Angeles, Arcangeles y Fuerzas Invisibles. Robert J. Grant. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Robert J. Grant
Издательство: Ingram
Серия:
Жанр произведения: Эзотерика
Год издания: 0
isbn: 9780876048795
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       Elegido por un ángel

      Estas señales acompañarán a los que crean: en mi nombre […]; hablarán en nuevas lenguas […]; pondrán las manos sobre los enfermos, y éstos recobrarán la salud. ~Marcos 16:17-18

      El profeta durmiente

      No existe mayor fuente de información sobre los ángeles que la que procede de un impresionante conjunto de conocimientos que vio la luz de un modo muy excepcional.

      Durante la primera mitad de este siglo, un hombre extraordinario, Edgar Cayce, utilizó su extraordinario talento psíquico para ayudar a quienes acudían a él en busca de consejo. Se le llegó a conocer como «el profeta durmiente» y «un hombre capaz de ver a través del tiempo y del espacio». Cuando alguien solicitaba su ayuda, Edgar Cayce se acostaba, meditaba y oraba, entrando en un estado de sueño parecido al trance. Mientras estaba inconsciente, las personas que habían acudido a él recibían una información sumamente exacta de una fuente que estaba más allá de la conciencia de Cayce en estado de sueño. Recibían una información de la que Cayce no tenía conocimiento estando despierto.

      La historia de las facultades psíquicas de este asombroso hombre y sus propias experiencias extraordinarias con ángeles constituyen un paso importante para comprender el sentido que las experiencias angélicas revisten para nuestra vida y para la evolución de la humanidad en su conjunto.

      Un extraño en la tierra

      Si el joven e inculto Cayce hubiera tenido suficiente vocabulario para describirse a sí mismo, habría afirmado: «soy un extraño en la tierra». Incluso cuando quería adaptarse a sus amigos y familiares, sentía a menudo una distancia insuperable. En 1888, durante su infancia, Edgar ya era capaz de (en sus propias palabras) «ver cosas» ocultas a los demás. En ocasiones sentía que estaba viendo realmente lo que la gente pensaba. Cayce, que estaba llamado a convertirse en el vidente de quien más documentos se tiene de cuantos han existido, no leía necesariamente la mente de las personas. Leía una configuración de energía vital que vibra en torno a nuestro cuerpo físico en distintos tonos y colores. En Oriente, los místicos definieron esos colores como esencia vital o aura. Edgar había observado tales auras durante toda su vida, y sabía que cuando veía una configuración de color rojo en torno a una persona, ésta estaba de mal humor. Si veía matices grises o negros alrededor de alguien, veía que esa persona sentía rencor y resentimiento. Si Edgar miraba esos colores durante un tiempo suficiente, lograba ver los pensamientos reales de las personas. Para él, esto era como leer libros.

      De niño, Edgar pensaba que todo el mundo veía esas configuraciones de color que distinguen los pensamientos y sentimientos de otras personas. Sus compañeros de clase se reían de él cuando hablaba de los colores vivos u oscuros que rodeaban a sus amigos.

      «¡Estás loco, Viejo!», solían decirle riendo. «Viejo» era el sobrenombre que le había puesto su abuelo. Tal vez le había puesto ese apodo porque, para quienes podían apreciarlo, Edgar parecía un «viejo» sabio.

      Finalmente, le contó a su madre las extrañas cosas que veía. Su madre siempre supo que su hijo era especial.

      «Es un don que tienes, hijo mío», le dijo. «No debe importarte lo que la gente diga de ello. Simplemente, trata de no ver dema siado; te sentaría mal».

      Edgar sabía que su madre tenía razón. A veces los adultos pensaban cosas que no tenían mucho sentido, y tampoco podía comprender muchas conversaciones de los adultos. Él veía configuraciones de color, sombras y pensamientos de adultos, y estaba bastante confundido. Así que trató de ver y comprender únicamente el lado bueno de los pensamientos de la gente. Su madre lo animó a leer la Biblia para encontrar en ella el porqué de sus habilidades.

      «Dios tiene un proyecto especial para ti, Edgar», le dijo su madre. «Limítate a orar por ese proyecto».

