Cuando volvió a la cocina, Juliann no estaba allí, sino que la esperaba en el balcón. Había puesto la mesa en ese lugar y había encendido una variedad de velas.
—Cena romántica... —le dijo, con una de sus más dulces sonrisas y una voz melosa.
—Mmm, eso huele demasiado bien —dijo ella, luciendo una sonrisa espléndida.
—Lasagna, tu plato favorito —anunció él al tiempo que le dejaba ver lo que había cocinado.
—Oh... se me hace agua la boca —replicó, tomando asiento mientras él le sostenía la silla.
—Y planeo hacerte muchas cenas románticas más. Todos los días de nuestra vida, inclusive.
—Alejandra se rio un poco ante esa propuesta.
—¿No te parece mucho? Se nos harán aburridas las cenas románticas.
—¿Sabés qué? Tenés toda la razón. ¿Una vez a la semana te parece bien? —Alejandra asintió.
—Me parece muy bien.
Comenzaron a comer; mientras, conversaban sobre sus planes para el futuro y el amor que profesaban el uno por el otro, tema habitual de sus charlas. Pero, de pronto, Alejandra tuvo una sensación rara en su espalda que le erizó la piel.
—¿Sentís algo raro? —le preguntó a Juliann.
—No, ¿qué pasa?
—Siento como si tuviera hielo en la espalda. Me parece que me están observando. Se dio la vuelta para mirar al edificio de enfrente y pudo ver una sombra en la ventana, alejándose de allí.
—Sí, nos estaban observando —dijo ella sintiendo un poco de miedo. Esa sensación le parecía demasiado familiar, como si la hubiera vivido antes, mas no podía recordar cuándo.
—Seguramente era algún curioso, amor —comentó Juliann, desestimando la situación—. No le hagas caso.
Ella asintió y siguió comiendo hasta terminar su plato. Ya casi se le habían ido las ganas de conversar. Se sentía extraña.
—No me siento bien —dijo y se levantó de la mesa—. Lo siento.
Su marido la miró como si estuviese buscando leer en ella qué estaba mal. Sin embargo, la verdad era que ni ella misma lo sabía. Caminó hasta su habitación antes de que él pudiera seguirla. Al entrar se dio cuenta de que había pétalos de rosa sobre su cama y sobre la alfombra de la habitación; Juliann se había tomado el trabajo de hacer todo eso por ella.
«No me merezco a alguien como él», fue el pensamiento que se cruzó por su cabeza. Sintió un dejo de tristeza invadir su corazón; carecía de algo para sentirse completa. Su mente le decía que ya lo tenía todo, que su marido era lo mejor que la vida podría haberle dado y que estaba feliz con lo que poseía, pero algo le faltaba y eso le producía un agujero en su corazón, dejaba un espacio que nada podía llenar.
Tenía ganas de llorar. No recordaba haberse sentido así desde que estaba con Juliann. ¿Qué sucedía? No podía comprenderlo.
Él apareció en la puerta de la habitación, viéndola con los ojos vidriosos.
—Ale... ¿qué te pasa? ¿Hice algo mal? Decime, por favor. —Alejandra lo abrazó silenciosamente y dejó las lágrimas caer.
—¿Qué te pasa? —repitió él, insistiendo. Ella tragó saliva, mirando a su marido a los ojos.
—No sé qué me pasa. De golpe me he puesto triste... y me han dado ganas de llorar. —Juliann le acarició la mejilla mientras la miraba comprensivamente.
—No te preocupes, cielo. Acostate a dormir y vas a ver que mañana todo volverá a estar bien.
—Ella le sonrió con los labios apretados, esperando que él tuviese razón. No le gustaba la forma en la que se estaba sintiendo.
—Pero... las rosas. Te tomaste un montón de trabajo para crear la atmósfera perfecta.
—Siempre hay un mañana, Ale. No te preocupes.
—A dormir, entonces —accedió, dándole un corto beso en la boca a su marido. Él le acarició el cabello al tiempo que volvió a mirarla a los ojos por unos instantes.
—Será lo mejor. No te olvides que te amo, no importa el humor en el que estés, no importa si estás contenta o triste. Te amaré siempre.
—Yo también —dijo ella sin poder encontrar palabras para expresarse. ¿Acaso su corazón albergaba dudas? Se negaba a sentirse así.
De inmediato se puso su camisón de seda color rosa y se acostó a dormir junto a su marido, para pronto sumergirse profundamente en el mundo de los sueños.
Ahora se hallaba caminando sobre un vasto campo verde, donde se podían ver caballos pastando en los alrededores. El cielo era azul y el sol brillaba intensamente, iluminándolo todo. Caminaba despreocupada, sabiendo que en ese lugar podía estar tranquila, que nada le sucedería. Era quizás el único lugar donde realmente estaba a salvo de todo.
«¿Pero de qué tendría que preocuparme?», se preguntó a sí misma, consciente de que no tenía ningún porqué.
Caminó hasta llegar a una playa bañada por el mar azul. Se sentó allí, dejando que el agua mojase sus pies y la relajase; necesitaba eso. El viento le acariciaba el rostro y hacía que su pelo se moviera salvajemente. Suspiró, cerrando los ojos para disfrutar cada sensación y toda la paz que el bello lugar le brindaba.
Cuando volvió a abrir los ojos, ya no estaba en la playa, sino que se hallaba en otro sitio. Era de noche y se encontraba dentro de la galería de arte donde trabajaba. Caminó hasta la habitación donde los cuadros habían sido guardados. Sorprendentemente, la caja fuerte estaba abierta, así que los sacó de allí sin problemas, con la intención de analizarlos con mayor detenimiento.
Cuando observó aquel en el que se veía un lago azul y el cielo violeta, se sorprendió al percibir que parecía haber tomado vida. Las estrellas brillaban en el firmamento y, en el bosque, se podían vislumbrar luces moviéndose. ¿Luciérnagas? Alejandra acercó su rostro al cuadro, tratando de ver los destellos con mayor detalle, pero de pronto, sus alrededores habían vuelto a cambiar. ¡Ahora estaba dentro del cuadro!
A esta altura, ya se creía completamente segura de que todo era un sueño. Se encontraba dentro de un bosque, y alrededor de ella volaban unas criaturas que desconocía pero que se asemejaban a pequeñas haditas luminosas.
«¿Serán hadas?», se preguntó, aunque algo le dijo que las hadas no podían ser así, por más que estaba segura de que nunca había visto una en persona.
Se sentó sobre el tronco de un árbol caído, mirando a las haditas con asombro y distinguiendo cómo brillaba la luz proveniente de su interior que dejaba una luminosa estela cuando estas se movían. Esas criaturas eran realmente fantásticas. Ella se lamentaba de no tener lápiz y papel para dibujarlas.
De pronto vio una figura femenina, caminando por un sendero en el medio del bosque, que se dirigía hacia ella. Era una joven muchacha poseedora de los más hermosos cabellos rojos, cuyos ojos color violeta dejarían sorprendido a cualquier mortal. Sus manos parecían más alargadas de lo normal y sus orejas eran puntiagudas. Sin embargo, y a pesar de esas singularidades, Alejandra pensaba que esta criatura era sumamente preciosa. La chica detuvo su mirada en Alejandra con asombro. Ella pensó que tal vez esa criatura nunca había visto a una humana y quizás ese era el motivo de su extrañeza.
—Ale, ¿qué haces aquí? —preguntó la pelirroja. Alejandra abrió sus ojos bien grandes, sorprendida. La había llamado por su nombre. Eso no era posible.