1. Esencialista: apela a los términos de tradición, cultura, carácter nacional, parentesco sanguíneo, lengua, etc.
2. Epocalista: apela a la historia de nuestro tiempo, su dirección y el significado de ésta.
Al apropiarse de ellas, el mercado toma y absorbe estas evocaciones de legitimidad, regresándolas al discurso de forma resignificada16 —resignificación que obviamente sólo atañe a sus intereses— con lo cual instituye, de manera sutil, un nuevo formato de nacionalismo que apela a los conceptos de unión e identificación a través del consumo, tanto de bienes simbólicos como materiales. Ya que, dentro de las lógicas mercantiles, todo es susceptible de ser comercializado, incluyendo los conceptos, por lo cual, los conceptos de nación y nacionalismo pueden convertirse en baratijas culturales decorativas.
El concepto de Estado-nación ha sido desestructurado y desbancado por el de Mercado-nación. Este desplazamiento es fundamental puesto que «algo que todo el mundo sabe pero nadie siquiera piensa cómo demostrar es el hecho de que la política de un país refleja el sentido de su cultura.»17
Si bien es cierto que el Mercado-nación ya no se reduce geográficamente a un país, también es cierto que el neoliberalismo tiene como principal representante a los Estados Unidos quienes extienden su cultura a través de la tecnología, los mass media, el networking, la publicidad y el consumo a todos los confines de la tierra; creando deseos consumistas incluso en aquellos lugares donde difícilmente podrán ser satisfechos por la vía legal; fortaleciendo la emergencia y el afianzamiento del Mercado como la Nueva Nación que nos une.
Cabe aclarar que la implantación de este discurso no se da de forma directa, expuesta, sino por el contrario, se da en una especie de travestismo discursivo, donde los términos del mercado son intercambiados por otros conocidos y defendidos desde una perspectiva identitaria e incluso nacionalista, por lo cual este intercambio es propuesto de manera casi «natural». Cuidándose todo el tiempo de que el uso y la popularización de los conceptos del Mercado-nación no desplacen bruscamente a los usados por los distintos nacionalismos y/o naciones. Tratar de no hacer desaparecer el discurso (pero sólo en teoría) de las naciones es una estrategia para usarlo como envoltorio de legitimación que encubra al discurso consumista del Mercado-nación.
Se incita a la inflamación del discurso de las naciones para desarmarlas/inmovilizarlas, para que la acción quede directamente a disposición del mercado. Esto se evidencia de forma clara en el hecho de que, en la mayoría de países europeos donde gobierna la derecha, se defiende una economía neoliberal al mismo tiempo que se detenta un discurso conservador que apela al nacionalismo.18 Sin embargo, bajo los preceptos nacionalistas subyace el sistema del Mercado-nación que impone como parámetros de identidad personal, cultural, social e internacional, el uso y consumo de marcas registradas (™), logos (®), nombres (©), firmas, iconos y/o teorías populares, etc., exigiendo un poder adquisitivo para otorgar un status quo que fungirá de canon de identidad.
Hemos revisado el estallido del Estado y el desmantelamiento del concepto de nación en el Primer Mundo. Sin embargo, cabe aclarar que dichos procesos han tomado una dirección distinta en el Tercer Mundo, donde el estallido del Estado se ha dividido entre la integración de las demandas neoliberales y la interpretación literal de estas demandas por parte de la población tercermundista que ha devenido en la creación de un Estado alterno hiperconsumista y violento.
Narco-nación
En el caso de México podríamos decir que el estallido del Estado-nación se ha dado de forma sui generis puesto que el nuevo Estado no es detentado por el gobierno sino por el crimen organizado, principalmente por los cárteles de droga, e integra el cumplimiento literal de las lógicas mercantiles y la violencia como herramienta de empoderamiento, deviniendo así en una Narco-nación.
