Una vez envió el correo, vio que ya eran las cuatro de la mañana, y decidió acostarse otro rato.
Sabía que el día que comenzaba sería muy largo y necesitaría recargar todas las energías posibles.
CAPÍTULO 3
D
urante su hora libre de esa noche, Nikolav aprovechó para espiar a la pareja que olía de manera tan extraña, pero ocurrió algo inusual: la chica pudo sentir su presencia, aunque él estaba seguro de que no lo conocía en lo absoluto. No tenía memoria de haberla visto antes, ni siquiera había vivido antes en Estados Unidos, pues había habitado una dimensión completamente diferente durante toda su vida como vampiro. Era simplemente imposible que se conocieran de antes. ¿Cómo entonces había sentido su presencia?
Averiguó el número del departamento donde la pareja vivía y les dejó invitaciones en el buzón para ir al bar donde él trabajaba. Tal vez tuviera suerte y asistieran. Al menos eso era lo que esperaba con grandes ansias.
Luego había vuelto al bar y, durante el resto de la noche, no había podido quitarse de su mente a la hermosa muchacha y los sentimientos que ella evocaba en él. Experimentar un sentimiento por alguien le resultaba extraño, ya que la mayoría de los vampiros eran capaces de sentir únicamente las emociones más básicas, como el odio, uno de los más comunes en ellos. Esa chica, en cambio, lo hacía sentir diferente. Deseaba con intensidad llegar a conocerla, percibía que ella era alguien con quien podría pasar horas enteras hablando de cualquier cosa, alguien a quien podría quizás revelar partes de sí que él nunca antes había dejado ver. Pero... ella ya tenía pareja, y eso lo hacía enfadarse. Experimentaba celos del apuesto rubio que era su marido, aunque sabía que no tenía por qué sentirse celoso de él. Ella no le pertenecía. Aún.
«Si la quiero, puedo tenerla, casada o no», pensó. Un vampiro no tenía por qué preocuparse de que una humana lo rechazase, ya que podía usar sus poderes mentales para convencerla de que realmente quería estar con él. Ser vampiro tenía muchos beneficios.
Cuando Nikolav estaba terminando su turno, cerrando el bar, Barbara, una de las bellas vampiras que trabajaba con él, se le acercó.
—¿Qué sucede, Nikolav? Te noto distraído esta noche —comentó.
—No es nada, Barbie —contestó él con un tono frío—. Nada que no se pueda solucionar de manera simple.
—Es una mujer, ¿cierto?
Él la miró con el ceño fruncido. ¿Cómo se atrevía a preguntarle? Esos vampiros novatos siempre estaban tratando de darle consejos, como si ellos supiesen más de la vida. Nikolav no estaba de acuerdo con eso.
—No es de tu incumbencia —le contestó, echándole una mirada dura.
—Yo puedo hacerte olvidar —le dijo ella con una sonrisa seductora, guiñándole el ojo mientras se quitaba su delantal y lo ponía sobre una mesa—. Todavía falta una hora para que amanezca.
Nikolav le devolvió la sonrisa seductora. Hacía ya tiempo que no tenía relaciones con una hembra de su misma especie y ese día tenía ganas de algo intenso que lo ayudase a liberar las energías que tenía acumuladas. Barbara entendió el significado de esa sonrisa cómplice y velozmente lo empujó contra la pared, usando su fuerza y súper velocidad de vampira. No había nadie observándolos, todos los demás se habían marchado. Podían hacer lo que quisieran en aquel lugar.
Comenzaron a besarse con lujuria, arrancándose la ropa, que no serviría para ser usada nuevamente, y acariciándose con pasión, clavándose los colmillos el uno al otro de tanto en tanto, y en diversas partes, mientras sus cuerpos desnudos participaban en juegos peligrosos en aquel bar.
Nikolav se olvidó por un rato de la misteriosa mujer que había invadido sus más profundos pensamientos, mientras la vampira y él desataban su pasión el uno con el otro. A pesar de ello, por dentro, sabía que ansiaba algo diferente, algo que esa vampira, por más bella que fuera, no podía darle.
***
Alejandra se despertó con el aroma del café que Juliann estaba preparando en la cocina.
«¡Mierda!», pensó, «me he quedado dormida».
Miró la hora. Ya eran casi las siete. Saltó de la cama y fue a saludar a su marido con un dulce beso en la boca, mientras él ponía mermelada sobre unas rodajas de pan integral.
—¿Por qué no me despertaste para preparar el desayuno? —preguntó.
—Te oí levantarte en la noche y supuse que no habías dormido bien. No te preocupes, no llegarás tarde al trabajo.
—Eso espero —contestó ella, tomando una taza de café que estaba posada sobre la mesa de la cocina.
—¿Qué hacías en la sala anoche? —inquirió él.
—Tuve un sueño interesante en el que estaba en el mundo de las hadas, donde había un lago azul, montañas, un cielo violeta estrellado y un bosque encantado lleno de criaturas luminosas que volaban. Allí me encontré con un hada que se llamaba Lilum. Ella parecía conocerme. Yo le pregunté sobre los nueve mundos de los cuadros y me habló sobre ellos.
—¿Lilum? —preguntó él, luciendo pensativo— Pues ese nombre me resulta familiar.
—No es un nombre que yo haya escuchado antes, cielo —dijo Ale, preguntándose por qué le resultaría familiar a él.
—¿Cómo era esa hada? —quiso saber su marido, mordiendo una rodaja de pan con mermelada de fresa.
—Tenía el pelo rojo, con rulos. Sus ojos eran de color violeta... similares a los tuyos —dijo ella, recordando que los ojos de su marido siempre le habían parecido extraordinarios—. Sus dedos eran más largos que los de un humano y sus orejas eran puntiagudas.
—Interesante... —opinó él, todavía meditabundo.
—¿Por qué te resulta tan relevante?
—Porque... creo que también he soñado con ella.
Alejandra posó su taza de café sobre la mesa y miró a su marido.
—¿Qué? Eso es imposible. No podemos estar soñando los dos con alguien que no conocemos.
—Ya lo sé —dijo él— y algo me dice que ella tiene cierto significado para mí. Solo que no sé bien cuál. Contame, ¿qué hiciste cuando te levantaste?
—Pues había preguntado en un foro de Internet sobre los nueve mundos y miré allí cuando desperté. Un hombre llamado Kevin me había contestado. Me describió los nueve mundos de manera similar a la que empleó la muchacha en el sueño. Estoy realmente asombrada.
—¿Estás segura de que nunca antes habías leído sobre ello?
—Absolutamente. Ni siquiera me había interesado por todo lo que es metafísico. ¿Y sabés una cosa?
—¿Qué?
—Cuando estaba en el mundo de las hadas en mi sueño, podía sentirme como si finalmente hubiese encontrado mi hogar. Era un lugar realmente hermoso y yo sentía que pertenecía allí.
—Creo haber soñado con ese lugar también —confesó Juliann—. Te contaría mis sueños, pero la verdad es que no los puedo recordar bien. Tal vez deberías hacer un cuadro sobre lo que has visto. Seguro sería una verdadera obra de arte.
—Eso voy a hacer esta tarde, cielo —le dijo Alejandra, terminando su desayuno—. Sí, creo que voy a hacer un cuadro más grande que los que hago siempre. Va a estar espectacular.
—Muy bien —le dijo él—. Esta noche seguimos conversando sobre este tema.