En Taiwán se habían alojado en el Grand Hotel de Taipéi, en una suite de superlujo para tres. ¿Para tres? Los nombres: Juan Carlos García Torres, Cándido Ortiz Goicoechea. Y... Andrés Belgrano Farías.
El comandante se sonrió: este doctor Ocampo tiene más alias que la guía telefónica. Cada viaje uno nuevo. Veamos en la lista de pasajeros del avión... Belgrano Farías... aquí está. Sigamos la pista... desde allí se fueron a Hong Kong. Estuvieron en el Hilton. Miren esto. El chofer de una limusina Rolls Royce recuerda haberlos llevado de jarana a un club más que dudoso...
Seguían leyendo el informe cronológico enviado desde Asia por línea segura. La sucursal de la DEA funcionaba con eficiencia.
— ¡Aquí está! El anillo fue comprado en Hong Kong, en Cartier. Lo pagó con un cheque a nombre de Miguel Ocampo Freedman. Claro... los bancos no aceptan alias ni clientes falsos. Un grave error de nuestro amigo de Bogotá. El vendedor confirmó que le regaló el anillo a uno de sus acompañantes. Y que eligió el mejor brillante que tenían a pesar de que el obsequiado lo rechazaba. Pasaron por Bangkok... ¿para qué?
¿Quién estaba en el hotel de Taiwán en la misma fecha que ellos?
Una larga lista de personas empezó a ser procesada. No encontraron ningún conocido. Pero allí debía estar, salvo que fuese chino o estuviese con nombre falso.
—Extraigan la lista de los norteamericanos.
La computadora seleccionó rápidamente treinta y siete personas. Catorce mujeres y veintitrés hombres.
—Verifiquen la existencia real de esos veintitrés hombres. Veamos si sus nombres son verdaderos o de fantasía. Era una tarea que solamente podía hacer ese monstruo electrónico. Al cabo de unas horas tenían resuelto el enigma.
Todas las personas eran americanos registrados, sólo que uno de ellos había fallecido hacía seis años. Un muerto viajero...
— ¿Quién es?
—Milton Johnson.
—Rastreen ese Milton Johnson, de dónde partió, dónde vive, quién es en la realidad.
Unas horas después...
Milton Johnson salió de California, más precisamente de San Francisco. Allí se pierden los rastros. Solo utilizó el pasaporte para salir y regresar.
No había registros anteriores con ese nombre.
Otro como el doctor Ocampo. Un pasaporte falso para cada día del año. –Busquen la ficha de migraciones. Allí debe poner una dirección. Otra vez la electrónica, ondas que subían a satélites y cruzaban los Estados Unidos en milésimas de segundo, de Miami a San Francisco.
Al cabo de unos minutos, Parker tenía la dirección de Milton Johnson: Palacio Legislativo de San Francisco.
El comandante movió la cabeza... algunos por figurar de muertos se cavan su tumba.
—Averigüen qué senador o diputado de San Francisco estuvo ausente esos días y si conocen el destino de su viaje.
Unos minutos después...
Cinco legisladores salieron esos días.
—Bien, –dijo Parker–. ¿Adónde fueron?
Tres tenían reunión en Washington. Uno estaba enfermo. Se rompió una pierna esquiando. El otro tomó una semana de vacaciones anticipadas. Tenía receta médica. Exceso de stress.
— ¿Cómo se llamaba el estresado?
—Hans Krause, senador nacional por San Francisco.
El comandante marcó el nombre con un grueso círculo rojo, mientras decía:
—Quiero saber vida, obra y milagros de ese senador. Consigan una fotografía suya y verifiquen si fue visto en el Grand Hotel de Taipéi.
Una hora después de haber enviado la imagen electrónica del senador Krause, llegó la respuesta desde la DEA en Taiwán. El conserje del hotel recordaba perfectamente al señor Milton Johnson. Siempre estaba con un travestí pelirrojo.
