Todo sucedió en Roma. Anne Aband. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Anne Aband
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788494951930
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Ahora, había fruta y verdura fresca, había vuelto a cocinar y hacía gustosa la comida para ambas.

      Era domingo y prepararía unas hamburguesas de mijo y zanahoria con salsa de almendras. Se sentía llena de energía.

      Salió con su habitual glamur a pesar de estar recién levantada. Alicia estaba sentada junto a Calígula, el perrito que su compañera estaba adiestrando. Parecía preocupada.

      —¿Qué te ocurre, cara mia? —saludó a la joven dándole un beso en la coronilla.

      —Esta mañana hemos tenido un accidente, Calígula ha mordido a un chico y gracias a Dios que no ha querido denunciarme.

      —¡Vaya, qué raro! Si Calígula es muy bueno.

      —Sí, he observado que es muy bueno con las mujeres, pero con los hombres no. Tal vez quien le maltrataba era un hombre. El caso es que lo he curado, pero estoy preocupada. ¿Y si al final decide denunciarme? Tendría que volver a España.

      —No te preocupes, conozco a un abogado en tal caso, tranquila cara. Si el chico no ha denunciado es porque no era tan importante. Mira, voy a preparar unas hamburguesas de mijo y fusilis con ajos tiernos, ¿quieres que le invitemos a comer? Así te quedas más tranquila.

      —No sé. Parecía un chico agradable, pero no lo conocemos Renny, puede ser cualquier maniaco —acabó Alicia riéndose.

      —Como quieras bella, quizá puedas intentarlo, nada más.

      Alicia pensó en invitar al joven. Parecía educado y desde luego muy atractivo, pero no lo conocían de nada, así que solamente lo llamaría más tarde para ver qué tal estaba.

      Alicia llevó a Calígula al día siguiente a sus dueños. Les comentó el incidente con el joven y se quedaron apesadumbrados. Dudaban si sacrificarlo. Lo habían recogido de una casa abandonada donde había estado atado casi hasta morir de hambre y sed. Había sido maltratado y lo tuvieron que operar de una patita. Ahora se estaba recuperando, sin atacar a nadie, pues al principio fue desconfiado y agresivo. Gracias a Alicia se había adaptado a una vida normal. Quizá aquel joven le recordase a alguien de su vida pasada y por eso lo atacó.

      Alicia se estremeció. Ayer por la noche había hablado con él y le había asegurado que estaba bien.

      «¡Tiene mi teléfono y sabe dónde vivo!”, pensó asustada. No parecía mala persona, pero los perros tienen intuición e instinto…

      Su primo Alberto consoló a la apenada Alicia. Los dueños actuales de Calígula, que tenían un bebé, no se atrevían a llevárselo. Aun con buena voluntad, la decisión estaba tomada. Sacrificarían al perro. No podían hacer nada, si no lo adoptaba alguien, deberían hacerlo. Solo tenían dos semanas para encontrar a alguna persona decente que pudiera cuidarlo.

      Alberto estaba también muy disgustado, pero, sobre todo, por su prima. Salieron de la consulta muy tristes y ella se echó a llorar. Alberto la abrazó cariñosamente y se fueron caminando hacia el restaurante donde comían a diario. Alberto pasó el brazo sobre los hombros de Alicia mientras ella apoyaba su cabeza en él. Llegaron al restaurante donde habían quedado con la esposa de Alberto que venía del ginecólogo. «Al menos, ver una ecografía de mi primito me alegrará el día», pensó Alicia.

      Francesco se había acercado a la clínica. Quería saber si todo había ido bien, no quería que sacrificasen al perro. Los vio salir y se fue antes de que entraran en el restaurante. Si tenía alguna loca idea de tener algún tipo de relación con la joven española, ya la había desechado. Ella ya estaba comprometida con su jefe.

      Parecía una chica sensata y era muy atractiva, al menos para él. Bueno, de todas formas, ella era una parte de su trabajo y era mejor no mezclarlo con temas personales.

