Desafortunadamente, con lo necesaria que resulta la comunicación cuando se rellena ese espacio en blanco, en general la gente no recibe una buena educación sobre cómo comunicarse en sus relaciones. Se asume que surgirá de forma natural y, si no es así, es porque nos pasa algo malo. Quizá por eso hay semejante demanda de libros y programas de televisión sobre cómo manejar las relaciones. Pero, por desgracia, en lugar de aclarar las cosas contribuyen a la confusión. Uno de los principales objetivos de este libro es demostrar que es comprensible, normal y —de hecho— sensato no tener las cosas claras sobre las relaciones.
Aprender las reglas
Una idea fundamental de este libro es que, cuando nos enfrentamos a altos niveles de incertidumbre, tendemos a agarrarnos a algo para sentir seguridad y nos aferramos a ello con fuerza.10 En el caso de las relaciones, a lo que nos aferramos es a unas reglas.
Solemos recurrir con frecuencia a viejas reglas que nos resultan familiares, incluso cuando no han funcionado especialmente bien en el pasado, o cuando no resultan aplicables a nuestra situación presente. Por lo menos las conocemos, y eso nos da seguridad cuando las cosas son tan inciertas. La ruta alternativa que ahora tomamos la mayoría es aplicar nuevas reglas para nuestras relaciones: bien en la comunidad bien por nuestra cuenta. De todos modos, hay una tendencia a aferrarse a esas nuevas reglas con tanta fuerza como a las antiguas; a veces incluso más, porque es duro estar fuera de lo que hace la mayoría.
Ambos caminos —adherirse a las reglas existentes, aferrarse a las nuevas— conllevan más sufrimiento, no menos. En lugar de mejorar las cosas, las suelen empeorar.
Viejas reglas
Adherirse a las reglas existentes ha creado una cultura que considera más importante ser «normal» que casi cualquier otra cosa.11
Haz la prueba¿Qué es lo normal? |
Cada cual tiene una idea mental de lo que es una relación normal, del mismo modo que la mayoría esbozamos prácticamente lo mismo cuando nos piden que dibujemos una casa.12 Prueba a hacer aquí un dibujo sencillo de una casa y de una relación.
Fig. 1.2. Una casa y una relación.
Del mismo modo que casi nadie vive en nada que se parezca remotamente a esa casa, ninguna de nuestras relaciones se parece a nuestra idea de normalidad. No obstante, hemos absorbido inconscientemente esas reglas sobre qué se considera normal porque son como el aire que respiramos. Resulta imposible escapar de ellas.
Por eso intentamos desesperadamente ser más normales, temiendo que la gente se dé cuenta de que no lo somos, y nos sentimos culpables cuando no somos capaces. En terapia se comprueba cómo las personas están más preocupadas por tener una vida sexual normal —signifique lo que signifique eso— que por encontrar lo que les excita y llevarlo a la práctica. Muchas personas se preocupan más de tener y mantener una apariencia normal que de que su cuerpo esté a gusto. Y la gente se suele preocupar por tener una relación normal que encaje en todo lo que se espera de una relación. La presión para ser normal limita a la gente y la lleva a estar monitorizándose a sí misma —y a otras— buscando cualquier señal que indique que no lo es.
Nuevas reglas
Pero, ¿y qué sucede con quienes nos salimos de las reglas existentes, sea porque así lo decidimos o porque no hay otra opción posible?
Las nuevas reglas se han ampliado desde que publiqué la primera edición de este libro. Por aquel entonces muchas personas mantenían relaciones, sexualidades y géneros fuera de la «norma», por supuesto. Pero recientemente hemos visto mucha más conciencia de ello, ligado a una explosión de terminología para las diferentes formas de experimentar el sexo, el género y el amor.
