Cuando nos vemos como algo estático —que se puede fijar y mantener siempre igual— nos limitamos y restringimos. El terapeuta Manu Bazzano dice que es como llevar un cuenco al río, llenarlo de agua y luego mirar al cuenco para entender el río. En realidad, somos el río, siempre fluimos y siempre cambiamos. 23
Convertirnos en algo fijo
Otra metáfora útil es la del escritor Stephen Batchelor.24 Este sugiere que somos como el barro que da vueltas en el torno, y al mismo tiempo como la mano que hace girar el torno y moldea ese barro, siempre en movimiento y cambiante. Cuando nos percibimos en estado estático, es como si metiéramos el barro en el horno y lo fijáramos. Cuando nos convertimos en algo fijo, devenimos una forma rígida, quebradiza y frágil.
Por supuesto, deseamos volvernos algo fijo porque vivimos bajo la ilusión de que somos capaces de ser siempre la mejor persona en sus mejores momentos. Además, ser algo fijo da la sensación de ser algo cierto y controlable: esto es quien soy y así es como hago las cosas. Y si podemos presentar un yo fijo y bueno al resto del mundo, esperamos que no vean nuestros defectos. Pero como no somos algo fijo, nuestra fluida vida sigue avanzando. El yo al que intentamos aferrarnos desesperadamente ya no encaja, o surge otra de nuestras facetas y rompe ese objeto cuidadosamente fijado.
Además, convertirse en algo fijo es peligroso porque podríamos terminar fijando las facetas de nuestra personalidad que menos nos gustan, o que nos parecen más defectuosas. Si reconocemos nuestra pluralidad y fluidez, esas cosas ya no resultan tan amenazantes: sabemos que solo es una de nuestras facetas y que inevitablemente variará y cambiará con el tiempo porque evolucionamos. Solo cuando nos convertimos en algo fijo sentimos que nos han congelado y estancado en alguien que no queremos ser: esa insoportable sensación de que esto es todo lo que siempre hemos sido y lo que siempre seremos. No es cuestión de cambiar por cambiar, sino de abrirse al cambio y ser conscientes de nuestros yoes como un proceso de cambio constante.
Convertir nuestros cuerpos en algo fijo
Algo que intentamos fijar a menudo, por supuesto, es nuestro cuerpo, cuando intentamos parecernos a los ideales estéticos limitados que mencioné antes. Esto resulta especialmente doloroso porque estamos definiéndonos sobre la base de algo que, inevitablemente, va a cambiar. Incluso si tenemos la suerte de evitar accidentes o enfermedades que modifiquen nuestro aspecto de repente, no seremos capaces de evitar el envejecimiento por el que pasa todo el mundo. La forma en la que solemos tratar nuestros cuerpos —poniéndonos a dieta, forzándonos a hacer ejercicios que odiamos, deseando tener un aspecto diferente, y la cultura de los cambios de imagen— está enraizada en la idea de fijar nuestros cuerpos como objetos.
La escritora Susan Bordo dice que la mayoría de las veces vemos «el cuerpo como una agresión externa, que nos amenaza con un antiestético despliegue de carne protuberante ... Para conseguir resultados (que suelen expresarse como una erradicación completa del cuerpo; por ejemplo, “no tener barriga”) se requiere un violento asalto al enemigo».25 De esa manera, es fácil alienarse de nuestros propios cuerpos: los tratamos como algo separado que debe ser monitorizado y juzgado, controlado y perfeccionado, en lugar de una parte intrínseca —y siempre cambiante— de quienes somos.