—Verifiquen lo del travestí. Sería la confirmación de que encontramos al jabalí. Tengan cuidado. Puede ser muy peligroso acercarse. Con un senador nacional de los Estados Unidos no se juega. Necesito que venga inmediatamente el teniente Williams Foster –pidió el comandante a su Secretario, David Kant. Unos minutos después, Foster estaba sentado frente a su comandante.
—Teniente, ¿cómo sigue su amigo, el ingeniero Carreras?
—Mejor. Está muy quemado, se encontraba muy cerca de la boca del pozo cuando se incendió, pero lo están curando. Se hacen cultivos de su propia piel. Tiene el treinta por ciento de la piel quemada, casi en el límite de lo vital. Ya le implantaron algunos trozos de piel artificial. Es una piel de lo más rara. La fabrican con cuero de ternera, cartílago de tiburón y un material plástico que extraen del petróleo. Como no produce rechazo no se necesitan drogas inmunosupresoras de por vida. Pero no es todo. Están haciendo cultivos de su propia epidermis. Parece fácil pero no lo es. Sacan un pedazo de piel sana del paciente, disuelven sus compuestos duros hasta que se llega al nivel de células independientes, las colocan sobre un tejido que hace de soporte y las alimentan con un caldo especial que permite que crezcan y se reproduzcan hasta que la superficie aumenta diez mil veces. Se corta y se reinjerta al paciente. Lamentablemente sólo podrán usarla donde esté sana la dermis y la hipodermis.
—Teniente, ¿está usted estudiando medicina?
—Disculpe, comandante. Como es de lo único que hablo con mi amigo al final lo aprendí. Le prometo ser más sintético.
—Necesito que me consiga una cita con el ingeniero Carreras lo antes posible. Si es posible hoy mismo. Será sólo un momento, usted vendrá conmigo.
—Comandante, aunque brama de dolor, creo que podemos ir sin pedir audiencia. Es mi amigo y lo recibirá a usted con mucho gusto.
—Andando, entonces –dijo Parker tomando su abrigo y su pipa–, lléveme al hospital.
El ingeniero Carreras estaba en una sala con aire acondicionado y botellas de suero colgadas a sus pies, recostado del lado sano. Se veían grandes porciones de piel marrón rojiza. En algunas partes estaba en carne viva. Debía sufrir mucho...
El comandante lo saludó muy amablemente. Foster lo había presentado como su jefe máximo en la DEA. Carreras pensaba que era una visita de cortesía y agradecía al comandante su atención, pero no era así.
—Señor Carreras –dijo Parker– ¿puedo hablar con usted de un tema altamente confidencial?
El enfermo lo miró sorprendido y luego dirigió su mirada hacia Foster, que desconocía el motivo de la visita del comandante.
—Supongo que sí.
—Cuando le digo altamente confidencial quiero significar que usted debe prometerme que, cualquiera sea su respuesta, olvidará la pregunta que le haré. ¿Me lo promete?
Carreras no esperaba una presión semejante en su estado. Pero estos de la DEA siempre juegan a los agentes secretos, así que a seguirle la corriente...
—Se lo prometo–contestó mirando a Foster como diciendo “qué bicho me has traído...”
—Soy el comandante general de la DEA en Miami. Necesito su colaboración para reemplazar a un narcotraficante que fue eliminado, pero sus verdugos no han podido confirmar su muerte. Lo molesto en su estado por una sola razón. Usted es tan parecido a él que hasta su amigo los confundió en las fotografías. Es un servicio que le pide su patria. Usted no debe hacer nada. Sólo que lo vean vivo. También debería aceptar ser dado legalmente por muerto. El acta de defunción la emitiría nuestro médico. Debe tomar otra personalidad. Incluso en la cirugía estética que se le realice. Luego, al terminar el operativo, usted podrá volver a ser el señor Carreras. ¿Qué me contesta?
Todo fue tan rápido que el enfermo