella estaría muy contenta con su regalo.
Cuando llegó a casa, ella se estaba bañando. En el suelo del cuarto extra se podían ver papeles de diario manchados con pintura. Juliann entró y reparó en el cuadro que Alejandra había comenzado. Parecía evidente que esa pieza sería una obra maestra; se la veía muy prometedora, aunque estaba en sus primeros estadios.
—¡Ale, ya llegué! —exclamó mientras volvía a la cocina.
—¡Hola, amor! —contestó ella desde la ducha.
Juliann posó su portafolio en la mesa de la cocina y allí vio dos invitaciones