En la actualidad, más del cuarenta por ciento de jóvenes se sitúa en algún punto entre «exclusivamente heterosexual» y «exclusivamente homosexual», y hay una inmensa proliferación de términos para describir diferentes sexualidades y asexualidades (pansexual, gris-sexual, skoliosexual, etc).13 Facebook ofrece más de setenta palabras diferentes para que cada cual pueda describir su género, incluyendo muchas que van más allá del binarismo hombre/mujer (agénero, género fluido, demiboy, etc). Del mismo modo, existe una floreciente variedad de términos para diferentes clases de relaciones románticas y arrománticas (casi-monogamia, polisoltería o solo-poly, queer-platónica, etc.). Entraremos a fondo en todo ello en los capítulos 4, 5 y 6.
Personalmente, he encontrado esos cambios —y las conversaciones en torno a ellos— increíblemente útiles para mi propia comprensión del amor, del sexo y del género. Pero también ha habido una inmensa reacción contra los «snowflakes millennials» y las políticas identitarias de la «generación Tumblr», que da la sensación de que quienes se aferran a las viejas reglas consideran las nuevas como una amenaza. En una atmósfera tóxica como esta, resulta fácil que la gente se aferre con todas sus fuerzas a las nuevas reglas que han propuesto. Y quizá también insisten con la misma fuerza en que su manera de hacer las cosas es la única posible, vigilan vehementemente los límites en torno a su identidad o estigmatizan públicamente a quienes les cuesta seguir el ritmo, o a quienes viven las cosas de forma diferente. Volveremos a estos asuntos cuando hablemos del cubo de cangrejos de Terry Pratchett en el capítulo final de este libro.
Conmigo o contra mí
La situación de unas reglas viejas contra unas nuevas crea la dicotomía de «conmigo o contra mí»: «conmigo» están las personas normales que desean tener relaciones normales y «contra mí» está la gente extraña que hace cosas raras, antinaturales o equivocadas. En esas situaciones, a quienes están «contra mí» como mínimo se les ridiculiza, y en el peor de los casos se les rechaza de forma agresiva. Piensa en cómo tratan los medios de comunicación a quienes se saltan públicamente las reglas comúnmente aceptadas respecto a con quién es apropiado tener sexo y cómo: recibir dinero por sexo, ser infiel, exponerte fuera del armario como homosexual, bisexual o con conductas sexuales no convencionales.
Al tratar así las cosas, al otro grupo le puede resultar tentador intentar demostrar lo normales que son en el resto de aspectos de su vida. Como respuesta le dan la vuelta a la dicotomía «conmigo o contra mí» aferrándose con fuerza a sus propias reglas —«conmigo»— y rechazando a cualquiera que no esté de acuerdo como alguien que está «contra mí»; por ejemplo, tildando a esas personas de «básicas», «normativas», «triviales» o «muggles».14
Así, todo el mundo —«gente normal» y «gente rara»— termina aferrándose con fuerza a las reglas: comparándose en oposición a otras personas y juzgándolas —con el temor a poder estar haciéndolo mal— e intentando desesperadamente defenderse y demostrar que lo está haciendo bien.
Explorar nuestra relación con las reglas
En este libro dedico un capítulo a cada una de las ocho facetas clave de las relaciones. En esos capítulos exploro cuáles son las reglas existentes para cada faceta y por qué puede que no funcionen siempre bien. Después analizo qué personas y grupos se han salido de esas reglas existentes y qué están haciendo, para ver qué podríamos aprender de esas alternativas. También examino las limitaciones de esas nuevas reglas y cómo pueden convertirse en un problema si se aplican de forma demasiado rígida.
Finalmente, exploro una tercera alternativa frente a aceptar las normas existentes o buscar desesperadamente unas nuevas. Eso supone mantenerse en la incertidumbre de no tener unas reglas claras, y encontrar una forma de seguir adelante que no requiera aferrarse a nada. Si esto parece mucho pedir, al menos intentemos notar cuándo nos estamos aferrando a unas reglas para luego intentar sujetarnos a ellas de una forma más holgada.