Es verdad que conocemos textos que abonan esta tendencia. Además, convengamos en que si al malestar que el psicoanálisis produce de por sí, por tocar en cada análisis las fibras más íntimas de la subjetividad (al confrontar a cada cual con la causa particular de su horror al saber), además deberíamos añadirle los efectos producidos por semejante herejía hermenéutica… se torna comprensible la reacción de la opinión ilustrada –George Steiner incluido.
Proseguiremos a continuación este debate dando la palabra a Richard Rorty, cuyo filo pragmatista abonó la filosofía política en EE.UU.
3. El artilugio de los ironistas liberales
“Si no hay significados que analizar, si hay una masa revuelta de enunciados entrelazados, si no hay un reduccionismo que invocar como resultado día del análisis de los significados, entonces quizás no existe ningún problema central o fundacional en filosofía”. (14) Richard Rorty
A) LA IMPOSIBILIDAD DE LOS FUNDAMENTOS ÚLTIMOS
Las condiciones de posibilidad del saber vuelven a ser cuestionadas en nombre del lenguaje, encauzado esta vez por la filosofía política de Richard Rorty. La vieja interrogación –cómo es posible saber– se ha aggiornado y reconocemos sus nuevas vestimentas en una nueva disputa. El antiguo escepticismo de los griegos retorna, pero ya no es la figura de Pirrón con su destino trágico, su representante: es el lenguaje mismo el que ha devenido en la actualidad el agente de la “función escéptica”.
Richard Rorty sintetiza la práctica de la filosofía a través de los tiempos. Práctica que abarca desde el estudio de las ideas platónicas hasta las esencias pre-kantianas, atravesando el estudio de los conceptos en su validez universal con Kant, para arribar, finalmente, al análisis de los significados en el orden de la lingüística moderna según el análisis de los enunciados –los que han sido reducidos a letras por la lógica.
La cuestión podemos formularla –desde la perspectiva problema-pregunta-concepto– del siguiente modo; ante el problema: hay saber que se articula en enunciados y que circula entre los individuos y que afecta al hombre, al mundo y a la relación entre ambos; se establece la pregunta: cómo es posible el saber –cuál es su causa– y qué o quién garantiza la relación; y se intentan, finalmente, las respuestas: a) ideas, representaciones, pensamiento y discurso son los medios de transmisión de los que el hombre dispone; b) la función del saber depende de la teorización que se establezca respecto del lenguaje y c) la causa del saber y de la relación entre hombre-mundo, ¿es inmanente o trascendente al lenguaje?
Richard Rorty, uno de los más importantes representantes de la filosofía pragmática norteamericana –a la que, precisamente, Steiner dirigía sus dardos– critica los fundamentos de la filosofía lingüística de las últimas décadas. Rorty ataca en la filosofía lingüística su falta de precisión para poder determinar criterios claves para saber cuándo es posible considerar finalizado el análisis de los significados terminales de sus conceptos claves –tales como forma lógica; gramática ordinaria correcta; etc. Extremando la argumentación, llega a denunciar la falta de criterios para determinar qué es un buen significado, un buen análisis, análisis correcto, o, incluso, qué es lo que los filósofos lingüistas quieren decir con las palabras significado y análisis.
La crítica desplegada con rigor por Rorty es la misma crítica que Steiner dirigía al psicoanálisis que se autoriza en la “herejía hermenéutica”. Las cuestiones retornan al punto del cual han partido: la práctica analítica –ella también– tropieza con un obstáculo que es inherente a la estructura misma del lenguaje.
Pero la respuesta que Jacques Lacan ha dado desde el psicoanálisis a la falta de fundamentos últimos del lenguaje, será diferente de la patrocinada no sólo por Steiner, sino además por el propio Rorty. Volveremos sobre este punto.
