Tratarnos con dureza y fragilidad
Cuando nos tratamos con dureza, pensamos: «soy lo peor en comparación con otra gente, debo mejorar eliminando todos mis defectos». Cuando nos tratamos con fragilidad, pensamos: «soy lo peor y lo mejor que puedo hacer es aceptarlo porque soy quien soy, nada que pueda hacer va a mejorarlo».
Cuando nos tratamos con dureza, nos automonitorizamos detenidamente, intentando mantener bajo control todo lo que hacemos, siempre con el temor de hacerlo mal y que eso sea el fin del mundo. Cuando nos tratamos con fragilidad, simplemente nos rendimos y no parece que valga la pena hacer nada. Podríamos quedarnos bajo el edredón pasando el tiempo con cualquier cosa que nos reconforte.
En esos extremos, puede que nos encontremos pasando de un estado de intensa y aguda ansiedad a una depresión gris y anodina, y viceversa. La mayoría sentimos que nos estancamos en uno de los extremos del péndulo más que en el otro. Quizá porque el de la dureza da demasiado miedo, nos quedemos con la fragilidad, aunque nos haga sentir mal. O quizá nos tratemos con tanta dureza que no nos podamos permitir un momento de fragilidad o comodidad.8
Incluso si somos capaces de no llegar a semejantes extremos, la mayoría oscilamos entre la dureza y la fragilidad en nuestra vida diaria.
Suena la alarma por las mañanas y la retraso varias veces (fragilidad) antes de arrastrarme fuera de la cama (dureza). Me subo al autobús (fragilidad) mientras me regaño por no caminar cuando me ayudaría a perder algo de peso (dureza). En el trabajo me entretengo consultando las redes sociales (fragilidad), enfadándome todo el tiempo por no ponerme a trabajar en serio en lo que debería estar haciendo (dureza). Cuando termino el trabajo, me resulta difícil celebrarlo porque soy muy consciente de que podía haberlo hecho mucho mejor, y no quiero que se me vea creyéndome mejor de lo que soy (dureza). En su lugar, como premio cotilleo sobre mis colegas de trabajo (fragilidad). Les escucho hablar de sus vidas y me pregunto si mi atractivo y el éxito que he alcanzado son suficientes, y si mi relación es tan buena como creo (dureza). Llego a casa sin fuerzas y me derrumbo frente a la televisión con una cerveza en la mano (fragilidad).
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Podrías detenerte un momento y pensar cómo es tu día típico, o quizá en lo que has hecho hoy. ¿De qué manera te has tratado con dureza? ¿De qué manera te has tratado con fragilidad?
Al final de este capítulo te sugeriré una alternativa al péndulo de la dureza y la fragilidad. De momento, pensemos en algunos de los problemas que provoca.
Los problemas del péndulo de la dureza y la fragilidad
Tratarnos con dureza o con fragilidad nunca consigue lo que pretende. Tratarnos con dureza nunca nos hace mejores porque nunca hacemos lo suficiente. Nunca recibes la recompensa emocional suficiente por un trabajo tan duro. Es como escalar una montaña y, al llegar a lo que creíamos que era la cima, darnos cuenta de que hay otra cima más arriba, y otra más, y otra más.
La fragilidad tampoco consigue nunca lo que pretende. Oscilamos hacia la fragilidad porque nos hemos tratado con tanta dureza que nos hemos agotado y necesitamos un descanso. Pero a menudo lo que hacemos cuando nos tratamos con fragilidad nos hace sentir peor, en lugar de mejor. No disfrutamos realmente de la cerveza, o del juego online, o de consultar nuestras redes sociales, porque lo estamos usando para enterrar la dureza con la que nos hemos tratado, en lugar de relajarnos y cuidarnos de forma genuina. No estoy diciendo que la cerveza, los juegos online o las redes sociales sean necesariamente dañinos, sino que pueden serlo si los utilizamos de esa manera frágil, igual que puede serlo cualquier otra cosa.9
Cuando nos tratamos con fragilidad solemos tener tal certeza sobre nuestras carencias que tenemos muy poco que ofrecer a quienes nos rodean. Podemos pasar de tratarnos con dureza e intentar complacer a todo el mundo y buscar aceptación desesperadamente para luego volver a la fragilidad al rendirnos y no estar disponibles para nadie en absoluto. No está bien hacer eso a quienes nos rodean, y puede alimentar nuestra sensación de que somos malas personas y de que no valemos nada cuando vemos lo decepcionada que está la gente con lo que hemos hecho.
