Angeles, Arcangeles y Fuerzas Invisibles. Robert J. Grant. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Robert J. Grant
Издательство: Ingram
Серия:
Жанр произведения: Эзотерика
Год издания: 0
isbn: 9780876048795
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momento de desconcierto —no porque no hubieran aceptado el dinero, sino por su aspecto—. Observó por vez primera que los jóvenes no tenían una sola mancha de polvo o de grasa, ni sobre la ropa ni en las manos. Su blanca vestimenta estaba igual de limpia que cuando se apearon del microbús.

      Marie se sentía como en un sueño. «Cómo han podido… quiero decir… han estado arrastrándose por el suelo… deberían estar…».

      «Tiene que irse, señora», dijo el joven de cabello moreno. «Su hija la necesita».

      Este recuerdo sacó a Marie de su asombro. «¡Es verdad! Me voy, pues. Pero ¿cómo puedo darles las gracias?» Empezó a caminar hacia los tres hombres, sintiéndose tan atraída hacia ellos como si los conociera de algún otro lugar.

      «Ya lo ha hecho usted», dijo el rubio con un saludo casual. «Cuídese».

      Retrocediendo, Marie tuvo que agarrarse al guardafango delantero de su automóvil en busca de apoyo. Se sentía algo mareada. ¿Los enviaría alguien en mi ayuda?, pensó. Por primera vez en su vida, creyó en los ángeles. No cabía otra explicación para lo que acababa de ocurrir: por lo que le había explicado su vecino mecánico, cuando la transmisión se avería, sólo se arregla reemplazándola.

      Sobrecogida, Marie vio cómo el microbús subía la cuesta de la interestatal 95 hacia el este, para desvanecerse antes de alcanzar el horizonte. Aunque se encontraba algo inquieta, se apresuró a tomar la autopista en dirección a la casa de su hija en Alexandria. Sólo había perdido quince minutos de la duración de su viaje.

      Cuando llegó a casa de Jenny, Marie aparcó el vehículo y corrió enseguida a tocar la puerta. Nadie contestó. Comprobó que la puerta no estaba cerrada con llave.

      «¡Jenny! ¡Jenny!», gritó Marie mientras entraba en la casa. «¡Soy mamá! ¿Dónde te has…?»

      Marie se detuvo súbitamente, con los ojos en el suelo de la cocina. Jenny estaba ahí tumbada, con un charco de sangre alrededor del abdomen y las caderas. Sin perder un minuto, se agachó junto a su hija, comprobando su respiración y su pulso. Presentaba un color ceniciento, pero respiraba. Marie marcó rápidamente el número de emergencias. A pesar del pánico que la invadía, la visión de los tres hombres dominaba sus pensamientos. Dio con toda tranquilidad la dirección de su hija al operador de la línea de urgencias y le explicó la situación. Marie se sentía parcialmente distante, como si estuviera observando la escena. Mi hija vivirá, dijo su parte distante. Vivirá. En su nítido recuerdo, los tres jóvenes de la carretera le sonrieron.

      Marie escuchó con atención las instrucciones que el operador le daba con respecto a Jenny. Colgó el teléfono, comprobó la hemorragia, que parecía peor de lo que en realidad era. Tomó una manta del sofá del salón y abrigó con ella a su hija, colocando una almohada bajo su cabeza. Una parte de Marie no podía creerse que estuviera tan tranquila y confiada.

      El equipo de emergencia llegó a la casa, irrumpió por la puerta principal y se arrodilló junto a la hija inconsciente de Marie. La presión arterial de Jenny estaba peligrosamente baja. Le inyectaron líquidos intravenosos, mientras la llevaban hasta la ambulancia.

      Uno de los auxiliares le dijo a Marie que Jenny sobreviviría. «Su presión está baja, pero controlada. Su pulso es firme. Gracias a Dios, usted llegó a tiempo hasta ella».

      «Sí, gracias a Dios», asintió Marie. Como únicamente había sitio para Jenny y el equipo de emergencia, Marie siguió la ambulancia con su automóvil hasta el hospital, que estaba a tan sólo quince minutos. La imagen de los tres jóvenes la mantenía sosegada y segura.

      «Tiene que irse, señora. Su hija la necesita». El eco de sus voces la consolaba.