      Edgar siempre se sentía mejor después de hablar con su madre. Ella no se reía de él ni lo llamaba loco cuando le contaba sus visiones. Muchos decían que Edgar tenía compañeros de juego imaginarios. Pero la madre de Edgar también podía ver a los «elementales». Los llamaba sus «compañeros de juego de la naturaleza». Los días en que Edgar se sentía bajo de ánimos o reservado, su madre solía mirar por la ventana para ver a los espíritus de la naturaleza que le estaban aguardando. «Ahí están tus compañeros de juego», decía. Edgar salía corriendo a encontrarse con ellos. Lo curioso es que parecían niños o niñas pequeños. Se preguntaba por qué nadie más que él y su madre los veía. Años más tarde, Edgar leería libros y artículos sobre hadas y gnomos, los guardianes de los reinos vegetal y animal. Escucharía en un estado de serena diversión, mientras sus amigos debatían apasionadamente si tales seres elementales eran o no reales. Edgar no participó en el debate. Los elementales habían sido amigos suyos durante toda su infancia.

      De niño, Edgar aprendió a guardar para sí sus comentarios acerca de sus amigos secretos —salvo para compartirlos con su madre—. Ella le contaba acerca de su abuelo, Thomas Jefferson Cayce, quien también había tenido visiones y experiencias psíquicas.

      «Él poseía la segunda visión», le dijo su madre. «Era el mejor zahorí del condado de Christian. En cualquier lugar que apuntaba su horquilla de hamamelis, encontraban agua». Edgar quería mucho a su abuelo y se mostró desconsolado cuando éste murió en un extraño accidente en un lugar rural del estado de Kentucky. Le preguntó llorando a su madre por qué había muerto su abuelito. La madre de Edgar explicó que había llegado la hora de que el abuelo Cayce regresara al cielo para estar con los ángeles. Edgar no entendía el propósito de que su abuelito estuviera allá arriba con los ángeles cuando se le necesitaba aquí abajo en la tierra. Compartió su dolor con la sirvienta de la familia, Patsy, quien lo consoló diciéndole que volvería a ver a su abuelito. «Tú tienes la segunda visión, Edgar». No sería la última vez que el joven Edgar Cayce oiría estas palabras. En ese momento, sin embargo, no parecía interesarle mucho qué tipo de visión tenía: simplemente echaba de menos a su abuelo.

      Cayce apenas pensó en lo que la gente llamaba su «segunda visión» hasta que, hallándose un día en el granero, se le apareció el abuelo Cayce. Esta visión no asustó a Edgar, ya que su abuelo tenía el mismo aspecto que aquellos espíritus de la naturaleza que se le habían aparecido: casi como si uno pudiera ver a través suyo. El abuelo no parecía haber cambiado, e incluso sonrió a Edgar. Cuando dejó el granero, Edgar se lo contó enseguida a su abuela. Ella escuchó con atención, asintiendo con la cabeza. «Te pareces mucho a tu abuelito», dijo la abuela Cayce.

      Se detuvo y miró gravemente al joven Edgar: «No debe asustarte ese poder que tienes. Limítate a no hacer mal uso de él». Advirtió a Edgar que siempre debía mantenerse en el camino recto y que Dios le enseñaría la mejor forma de utilizar sus dones psíquicos.

      Edgar vio al difunto abuelo Cayce en varias ocasiones, e incluso mantuvo conversaciones con él. Comprendió que la gente tiene ideas extrañas acerca de lo que llamamos muerte, y que ésta sólo significa dejar atrás el cuerpo. Su abuelo, después de muerto, tenía incluso mejor aspecto que el día en que murió: parecía más joven.

      Un encuentro angélico

      Cuando Edgar Cayce contaba diez años, su familia empezó a llevarlo a la iglesia Liberty Christian de la ciudad de Hopkinsville en Kentucky, para los servicios del domingo. Edgar se sintió de inmediato como en casa. Le encantaban los sermones del pastor, especialmente las historias de Jesús, y quería saber más de la Biblia. El padre de Edgar, Leslie, estaba tan impresionado con el interés de su hijo por la religión que fue a la ciudad para comprarle una Biblia. En junio de 1887, seis meses después de que le regalaran su Biblia, Edgar ya la había leído de principio a fin. No entendió todo lo que figuraba en el Libro, pero se juró a sí mismo que algún día se convertiría en un experto de las Sagradas Escrituras.

      Edgar quería leer la Biblia entera una vez al año