      —El contrato tiene que ser nuestro —susurró Mendella—. Hemos de conseguirlo antes que Baselli.

      —Sabes que no cederá —le dijo su joven ayudante, Pietro, mientras se hurgaba las uñas con la navaja.

      —Pietro, ¡deja de hacer eso! Pareces el mafioso de una película americana —gritó Franco Mendella al hombre que vestía un traje negro de Valentino y que ponía los pies sobre su mesa de ébano.

      Pietro bajó los pies y recogió su navaja. Su tío estaba más nervioso cada día. Necesitaba conseguir el contrato con el gobierno para suministrar las piezas de construcción, pero Baselli había hecho una mejor oferta que su empresa y, a menos que se retirase, le darían la concesión. Suponía una gran diferencia: enriquecerse, o arruinarse. Si su tío Franco se arruinaba, él también lo haría. Y eso no entraba en sus planes.

      —Tío, tenemos que buscar el punto flaco de Baselli. Aparentemente está limpio. No tiene amante ni escándalos. Su esposa falleció, incluso la respetó mientras estuvieron divorciados y su hijo también. Sólo le queda su hermana y su hija. Que yo sepa, su hermana no tiene nada de particular. Ahora, su hija, es otra cosa.

      —¿Dónde está ahora?

      —Ya salió de la clínica. Según mis informes está viviendo en una zona bohemia, por su cuenta, pero seguro que anda metía en algún lío. Podemos intentar ver cómo sacar provecho de su pasado de drogas y alcohol y ponerla en una situación comprometida, para que su padre se sienta avergonzado.

      —Hazlo. Busca lo que sea y encuentra algo para que papá Baselli tenga que tomar una decisión, por supuesto, favorable a nosotros.

      Pietro se relamió mientras salía del despacho de su tío. Hacía tiempo que quería echarle el guante a la altiva Renata Baselli. Cuando acabase con ella, ya no volvería a recuperarse.

      —¿Qué te parece si hacemos una fiesta para celebrar que han adoptado a Calígula? ¡Así te animas!

      Alicia miró a Renata con tristeza. Se alegraba de que una mujer que vivía a las afueras, en una pequeña casita con jardín y otros perros adoptados, hubiera adoptado al perro, pero lo echaba de menos. Tras varios días seguidos de entrenarlo y conseguir que se comportara, le había tomado cariño y ahora se sentía tristona, pero siempre le pasaba igual con todos los pequeños que entrenaba.

      —Sería bonito hacer una fiesta, pero con pocas personas. No me apetece que nuestros caseros protesten. Podemos invitar a Paolo, a Lorenzo y también a Agneta.

      —¿Y qué hay del chico del mordisco? ¿Francesco se llamaba?

      —Sí, pero apenas lo conozco. Lo he visto corriendo en el parque y hemos hablado dos palabras… no sé.

      —Invítalo. Paolo es gay y Lorenzo tiene novia, ¡al menos que haya un soltero!

      —¿Quieres ligártelo?

      —No, cara, no para mi, ¡para ti!!

      —No Renata, ya sabes que tengo un novio en España, y yo…

      —A veces eres tan inteligente y a veces tan tonta…

      Alicia le miró enfadada. Ella creía en la fidelidad. Y esperaba que la relación con Jorge pronto volviera a ser como antes. Tal vez ahora estaban un poco separados, pero de vez en cuando se llamaban y se enviaban mensajes. Al menos una vez a la semana.

      —Que te envíes un mensaje a la semana no significa que tengas una relación.

      —Mala befana, me estabas leyendo el pensamiento…

      Renata se rio alegremente. Y levantándose tomó el móvil de Alicia y comenzó a enviar mensajes.

      —Bien, tenemos a Paolo y Lorenzo que vendrá con Eva. Agneta supongo que vendrá sola porque ha roto con su novio. Y podemos decirle a tu primo que se pase con su esposa. Y Francesco, claro.

      —Está bien… tú ganas. Pero no insistiré. Si viene a la primera, bien. ¿Este viernes?

      —Sí.

      Renata se sentía