Angeles, Arcangeles y Fuerzas Invisibles. Robert J. Grant. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Robert J. Grant
Издательство: Ingram
Серия:
Жанр произведения: Эзотерика
Год издания: 0
isbn: 9780876048795
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a un arco formado por rosas trepadoras, Darrell observó un grupo de plantas que nunca había visto antes. Eran flores parecidas a la peonía, pero con un corazón similar al de las rosas. El color de estas flores era más vivo que el del resto; tenían un tono burdeos, con pétalos granate y un pistilo amarillo en el centro.

      ¿De qué tipo de plantas se trataba? Mamá nunca había tenido flores así. Estaban plenamente abiertas, como el dondiego de día, pero la configuración de los pétalos recordaba las peonías.

      Darrell llevó a su padre al jardín para enseñarle tan insólito fenómeno. «No», dijo su padre, «ella no habría plantado nunca nada en esa parte del jardín, junto a las rosas». Él también estaba atónito. «Llevo treinta y cinco años observando este jardín y nunca había visto cosa igual». Las extrañas flores incluso se comportaban como dondiegos de día: durante los tres días siguientes, se abrieron por la mañana y se cerraron por la noche. Después murieron, dejando tras ellas un follaje verde brillante. Darrell y su padre interpretaron el aspecto de las flores como una señal. Un mensaje especial del más allá.

      —¿Crees en los ángeles, papá? —preguntó Darrell.

      —Ahora sí que creo —respondió.

      Es difícil determinar si la experiencia de Darrell procedía de su madre o de un ángel. En cualquier caso alguien envió, a él y a su familia, un consuelo milagroso que transformó su concepto de la muerte y de cómo se muere. Darrell sabía, después de esta experiencia, que su madre seguía viviendo.

      Un ángel visita a un moribundo

      Doreen llevaba semanas angustiada. El cáncer de su marido no remitía. La quimioterapia ni siquiera había aminorado su progreso. David se estaba apagando lentamente ante sus ojos. Le costaba trabajo caminar. El cáncer se había extendido desde el hígado hasta la columna vertebral, y ahora estaba afectando a los miembros. Tenía mucha fiebre la noche en que Doreen lo llevó al hospital.

      Permaneció junto a su esposo hasta que lo vio conciliar un sueño inducido por fármacos. Últimamente, padecía dolores cada vez más terribles, y estaba empezando a depender de forma creciente del alivio de la morfina.

      Cuando Doreen acudió al día siguiente al hospital para visitar a David, éste no se encontraba en su habitación. Preguntó a los enfermeros, quienes le contestaron que sí que estaba en el cuarto la última vez que fueron a comprobar cómo seguía.

      «No me entienden», dijo Doreen, «tiene problemas para caminar. Alguien tuvo que ayudarlo a salir de la cama».

      Un par de enfermeros fueron con Doreen a buscar a David. No estaba en la sala de visitas, ni tampoco en el cuarto de baño. Finalmente, Doreen caminó hasta el final del pasillo y abrió la puerta de la capilla. Allí encontró a David sentado con un adolescente de cabello rubio.

      —David, te he estado buscando por todas partes —dijo Doreen consternada—. ¿Qué estás…?

      —Estoy bien —respondió David, sin mirar a su esposa—. No tardaré en salir de aquí.

      Doreen se preguntó con quién hablaba David. De pronto, el chico se volvió y la miró. Al instante, ella se sintió inundada de paz y tranquilidad.

      «El chico tenía unos ojos de ensueño», afirmó Doreen más adelante. «Nunca he visto a nadie con esos ojos. Cuando él volvió hacia mí su mirada, me invadió una maravillosa serenidad. Supe que David estaba bien y necesitaba más tiempo con el joven. Supe que yo tenía que dejarlos de inmediato».

      Doreen dejó a David en la capilla y esperó. Al cabo de treinta minutos, David salió caminando con facilidad. Doreen trató de ocultar su sorpresa. Sin embargo, cuando lo miró, comprendió que él acababa de vivir una experiencia extraordinaria. Una luz parecía emanar de él y lo rodeaba como un aura.

      —¿Quién era, David? —le preguntó.