El proceso que denominamos Narco-nación no es un fenómeno reciente, por el contrario ha sido un proceso largo y complejo. Podríamos hablar de que, desde finales de la década de 1970, el Estado mexicano no puede ser concebido como tal, sino como un entramado de corrupción política que ha seguido las órdenes del narcotráfico en la gestión del país;19 una amalgama narco-política que se ha radicalizado en la última década y que mantiene enfrentados al gobierno y al crimen organizado en la contienda por el monopolio del poder.
Un país como México tiene su economía más constante en el sector gris o negro y en este contexto debemos situar el fenómeno de la delincuencia organizada. Dicho fenómeno ha nacido dentro de un Estado corrupto y desestructurado que llevó a la población civil a una situación caótica, quien tomó el modelo criminal como «… una respuesta “racional” a un entorno socioeconómico totalmente anómalo.»20 Así, «con el Estado en pleno desmoronamiento y las fuerzas de seguridad sobrepasadas por la situación e incapaces de hacer valer la ley, cooperar con la cultura criminal era la única salida.»21
De esta manera, la mafia se entreteje con el Estado y cumple (o financia) muchas de las funciones de aquél, creando un entramado indiscernible y difícil de impugnar de forma eficaz, dado que las necesidades de la población civil se ven atendidas gracias a la creación de escuelas, hospitales, infraestructuras, etc., patrocinadas por el narcotráfico. Se difuminan así las fronteras donde situar las funciones del Estado y las del narcotráfico, todo ello coadyuvado por el encubrimiento y el silencio de la población civil. Como afirma Carlos Resa Nestares:
Es evidente que el poder económico procedente del tráfico de drogas se traduce además en poder social y político. La corrupción, y la intimidación y la violencia cuando ésta falla, genera importantes réditos en torno al proceso político de toma de decisiones, lo cual les permite tener acceso indirecto al debate sobre políticas que influyen en sus negocios tornándolas hacia su favor y en ocasiones en contra de los ciudadanos. Por otra parte, el cerebro racionalmente económico de los grandes narcotraficantes no sólo se dedica a trazar esforzados planes de distribución y expansión sino también a su legitimación en una sociedad concreta. Las drogas generan empleos y riquezas en zonas muy degradadas del primer y del tercer mundo, con las lealtades personales que ese flujo monetario puede generar. Pero también los grandes narcotraficantes utilizan partes marginales pero importantes de sus beneficios para obras sociales y de caridad.22
Durante la crisis de la década de 1980, sufrida por la mayoría de los países de Latinoamérica, se radicalizó la pobreza y se afianzó la alianza narco-política, creándose en México, y en muchos otros países tercermundistas, «un Frankenstein que se escapó por la puerta sin que los científicos se dieran cuenta.»23
Factores como la liberalización de precios, la desregulación de los mercados, escasos apoyos al campo24 (al sector agropecuario), desestructuración e ineficacia de las funciones del Estado, faltas en el cumplimiento en las garantías mínimas de los derechos humanos, espectralización del mercado, bombardeo consumista-informativo, frustración constante y precarización laboral ayudaron también a la popularización de la economía criminal y el uso de la violencia como herramienta mercantil, dando «el pistoletazo de salida para un vertiginoso y accidentado viaje hacia lo desconocido,»25 un camino paralelo que trazó la ruta hacia el capitalismo gore.
Con la década de 1990 llegó una nueva reforma a la economía mexicana: el Tratado de Libre Comercio entre México, los Estados Unidos y Canadá, que se aunó al constante servilismo del gobierno para con las empresas extranjeras, (especialmente con los Estados Unidos y los países asiáticos). El tlc contenía una serie de anomalías catastróficas. Los precios más imposibles para millones de ciudadanos (en los productos básicos de alimentación) y la vivienda se liberalizaron, pero no los que afectaban a una pequeña minoría de empresarios (el petróleo, el gas natural, etc.). Esto llevó al país a una desolación económica y política absoluta, haciendo de la clase media una minoría cada vez más escasa. Con el adelgazamiento de ésta y el incremento de las desi-gualdades sociales, como resultado de una política