Me encanta esta cita del libro Tongue First de Emily Jackson sobre cómo nuestro cuerpo, como cualquier otra faceta nuestra, es plural y siempre cambiante:
Algunos días mi cuerpo es el de una señora, el refugio de un ama de casa en pantalones que se pasa las tardes haciendo postres en un barrio acomodado. Mi tripa se redondea a la espera del parto y mi espalda se encorva debido a los años de labores domésticas. Otros días es frágil: puedo ver los huesos de mis manos y pies; mis piernas son delgadas; la espalda me duele; las venas azules destacan en mi piel como las de una anciana. Aún así, otros me siento como una superheroína: los muslos de músculos hinchados, hombros anchos, las venas henchidas que se convierten en parte de mi físico atlético.26
Cuando oscilamos entre el trato duro y el trato frágil a nuestro cuerpo, resulta útil vivirnos como corpóreos, o en armonía con nuestros cuerpos. A menudo tenemos esa sensación cuando estamos en acción y en movimiento; a veces, cuando estamos a solas: no nos está monitorizando nadie y podemos ensimismarnos en lo que estemos haciendo. Piensa en los momentos en que te sucede esto: si es cuando bailas en una discoteca, cuando flotas en el mar o cuando te sientas en un banco del parque. ¿Sería posible cultivar esos momentos de forma que trates a tu cuerpo cada vez menos como un objeto ajeno?
Una alternativa a la idea de aprender a quererte, con la que comenzamos este capítulo, es que podríamos aprender a amar nuestros relatos en construcción permanente. Eso supondría mirar atrás en nuestras vidas y reconocer que eso construyó lo que somos hoy día, del mismo modo que podemos mirar hacia delante y reconocer nuestro rol como quienes escriben qué va a suceder a continuación. Es complicado querernos sin convertir nuestro yo en algo fijo, y puede ser difícil aceptar realmente los diferentes yoes que somos. Pero podemos reflexionar sobre nuestro relato en construcción con todos sus altibajos, sus triunfos y tragedias, y reconocer que al menos compone una historia realmente única.
¿más allá de las reglas? aceptar la incertidumbre
Hemos visto que las reglas que-damos-por-sentadas sobre nuestro yo tienden a tratarnos como un yo único, fijo. Las reglas sugieren que debemos escrudiñar y vigilar nuestro yo para asegurarnos de que solo revela determinadas facetas. Debemos compararnos con otras personas y perfeccionarlo para erradicar todos nuestros defectos. Eso nos deja oscilando caóticamente entre esas formas duras y frágiles de tratarnos de las que hablábamos anteriormente.
En lugar de buscar reglas definitivas sobre cómo debemos ser, podríamos aceptar que esta es un área incierta e incontrolable de nuestra vida, que diferentes facetas de nuestro yo surgirán en diferentes situaciones y relaciones, y que todo el mundo varía y cambia con el tiempo. Si cuestionamos las reglas pensándonos como plurales en lugar de singulares y en cambio constante más que como algo fijo, ¿qué sucede con las formas duras y frágiles de relacionarnos con nuestro yo?
Quizá terminemos oscilando el péndulo más suavemente entre algo parecido a la bondad y la firmeza, en lugar de la dureza y la fragilidad. Cuando nos tratamos con bondad, nos decimos: «Estoy bien y debo ir poco a poco»; cuando somos firmes, decimos: «Estoy bien, y lo tengo bajo control».
Fig. 2.5. El péndulo de la bondad y la firmeza.
Te habrás dado cuenta de que, en el diagrama de dureza y fragilidad, he colocado la dureza primero y la fragilidad después, mientras que en esta versión pongo la bondad en primer lugar y la firmeza después. Lo hago porque creo que la dureza es la base de tratarnos con dureza y fragilidad. Empezamos por la dureza: intentamos forzarnos con severidad para ser como creemos que deberíamos ser. Y, o bien nos mantenemos así, cayendo en la fragilidad porque la dureza es, simplemente, demasiado dura, o nos mantenemos oscilando de un lado a otro entre ambos extremos.
En mi versión alternativa pongo la bondad antes que la firmeza porque la bondad es la base fundamental.27 Se trata de tratarnos con cariño, de reconocer que no podemos hacerlo todo en todo momento y de cuidarnos para sentirnos con la fuerza suficiente para enfrentarnos al mundo. La firmeza surge al reconocer que en la vida queremos luchar por determinadas cosas y cuando nos responsabilizamos de nuestros actos. Pero la firmeza está basada en tratarnos con cariño. Perseguimos las cosas de una forma que reconoce de qué somos capaces y cuáles son nuestros límites, y nos concede un descanso cuando lo necesitamos.
La