Todo sucedió en Roma. Anne Aband. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Anne Aband
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788494951930
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se reinicia un ordenador, estaría encantada de tomarla. Lamentablemente todo el peso de su pasado comenzaba a recaer sobre su espalda, especialmente cuando estaba sola, sin su compañera. Miró la hora. La mañana se había pasado volando, pero Alicia no estaba. Hoy no había vuelto a comer.

      —Saldré a dar una vuelta y quizá me pase por la consulta. Alicia creo que se alegrará.

      Con esa determinación salió de casa, mientras que un par de ojos la veían cruzar y tras esperar unos minutos, la comenzaban a seguir.

      Alicia tomó su segundo café en menos de una hora. Aún le picaban los ojos de tanto llorar. Su primo le había sustituido en el trato con los animales, estaba mirando los papeles sin leer absolutamente nada. Jorge le había enviado varios mensajes y llamado unas seis veces, hasta que dejó de enviarlos… y de llamarle. Ahí estaba ella, encerrada en su despacho, sin atender llamadas. Sin hablar ni una palabra. Con el corazón totalmente hecho pedazos.

      —¿Por qué he sido tan estúpida? ¿Cómo he podido creer en algún momento que la relación podría llegar a más? —Alicia apretó su rostro con las manos.

      Alberto le trajo un pequeño bocadillo que ni tocó.

      —Es mejor que te vayas a casa prima, siento mucho lo de ese cabrón y cuando vuelva a España, si me lo cruzo por la calle, le partiré la cara. Eso te lo promete tu primo. —Alberto se llevó la punta de sus dedos a su boca y besó en un gesto que había visto en una película.

      Alicia no pudo evitar sonreír un poco al ver la fiereza protectora de su primo.

      —Está bien. Me iré a casa. Recuerda que esta noche tienes una cita a las ocho en mi apartamento.

      —Pero ¿estás con ganas? Después de…

      —No importa. Es algo que tengo que superar antes o después. Y estar rodeada de mis amigos creo que es lo mejor en este momento.

      Dos fuertes timbrazos interrumpieron la conversación.

      Un golpe en la puerta les hizo adivinar quien era.

      —¡Renata! ¿Qué haces por aquí? —Alberto abrió la puerta de la consulta a la sonriente italiana.

      —Tenía que comprar un par de cosas y como mi compañera no ha venido a comer, me acerqué a buscarla. ¿Le pasa algo? —acabó susurrando.

      —Si, pero mejor ella te lo cuenta, si quiere…

      Renata asintió. Fue hacia el despacho de Alicia, que ya salía. Los ojos no ocultaban su disgusto.

      —Cara mia, ¿qué te pasa?.

      —Vamos andando a casa, te lo contaré.

      Se despidieron de Alberto que acudiría más tarde a la fiesta con su esposa.

      —¡Maledetto! ¡bastardo! —Renata tenía la cara enrojecida.

      —No pasa nada. Yo… En fin, las relaciones a distancia… nos habíamos dado un tiempo…

      —¿Aún lo excusas? Niña, no seas tonta. Es un cabrón y te la ha jugado.

      —Renata, necesito calma. No quiero enfadarme.

      —Pero ¡debes Debes enfadarte y gritar y patalear. No puedes decir que no ha pasado nada y llorar un ratito. Él te ha traicionado y lo mejor que podías hacer es irte esta noche con un tío y darte una buena alegría.

      —No. No quiero liarme con cualquier tío que aparezca en mi vida. Yo no soy así. Me recuperaré y en el momento adecuado aparecerá alguien. Además, aún no he hablado con él.

      Las chicas cruzaban un paso de cebra charlando animadamente. Francesco imaginó que Renata iría a buscar a la morena. Aún no se creía que hubiera aceptado ir a la cena. No le diría nada a la signora porque seguramente le retiraría del caso. Y la verdad, no quería eso para nada. Entro en una floristería cercana y compró un centro de flores para las anfitrionas. Había observado que a Alicia le encantaban las flores, pues en el parque se pasaba largos ratos observándolas, haciéndoles fotos con el móvil, mientras que sus perretes jugaban en el césped. Quizá cuando acabase el trabajo podría volver, «por casualidad», instalarse en el barrio y a lo mejor comenzar una relación con ella. O al menos conocerla mejor, sin el problema de incompatibilidad con su profesión.

      —¡Qué dices? —Renata paró en seco y tomó de los hombros a Alicia sacudiéndola menos ligeramente de lo que debía.

      —Yo…

      —No se merece que le dediques un solo pensamiento, ni un minuto, ni un segundo… ¡niente! ¡nada!

      Alicia miró a los ojos de su amiga que se había agachado ligeramente hasta ponerse frente a ella. Sus pálidos ojos azules destelleaban furia contenida. Nunca la había visto así.

      —Tienes razón, Renny —Alicia acarició el rostro de su amiga para calmarla—. Lo olvidaré. No se lo merece.

      La italiana tomó de la mano a la joven morena que le correspondió con un abrazo sincero. Algunas fotos fueron tomadas en ese momento, quizá podrían ser aprovechadas en algún momento.

      Agneta miró con ojos de tigresa al único hombre que no era gay o estaba comprometido. Apreciaba a Alicia, pero necesitaba un hombre en su vida, cualquiera, y ese candidato alto, con pinta de boxeador, pero guapo, estaba muy a mano.

      Francesco comenzaba a sentirse incómodo por el acoso de la joven rubia. Desde que se la habían presentado, en casa de Alicia, no se había separado de él. La música de jazz sonaba suave y las risas eran un buen complemento. Todos parecían alegres, el jefe de Alicia, que resultó ser su primo, hablaba de su futuro hijo, mientras los demás bromeaban con los nombres que había elegido. Alicia estaba en la cocina. Ya llevaba mucho tiempo ahí.

      —Perdona Agneta, voy a buscar un refresco.

      La dejó con la palabra en la boca y se levantó del sofá dirigiéndose a la cocina.

      Alicia estaba delante del fregadero, de pie, mirando al infinito a través de la ventana de la cocina.

      —¿Qué piensas?

      Ella se sobresaltó ligeramente.

      —Ah, hola, ¿necesitas algo? —sus ojos estaban enrojecidos.

      —¿Qué te pasa?

      —Bueno, nada, yo…

      —Entiendo que no quieras contarme. Pero si necesitas algo…

      —Gracias Francesco. Supongo que todo tiene solución, más tarde o más temprano.

      —Así es. Mi madre siempre me decía que cuando se cierra una ventana, se abre una puerta… o algo así.

      —Creo que es al revés —Alicia no pudo evitar sonreír al ver la cara de confusión del hombre—. sabes, lo de la puerta y la ventana…

      Francesco sonrió apoyándose en el armario de la cocina, muy cerca de ella. Cruzó los brazos descuidadamente, su camisa se ajustaba marcando sus fuertes brazos. Alicia no pudo evitar mirarlos con admiración.

      —Venga, dime. Soy casi un desconocido. Puedes contarme cualquier cosa. No se lo diré a nadie.

      —Las cosas no salen siempre como una querría. —Alicia miró tristemente al hombre—. Verás, yo tengo... tenía un novio en España y, aunque nos dimos un tiempo, tenía esperanza… y bien, se ha acabado.

      —Lo siento. ¿Hoy habéis roto?

      —Las nuevas tecnologías son maravillosas y a la vez terribles. Una conexión inesperada de vídeo puede descubrir mentiras e infidelidades —Alicia sonó más enfadada de lo que pretendía— así que ahora mismo, no quiero saber nada de ningún tío. Creo que por fin he conseguido enfadarme.

      —Enfadarse