Aportes de la biología del suelo a la agroecología. Marina Sánchez de Prager. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Marina Sánchez de Prager
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Математика
Год издания: 0
isbn: 9789587835809
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África, el mijo africano, el arroz africano, el sorgo y el trigo. El café en Etiopía. Acompañando a las plantas, las especies animales domesticadas se remontan al pasado: los rebaños de ovejas, cabras, pequeñas especies como el conejo, cuy, gallinas, llama, entre otros, que aseguraban la disponibilidad de alimentos para los grupos asentados, aparece lo local, regional y se origina también el comercio en sus diferentes modalidades de intercambio [como complemento] (Harari, 2014, p. 150; Higham, 1990, p. 5).

      Los trabajos en equipo con ayuda mutua y conjunta, agrupaban a los miembros de la sociedad (Engels, 2003, p. 12), los conocimientos se apropiaban de abuelos a padres e hijos dentro de la familia, entre los vecinos y coterráneos. Constituían el acervo de saberes que permitían a los mayores y a los jóvenes asegurar la vida en comunidad.

      Anexo a la agricultura, según lo sostiene Patiño (1988, p. 101), aparece la matemática unida a las necesidades de mediciones, la ingeniería como instrumento para ejecutar obras de adecuación y de riegos, la variedad de alimentos generó la gastronomía que se convierte en símbolo de los territorios y de la cultura local y regional, la química, la orfebrería, textilería y las actividades de obtención de materias primas basadas en la agricultura. También están ligados el tratamiento de enfermedades — principios de la medicina—, el intercambio de productos y el comercio organizado (Esteva, 2004, p. 4). Es decir, el nacimiento de muchas ciencias está ligado a los asentamientos humanos que propició el desarrollo de la agricultura (Bravo, 1991, p. 16).

      «En el siglo I [a. C.], la inmensa mayoría de las personas en la mayor parte del mundo eran agricultores» (Harari, 2014, p. 96).

      1.1.5. La revolución agrícola transforma el ámbito agrario

      Así mismo, Sánchez de Prager, Barrera et al. (2017, pp. 256-257) afirman:

      El paso del Neolítico al desarrollo de las primeras civilizaciones surgidas en Egipto, Grecia, Roma y, luego el medioevo, en el mundo occidental conlleva profundos cambios culturales. Aparece el concepto de ciudad con sus propias demandas que conducen a transformaciones sociales, económicas, políticas y científicas, especialmente en esta última, la ciencia emerge como oportunidad para explicar los fenómenos de la vida y producir “transformaciones definitivas en el ámbito agrario, en la estructura de la propiedad de las tierras y el desarrollo de nuevas técnicas de cultivo” (Fratarelli, 2010, p. 13).

      Pronto, las civilizaciones que surgieron comprendieron que el manejo de la agricultura era vital para asegurar su supervivencia, al igual que la propiedad de la tierra (suelo, agua) donde se pudieran, inicialmente, establecer los cultivos y convertirse en símbolos de poder. Entonces, la lucha por la posesión de la tierra como bien natural de primera necesidad ha acompañado la historia del hombre y se ha traducido en guerras locales, regionales y mundiales.

      El feudalismo da paso a la burguesía antecesora del capitalismo. La edad moderna traerá consigo el fortalecimiento de la visión antropocéntrica del planeta, es la época de las monarquías y de la conquista de América (siglo XV), el encuentro de dos mundos con profundas transformaciones sociales, económicas, políticas y fundamentales en la agricultura. La edad contemporánea inicia a finales del siglo XVIII, con los profundos cambios que induce la revolución francesa, la cual, aporta hitos sociales trascendentales para la historia de la humanidad: el establecimiento de la democracia, al reconocimiento de los derechos humanos, para todos, además de avances científicos y técnicos insospechados. La sociedad dividida en clases sociales predomina en la historia de la humanidad (Delgado de Cantú, Cantú Delgado y Ramírez Magallanes, 2005, p. 5; Fau, 2009, p. 13).

      Cada uno de estos periodos dejó sus huellas en la agricultura: el riego, el arado, la siembra de especies como el trigo, la cebada, la lenteja, ganadería, pesca, comercio, los silos para proteger las cosechas. América conoció el trigo, el café, la caña de azúcar y el olivo, entre otros. España y Europa recibieron el maíz, el cacao, la papa, frijoles, tomate y diversidad de frutales. En la etapa contemporánea, ocurrió la mayor urbanización y concentración de la población en las ciudades con alta reducción de la comunidad rural, lo cual incide en la necesidad de producir alimentos y materias primas.