Otro problema de comportarse con dureza y fragilidad es que está profundamente enraizado en comparaciones con otras personas que están basadas en falsas creencias. Si todo el mundo está intentando mostrar su máscara perfecta al mundo —la máscara de alguien que siempre está bien y tiene todo bajo control—, ¿con quién nos estamos comparando? Con las máscaras de otras personas, no con quienes son en realidad. Estamos comparando nuestro interior con el exterior de otras personas.10
Muchas veces en mi vida, cuando las cosas eran realmente inestables —cuando estaba al límite y tenía que ir a llorar al baño a la hora de comer para poder aguantar el día— alguien a quien no conocía demasiado me comentó lo bien que veía que me iba la vida. Siempre me choca cuando esto sucede, porque deben de estar viendo mi cara sonriendo educadamente, sin tener ni idea de la tormenta interior que sucede debajo.
Lo que tiene ser terapeuta es que puedes ver realmente cómo es la gente bajo sus máscaras, cuando tiene el valor suficiente para dejarte mirar tras ellas. Lo más chocante es que prácticamente todo el mundo con quien he trabajado me ha dicho que debe de tener algo profundamente defectuoso, porque le parece que «el resto de la gente» es capaz de salir adelante. Hice el cómic que está al comienzo del capítulo basándome en eso.
Por eso la forma de tratarnos con dureza y fragilidad resulta dañina para nuestras vidas y también para el resto de la gente. Si somos capaces de mantener esa dureza para sostener esa gran personalidad en público, y solo nos permitimos tratarnos con fragilidad en privado, alimentamos esa cultura de la autovigilancia, el perfeccionamiento personal, en lugar de cambiarla. Me pregunto si el mejor regalo que podríamos hacerle a otras personas no sería mostrarles un poco de nuestra propia ansiedad e inseguridad, y dejar de crear esa ficción con la que compararse. Pero esta cultura de la humillación y el rechazo público también puede hacer que dé miedo mostrar nuestras vulnerabilidades y defectos.
Otra razón por la que vale la pena cuestionar la regla de vivir oscilando entre dureza y fragilidad es que, cuando nos tratamos con dureza, a menudo intentamos llegar a la perfección en todas las facetas de nuestra vida. La dureza no admite que todo el mundo tenga diferentes capacidades y habilidades, algunas de las cuales son más fuertes que otras, y que todas puedan variar con el tiempo, dependiendo del resto de cosas que ocurren en nuestra vida. Tampoco reconoce que no es un campo de juego equitativo. Por ejemplo, para quienes tenemos un historial de trauma, opresión y marginación, a menudo es duro incluso llegar al nivel del que parten otras personas en cuestiones de autoestima, redes de apoyo y acceso a recursos. Además, cada persona tiene niveles radicalmente diferentes de salud, energía y forma física.
Aparte de eso, cuando nos tratamos con dureza solemos imponernos reglas contradictorias, colocándonos en situaciones en las que resulta imposible ganar. Por ejemplo, podemos intentar complacer a todas las personas que nos rodean, aunque cada persona nos exija cosas diferentes. La amistad perfecta podría entrar en conflicto con el trabajo perfecto, la crianza perfecta con el sexo perfecto. Trabajar hasta muy tarde podría ser imposible de compaginar con ser una persona popular que socializa. Es poco probable tener suficiente tiempo libre para tener un cuerpo de surfista y también escribir un guion merecedor de un Oscar. Incluso una persona superhumana no sería capaz de realizar algunas de las tareas que nos imponemos. No es sorprendente que caigamos de nuevo en la fragilidad y tengamos ganas de abandonar, o de ni siquiera intentarlo.
Dureza hacia dentro y hacia fuera
Hay otra manera en la que tratarnos con dureza y fragilidad nos resulta perjudicial, y que tiene que ver con la relación entre cómo nos tratamos personalmente y cómo tratamos a otras personas: la idea de «quiérete antes de querer a otras personas» con la que empezamos. Si nos tratamos con dureza y fragilidad, es probable que a menudo nos encontremos tratando de la misma manera a otras personas. Como nos estamos comparando constantemente con otras personas, y tenemos tanto miedo a poder descubrir que tenemos defectos en comparación con ellas, es fácil juzgarlas y tratarlas con dureza.
De camino al