      —No me vas a creer —contestó él.

      —Inténtalo.

      —Era mi ángel de la guarda.

      Doreen, que nunca había hablado de esos temas con su marido, lo creyó al instante. David, quien la víspera estaba enfermizo y demacrado, parecía radiante, sin dolor y en paz. Ella se apresuró por el pasillo hacia la capilla para echarle otro vistazo al joven que había visto con él.

      —No está ahí, —exclamó David, casi riendo—. Pero si vas a sentirte mejor comprobándolo, adelante.

      Doreen se encontró con la capilla vacía y miró atónita a su esposo.

      —¿Qué te dijo, David? —preguntó en voz baja.

      David procedió a contarle a su esposa que su ángel de la guarda le había preguntado si había cometido algún acto por el que deseaba perdón. Él había enumerado algunos conflictos e incidentes que seguían sin resolver, a lo que el ángel contestó que tales episodios ya habían sido perdonados. El ángel tranquilizó entonces a David y le aseguró que todo estaba bien.

      El aspecto más dramático de esta historia está en sus secuelas. Tras su encuentro con el ángel, David se convirtió en una fuente de consuelo para muchas personas del hospital. En lugar de pasar mucho tiempo en su habitación, recorría el hospital visitando a pacientes y hablando con ellos. Según Doreen, su marido no mostró miedo a la muerte en sus últimos días. Sin embargo, antes de la visita del ángel, le aterrorizaba pensar que iba a morir.

      Doreen creyó erróneamente que el encuentro de David con el ángel significaba que iba a sobrevivir al cáncer. No fue así. A las dos semanas de su encuentro angélico, David dejó este mundo sin dolor.

      «Transmitía una gran paz al final», afirmó Doreen. «Incluso le emocionaba la perspectiva de una nueva vida fuera de un cuerpo devorado por el cáncer. Aunque no sobrevivió físicamente, sé que experimentó una curación espiritual. Sé que el ángel vino para consolarlo en sus últimos días».

      Las secuelas del fallecimiento de David fueron fáciles de llevar para Doreen. Esperaba un largo período de sufrimiento y soledad, pero esto no se produjo. Se sentía en presencia de su marido y de su ángel de la guarda. «Yo estaba en paz», contó Doreen. «Sabía que a David le había llegado la hora de regresar al hogar. Y sé que fue un ángel el que ayudó a David y me ayudó después a mí a superar la pena».

      Apoyo angélico en nuestro entorno

      Los relatos anteriores confirman que los ángeles son enviados por Dios para ayudarnos y consolarnos en momentos de crisis personal. En cada historia, encontramos una necesidad crítica y una intervención a favor del necesitado que rebasa las explicaciones del mundo físico. El caso del doctor Rodonaia resulta tanto más fascinante por su retorno milagroso de la muerte al cabo de tres días. El mensaje que debemos extraer es que, aunque estemos en un mundo físico, aparentemente limitado, tenemos a la vez una conexión con las esferas espirituales a través de la cual pueden ocurrir milagros. Ello confirma lo que Jesús dijo a sus discípulos antes de su crucifixión: «¿Crees que no puedo acudir a mi Padre, y al instante pondría a mi disposición más de doce batallones de ángeles?» (Mateo 26:53). Se ha dicho que Jesús vino para mostrar a la humanidad lo que es posible cuando sintonizamos con las esferas espirituales. Si Jesús prometió que haríamos todo lo que Él podía hacer, resulta lógico que todos tengamos el poder de convocar a los ángeles en momentos de necesidad. El creciente número de casos documentados de intervención angélica que se están produciendo en todo el mundo sugiere que nuestras posibilidades espirituales superan en alto grado nuestro conocimiento de ellas.

      En los últimos años, numerosos libros, artículos, películas y programas de televisión han explorado fenómenos paranormales relacionados con guardianes o guías, visibles o invisibles, que conducen a personas comunes y corrientes a la seguridad física, la paz emocional o la transformación interior. Aunque los cuatro relatos anteriores son diversos entre sí y no parecen guardar relación alguna, existe un hilo conductor común que articula las historias: cuando nos sentimos superados por un dolor inmenso, cuando parece que el desastre