      La agricultura ha sido impactada por los cambios sociopolíticos y económicos que acompañaron las guerras mundiales, el advenimiento de la denominada Edad Moderna, con el desarrollo de las ciencias y el cambio de sistemas económico-sociales —del feudalismo al capitalismo contemporáneo— y sus avances cada vez más sofisticados —el capitalismo salvaje— que arrasa los sistemas naturales y sociales e impone un modelo dominante, en el cual, la concepción de naturaleza es de recurso antes que de bien natural finito2.

      1.1.6. De la agricultura a las ciencias agronómicas

      Cuando en la agricultura se aplican técnicas y tecnologías resultantes de esa ciencia emergente, surgen las escuelas formales de agronomía y profesiones adjuntas, como estrategia para difundir con éxito los conocimientos apropiados. Este movimiento se origina en Europa, unido al conocimiento científico que se fragmenta en campos del saber y luego se transfiere con éxito a Estados Unidos (Mora-Osejo y Fals-Borda, 2001, p. 149). Francia es un epicentro a partir de escuelas que señalan la necesidad de transformar la agricultura a través del desarrollo de máquinas, comprensión científica de procesos que suceden en el suelo y en las plantas, que pueden ser manejados a partir de técnicas y tecnologías. Esos conocimientos constituirán posteriormente el acervo de la revolución verde.

      Uno de los énfasis de estos estudios científicos se centra en el suelo, en la comprensión de la aplicación de procesos tecnológicos como la descomposición de la materia orgánica como fuente de nutrientes mediante el compostaje artesanal, la nitrificación, la fijación biológica de N2 el uso de estiércol de aves (guano). El cambio de estas fuentes naturales locales por fertilizantes de síntesis industrial —como la masificación del uso de urea en la agricultura y otros fertilizantes, con un alto costo energético aportado por el petróleo— está ligado a presiones industriales, en busca de nuevos mercados, una vez finalizadas las dos guerras mundiales en las cuales estos constituían material belicoso. En esta forma, insumos de la guerra con las consecuencias conocidas se incorporaron a la agricultura como insumos aparentemente propiciadores de vida, con total desconocimiento y despreocupación por sus efectos a largo plazo (Rodrigo, 2015).

      Al manejo del suelo se sumaron otras tecnologías, como la selección y conservación de semillas, la mecanización con grandes máquinas movidas por el petróleo, el manejo del agua, la fertilización química y todas aquellas tecnologías que consideraban, estimulaban la productividad de los cultivos. Estas herramientas tecnológicas constituyen el acervo tecnológico con el cual se vendió la revolución verde.

      En 1963, la Food and Agriculture Organization (FAO) realiza el Congreso Mundial de la Alimentación, en el cual se trazan políticas basadas en rendimientos y rentabilidad que instan a los países a adoptar el modelo de monocultivos dependientes de fertilizantes químicos y agrotóxicos (Barg y Armand, 2007, p. 7). Se impone así la agricultura convencional intensiva basada en variedades alimentarias de alto rendimiento, especialmente centradas en trigo, maíz y arroz, posteriormente viene la soya y el algodón. Todo el sistema de apoyo, las agencias internacionales de cooperación, el aparato científico-tecnológico y económico se orienta a este tipo de agricultura, olvidando el pasado biodiverso de la vida y de los seres humanos íntimamente ligados a los ecosistemas terrestres.

      Con estas directrices, en estos últimos setenta años, el énfasis de la investigación agraria ha girado en torno a los centros académicos, llámense institutos de investigación y/o universidades, por ejemplo, en su naciente ciencia, en torno al estímulo a monocultivos y semillas mejoradas de especies como el trigo, el arroz, la soya, el maíz, la papa, destinados a «solucionar el problema del hambre en el mundo» (Novás, 2005, p. 274). Se sofistica aún más en el siglo XXI con la aplicación de la biotecnología y de los organismos transgénicos para la producción monopólica de alimentos para el mundo y el desconocimiento de otras agriculturas alternativas que han asegurado la soberanía, seguridad y autonomía alimentaria del mundo y de sectores de poblaciones campesinas altamente vulnerables.

      Transcurrió este largo periodo hasta la actualidad, en el cual se ocultó a las nuevas generaciones