Rorty impugna radicalmente la tesis de Un lenguaje natural. De acuerdo con Donald Davidson y su filosofía del lenguaje –de quien se considera discípulo– rechaza la idea de una naturaleza intrínseca del lenguaje. El lenguaje ha dejado de ser un medio de representación o un medio de expresión, para transformarse –de acuerdo con el Wittgenstein de las Investigaciones Filosóficas– en “una herramienta alternativa, que permite tratar a los léxicos alternativos como piezas de un rompecabezas universal”. (15)
En este punto, Rorty menciona que la postura de Davidson (16) tampoco se asemeja al intento de Heidegger de transformar el lenguaje en una especie de divinidad (17), pero a continuación diferenciará la herramienta de Davidson del rompecabezas de Wittgenstein. En este último se trataría de representar o expresar algo que ya estaría allí, mientras que con aquella sería posible hacer algo con lo que antes nunca se había soñado. (18)
La diferencia entre el descubrimiento que posibilitaría la elucidación del rompecabezas, y la invención a la que daría lugar la herramienta apropiada, se manifiesta. Siguiendo a Davidson, Rorty continúa con su lectura de la historia del lenguaje, realizada a partir del estudio de la historia de la metáfora: el lenguaje no es un medio ni tiene ningún propósito (19): “nuestro lenguaje no es sino un gran número de meras contingencias”. (20) Rorty refiere a la “filosofía davidsoniana del lenguaje como algo compuesto por nuevas formas de vida que constantemente eliminan a las formas antiguas, y no para cumplir un propósito más elevado, sino ciegamente”. (21) Surgen a continuación referencias a los empleos de las praxis discursivo-científicas en términos de léxicos: “una vez que se hubo descubierto lo que se puede hacer con un léxico galileano, nadie sintió mucho interés por hacer las cosas que solían hacerse (y que los tomistas piensan que deben seguir haciéndose) con un léxico aristotélico”. Se desprende de esta perspectiva que la eficacia de los léxicos responde a las invenciones que se promueven para modificar lo real.
Aplicando estas formulaciones al psicoanálisis, un léxico lacaniano –de existir tal cosa– se sostendría no sólo por haber establecido un uso inhabitual de sonidos y marcas –una nueva teoría de la sexuación a partir de la conceptualización freudiana–, sino además por las condiciones prácticas de su efectuación. Es decir, por su éxito en modificar lo real del sufrimiento.
Rorty concluye en que una de las principales consecuencias de la hipótesis de la contingencia del lenguaje es la inexistencia de un metaléxico que permitiera salir del lenguaje. (22) Este enfoque del lenguaje –ni medio expresivo, ni mediación necesaria entre el sujeto y el mundo, ni encargado de propósito natural ninguno– obliga a desdivinizar el mundo (23): el mundo ya no consiste en una especie de divinidad. Pero, además, tampoco podrían ser divinizados ni nuestra conciencia, ni nuestro lenguaje, ni nuestra comunidad, ya que cada una de esas categorías ha de ser considerada como producto del tiempo y del azar. Richard Rorty –en consonancia con el análisis que hiciera George Steiner de los partidarios de la lingüística de la ausencia real– sostiene que:
“Freud, Nietzsche y Bloom hacen con nuestra conciencia lo que Wittgenstein y Davidson hacen con nuestro lenguaje, esto es, mostrar su pura contingencia”. (24)
Rorty retoma la hipótesis del descentramiento del pensamiento –la que Freud mismo había ligado con la revolución copernicana en las esferas celestes– y la aplica hasta sus últimas consecuencias; dirá que no existe un verdadero sí mismo común a la humanidad, siguiendo con lo que él considera han sido las consecuencias de las vías trazadas por S.
Freud, de quien dirá que “[…] abrió nuevos caminos a la vida estética al considerar a los sujetos como agregados descentrados y aleatorios de necesidades contingentes e idiosincráticas, y no una ejemplificación más o menos adecuada de una esencia humana común”. (25)
Diremos, en nuestro léxico, que la falta de fundamentos últimos, causa que las garantías no puedan ser suministradas por ningún Otro; que el destino personal en el que se cifra la realidad siempre dependa tanto de las decisiones de uno –sometido a las coordenadas del azar– como del peso de las