Todo sucedió en Roma. Anne Aband. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Anne Aband
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788494951930
Скачать книгу
que podía contarle cualquier cosa. «No, cualquier cosa no. No puedo contarle que soy la heredera de una de las mayores fortunas de Italia y que tengo una cuenta en el banco con seis o siete cifras, además de casas y coches. Pensaría que le estoy tomando el pelo, o que estoy mal de la cabeza. No, no puedo decirle.» Sí que habían hablado de su pérdida, de cómo amaba a su hermano, de su infancia, de lo unidos que estaban, y de las relaciones con sus padres, pero sin decir quienes eran.

      Al menos mientras viviera con ella, además de descansar y recuperarse, intentaría hacer todo lo posible para hacerla feliz y para que encontrara una pareja que le hiciera disfrutar de la vida. Ese era su nuevo objetivo en la vida y estaba feliz porque por primera se estaba ocupando más de alguien que de ella misma.

      Renata salió rápida de casa, iría a comprar al mercado un poco de todo. Había conseguido convencer a su compañera de piso que ella correría con todos los gastos. Claro, ella no sabía que tenía dinero de sobra. Además del efectivo con el que salió del hospital, había sacado algo del banco. Sólo por si acaso. Y seguramente más de lo que Alicia ganaría en un año, se sentía algo incómoda por eso.

      La mañana estaba fresca a pesar de estar a finales de julio. Bajó alegre las escaleras saludando a los caseros que regresaban de su paseo matutino. Paolo estaba abriendo la puerta de la casa de al lado, donde vivía alquilado también, junto con un chico moreno.

      —Ciao Renny, ¿qué tal estás?

      —Ciao Paolo. Voy a comprar. Mañana tenemos fiesta en casa de Alicia. ¿Te vienes?

      —Sí, claro. Mira te presento a Gio, mi nuevo compañero de piso.

      —Tanto gusto. —Gio se inclinó educadamente.

      —Gio, vente a la fiesta así conoces a tus vecinos. ¡El viernes a las ocho!

      —Bueno, no te sientas obligada, no hay problema, yo me quedo en casa y…

      —De eso nada, ven a la fiesta. Seremos poquitos y nos conoceremos. ¿Alguna alergia o manía a la hora de comer?

      —Ninguna.

      —Perfecto. Nos vemos entonces el viernes.

      Paolo sonrió a su vecina. Estaba muy contento porque ayer su compañero de piso tuvo que volver a su país de repente y poco más de dos horas despúes de haber colgado el anuncio en Internet, ya había conocido a Giovanni. Un chico joven, abogado, gay, como él, y muy atractivo. Un morenazo con el pelo corto y los ojos rasgados. No muy alto, pero tenía un sex appeal salvaje, de chico malo que le atraía mucho.

      «No debería pensar con el pantalón, pero ¡qué más da!»

      Gio sonrió, «qué fácil ha sido».

      Alicia tenía el teléfono en la mano desde hace un buen rato. Aunque Renny le había convencido de que llamase a Francesco, no las tenía todas con ella. Miró la pantalla del móvil como si fuera un oráculo que tuviera todas las respuestas.

      De repente una notificación le saltó. Un mensaje. Y justamente de Francesco.

      —El oráculo ha hablado —sonrió Alicia.

      Hola Alicia, ¿qué tal estás? ¿Qué tal Calígula en su nueva casa?

      Hola Francesco. Bien. Está muy contento.

      Me alegro.

      Quería decirte.

      Dime.

      El viernes, ¿tienes algo que hacer?

      Creo que no. ¿Por qué?

      Vamos a hace una pequeña cena con amigos. ¿Te vienes?

      Francesco dudó. ¿Sería bueno ir? ¿Se estaba implicando demasiado?

      Si no puedes no pasa nada, entiendo.

      Perdona. Estaba mirando la agenda.

      Ya…

      Si sigue en pie iré.

      Perfecto, a las ocho.

      Ciao

      Ciao

      —No podía ser una conversación más aséptica —le dijo a su reflejo en el espejo— ¿tú qué crees?

      El reflejo le devolvió a una chica morena, con ojeras, sin maquillar apenas y con el pelo recogido en una coleta alta; una chica muy normal, como le gustaba definirse, siempre por debajo de su verdadero valor según su madre.

      Francesco era un chico muy agradable, alto y fuerte, una mezcla entre un jugador de balonmano y un boxeador. Llevaba el pelo largo y ligeramente rizado cubriéndole el cuello y una barbita a medio crecer. Se fijó en que tenía la nariz algo torcida, pero eso le daba un cierto atractivo de chico malo de película, de esas en blanco y negro en la que detectives con gabardina peleaban con los malos sin que se les caiga el sombrero.

      Se sentía atraída en parte, tantos meses sin estar con Jorge, en todos los sentidos. Sin tener sexo, pero sin tener una relación, sin sentirse atrapada por un momento intenso, sin que nadie le dijera lo preciosa o sexy que era, o sentirse como si te devorasen con los ojos. Echaba de menos tener un torso desnudo que acariciar, preferiblemente con vello, no como Jorge, que era un chico flaco, casi imberbe a pesar de sus treinta y cinco. «Madre mía, los estoy comparando y Jorge lleva las de perder. Debería llamarlo… sólo por si acaso.»

      Miró la hora. Seguramente estaría en casa todavía. Los jueves y los viernes solía ir a trabajar más tarde. Encendió el ordenador y se conectó a Skype. Él aparecía conectado. Le llamó con una videollamada. Se desabrochó la camisa dejando ver un poco más de lo normal. Tal vez así…

      Tres tonos sonaron. Dos más. Ya iba a colgar cuando Jorge contestó.

      —Ey, Ali, no esperaba tu llamada.

      —Bueno, yo… quería saber qué tal estabas.

      —Si, bueno, estoy bien, un poco liado. Y me tengo que ir pronto… yo…

      —Vale, no hay problema, podemos hablar en otro momento.

      Una voz de mujer sonó detrás del chico.

      —¿Vuelves a la cama?

      Jorge miró a través de la cámara con ojos de culpabilidad.

      —Lo siento… yo…

      Alicia cerró la tapa del portáitl de golpe todavía consternada. Ni siquiera podía llorar. ¡Jorge estaba con otra! No entendía nada. Cierto, se habían dado tiempo, pero… no suponía que él…

      Se levantó como un autómata y se fue al baño. Tenía que ir a trabajar. Aunque con los perros era complicado trabajar cuando estabas tan hecha polvo. Ellos lo notaban. Tal vez hoy se dedicase a trabajos de oficina.

      Se fue sin apenas cruzar palabra con Renata que había vuelto del mercado. No podía.

      Renata la miró con curiosidad, pero tenía tantas cosas que hacer que apenas le prestó atención. Comenzaba «la gran comilona». Iba a preparar sus especialidades vegetarianas y también algo para los no vegetarianos. Al final serían unos cuantos más de los pensado. Aun así, nada que ver con sus multitudinarias fiestas en la mansión de la costa, o en el palacete del centro. Si la viera su padre… «Creo que estaría contento», pensó. Cuando se mudó al apartamento con Alicia, había avisado a su tía que estaba bien, que estaba pasando unos días con una amiga. Increiblemente le había dicho que, si necesitaba algo, que la llamase, y le había dejado estar. La primera vez en su vida que no se montaba en el coche e iba a buscarla de forma inmediata. Quizá había notado en la voz que ella estaba bien, que no era como otras veces cuando ella estaba pasada de todo. La había rescatado de fiestas interminables, de alcohol, de drogas, de chicos, y de chicas, incluso de un atraco frustrado cuando iban completamente