      El bebé de Jenny nació mediante una cesárea de emergencia. Jenny recibió transfusiones y se estabilizó. El nieto de Marie, Michael, nació tres semanas antes del término del embarazo. Los médicos estaban asombrados de lo pronto que se recuperaron la madre y el hijo. En menos de un mes, ambos estaban en casa.

      Marie le contó a muy poca gente su insólita aventura en la autopista. Era una persona sensata y pragmática. Sin embargo, la experiencia le abrió las puertas de una nueva percepción de la vida. Después del parto de Jenny, Marie tuvo una serie de sueños en los que vio a los jóvenes ayudándola, envueltos por una blanca luz. Se hallaban en lo que parecía el gran palco blanco de un teatro. Marie estaba bajo ellos, en el escenario. Tras reflexionar durante unas semanas, llegó a la conclusión de que estos sueños trataban de transmitirle que nunca estaba realmente sola, que siempre había alguien velando por ella. Interpretó el escenario que le mostraban sus sueños como «el escenario de la vida donde se representan los dramas». Sabía que los ángeles que se encontraban en el palco la estaban observando y cuidando. Después de esta experiencia, Marie no sólo creyó en los ángeles de la guarda, sino que los consideró como un hecho más de la vida.

      Ángeles confortadores

      En ocasiones, recibimos un consuelo milagroso, no sólo de nuestros seres queridos, sino también de seres invisibles que nos tranquilizan en momentos de dolor. El relato siguiente demuestra la existencia de presencias divinas que nos acompañan en nuestras horas más difíciles:

      Darrell Cook estaba sumido en la pena. Su madre había muerto de repente a los sesenta años. El joven sabía que la diabetes estaba afectando a la salud de su madre, pero la familia lo había tranquilizado diciéndole que la breve estancia de ésta en el hospital cumplía el único propósito de hacerle unas pruebas antes de someterla a un tratamiento sin importancia para bajarle el azúcar en sangre.

      Se encontraba en el exterior de la casa donde había crecido en Indiana, admirando el jardín que su madre adoraba, reviviendo la llamada telefónica del día anterior:

      «Darrell, soy Diane», había dicho su hermana. «Mamá ha fallecido a las dos y media de la tarde. Papá fue a verla al hospital y acababa de dejarnos…».

      Durante su viaje de Florida hasta Indiana para asistir al funeral de su madre, no había sentido más que aturdimiento. El viaje era un recuerdo borroso. No puede habernos dejado, pensó. Papá dijo que estaba bien…

      La muerte era para Darrell un misterioso extraño. Nunca había perdido a ningún ser querido. Miró el jardín de flores que su madre había cuidado durante más de treinta años, y se preguntó quién se ocuparía ahora del jardín.

      Este fallecimiento resultaba tanto más difícil para Darrell cuanto que su madre y él no habían estado nunca muy unidos, si bien compartían su afición por la belleza de la naturaleza. Los jardines de ella solían ser un lugar de sosiego. Ahora, sin embargo, la visión del jardín y de los pájaros sólo era, para Darrell, una fuente de dolor. No se había despedido de su madre —ninguna palabra final, ningún adiós—. Había venido al jardín para despedirse de ella, pero notó que no era capaz de hacerlo en este lugar. Estaba demasiado… vivo.

      Subió al Mustang 1969 convertible de la familia y se dirigió al pequeño cementerio donde estaba enterrada su madre. Mamá, a lo mejor me puedo despedir de ti allí, pensó durante el breve trayecto al cementerio. La puesta de sol era especialmente espectacular. Detuvo bruscamente el automóvil frente a la tumba de su madre. Lo que estaba viendo no podía ser real.

      Un petirrojo, el pájaro favorito de su madre, había construido un nido en lo alto del centro de flores que había en la lápida, y estaba posado sobre el nido con aspecto vigilante. Para mayor asombro, Darrell observó que la hembra de petirrojo estaba incubando cuatro huevos. Se quedó atónito. ¿Por qué había construido aquí su nido, y no en los solitarios árboles cercanos a la tumba?

      «Mamá…», dijo Darrell en voz alta. «Ay, Mamá…». Permaneció un largo rato sentado y meditó sobre tan extraño suceso. Supo que ya podía volver al jardín que su madre adoraba y decirle adiós; la experiencia no iba a ser dolorosa. La pena de Darrell se había evaporado, como si se tratara de algo físico. Inexplicablemente, se sentía ahora lleno de paz.

      Conduciendo de nuevo hacia su casa, Darrell se encontró hablando en voz