Te quiero pero voy a matarte. Ingrid V. Herrera. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Ingrid V. Herrera
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9788418013287
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tenía su voz, pero el esfuerzo hacía temblar sus mejillas regordetas—, se procedió con el chequeo médico rutinario, por parte del veterinario, y... —Miró por encima de los reporteros y al ver a Michael abrió los ojos de par en par—. ¡Michael!

      Nada más verlo, se apartó de los reporteros con cierta dificultad y fue hacia Michael con una vaga sonrisa de alivio. La gente de las noticias lo siguió de cerca y no paró de realizar preguntas ni por un segundo.

      —Justo quien nos puede despejar todas las dudas. —Billy anunció con un vozarrón.

      Tomó del brazo a su empleado y lo arrastró hacia el tumulto de impertinentes como quien arroja a un delincuente dentro de su celda. El círculo de cámaras y micrófonos se cerró en torno a ambos; pero Billy Byron se zafó al decir que Michael era el encargado del mantenimiento de la casa de los felinos, el oráculo que tenía todas las respuestas sobre la pantera rescatada y que, ahora, se encontraba desaparecida. Luego de eso, se esfumó.

      «Hijo de mandril», pensó Michael, resentido, al ser abandonado.

      De inmediato, las palabras de su jefe golpearon a su comprensión como si de un mazo de roca se tratara: ¡¿la pantera nueva había desaparecido?!

      Las preguntas empezaron a caer sobre él y sintió que era aplastado por un montón de ladrillos. No podía entender nada si le hablaban todos al mismo tiempo, y, por si fuera poco, no sabía a quién contestar. Por primera vez en su vida, deseó que el tiempo se detuviera para que pudiera comprender lo que estaba sucediendo. Poco después, entendió por qué la gente estaba siendo evacuada. El personal de seguridad temía que la bestia estuviera suelta en algún lugar de las inmediaciones. El zoológico estaba bajo una total alerta roja.

      El sudor frío empezó a manar y a escurrir por su espalda al imaginarse que la pantera suelta podría atacar a algún niño:

      «Mierda».

      Michael miró ansioso a todos los reporteros y giró sobre su propio eje. Quería salir corriendo a buscar al animal y evitar una desgracia.

      —¿Desde cuándo usted...?

      —¿Tiene idea de dónde...?

      —¿Conoce los pormenores de...?

      —¿Quién fue el...?

      Las preguntas lo aguijoneaban por todos los flancos y no terminaba de escuchar ninguna debido a la superposición de voces. Todo era una gran complicación. En su mente, Michael maldijo a su jefe. Sentía que Billy Byron le había fundido el cerebro y, por su culpa, no se le ocurría nada bueno para contestar. Tal vez, solo lo estaba usando como chivo expiatorio.

      La integridad del zoológico estaba en peligro y si todo se iba por el drenaje, entonces le podían echar la culpa a Michael ya que, después de todo, él era el encargado de la pantera.

      «Billy, hijo de puta, malnacido».

      Respiró de forma profunda y entrecortada, cuadró los hombros para las cámaras y decidió encarar las preguntas: algo bueno se le iba a tener que ocurrir.

      —¡Maldita sea!

      Reby sabía que las rejas del zoológico no se abrirían, pero las pateó de todas formas con su gastada bota de motociclista.

      «Cerrado».

      El zoológico tenía las puertas cerradas y ella no alcanzaba a ver ni un solo alma, dentro. A lo lejos escuchó los gritos solitarios de los monos aulladores y algunos cantos ahogados de las diferentes especies de aves. Su pie seguía contra los barrotes y lo deslizó hasta que volvió a tocar el suelo. Se acercó a la placa de anuncios y leyó con rapidez el cartel en busca de información:

      «Abierto de 8:00 a 19:30».

      Miró el cielo, se estaba poniendo de un gris opaco. Aunque no llevaba reloj, sabía con certeza que no pasaban de las seis de la tarde. Entonces, ¿por qué demonios estaba cerrado?

      Reby soltó un suspiro y miró por encima de su hombro, tampoco había gente afuera, a pesar de estar en el enorme Regent’s Park. Una vieja y conocida sensación de abandono volvió a asaltarla. Miró sus manos: en una cargaba su maleta con la poca ropa que poseía y en la otra asía el estuche de cuero, desgastado y raído, de su guitarra. Pensó en cómo reaccionaría su amigo Allan cuando encontrara la nota que había dejado sobre su cama mientras él salió en busca de comida y Jamie dormía una siesta.

      Un horrible espasmo apretó su pecho. Se sentía culpable hasta los huesos por haberse ido a escondidas después de todo lo que Allan había hecho por ella. Sin embargo, prefería ser odiada por su mejor amigo a hacerle daño y a poner su vida en peligro.

      «Soy un monstruo».

      Con pesar, arrastró los pies hasta una banca cercana a la reja del zoológico. No quería irse porque tenía una reliquia familiar que recuperar y necesitaba cazar al chico que podía dársela. Abrió su golpeada maleta y sacó un holgado jersey de punto, color azul, con el que se cubrió. Reby sabía que pasaría un frío infernal en la medida que avanzara la tarde ya que la temperatura bajaría.

      Subió los pies a la banca y se abrazó las rodillas contra el pecho para guardar mejor el calor.

      «Bueno, al menos parece que no lloverá».

      Sus ojos empezaron a nublarse y enterró el rostro contra sus muslos cuando sintió que las lágrimas calientes ardían en sus lagrimales helados a causa del viento. Recordó a sus padres: su madre solía arroparla con una frazada suave cuando hacía frío y su padre entraba a su habitación para abrazarla cuando había tormentas que la asustaban. Incluso, a veces, él tomaba su guitarra y tocaba una dulce canción de cuna que calmaba a la pequeña Reby.

      Ahora que sus padres ya no estaban, no tenía ningún lugar a donde ir, otra vez estaba sola. No le habían dejado nada más que una maldición asesina...

      —Billy, estoy hasta el carajo de este día. Me voy, nos vemos mañana. —Michael se terminó de ajustar las mangas de su chaqueta de cuero y se dispuso a salir de la oficina de su jefe.

      —Eh, no tan rápido, Michael Arthur Phillip II Blackmoore —lo llamó Billy desde el asiento, había estado bebiendo demasiado coñac y ya se notaba que arrastraba la lengua—, sé por qué estás molesto. De verdad, te debo una, hijo.

      Michael esbozó una media sonrisa burlona y se dio la vuelta para mirarlo.

      —Billy, ya me debes muchas. Si me pagaras por cada vez que me dices eso, ya le podría comprar Buckingham a la reina.

      El viejo estalló en una hosca carcajada.

      —Malditos medios de comunicación, ¿viste eso? Estuvo cerca, casi nos clausuran.

      Con pesar, Michael entornó los ojos. Le irritaba que su jefe estuviera borracho en ese preciso momento. El zoológico se mantuvo cerrado todo el día para que el personal de seguridad buscara a la pantera, pero no la pudo encontrar. Todos los empleados estaban al borde de un ataque de nervios, excepto Billy Byron, por supuesto.

      Michael había persuadido a la prensa de que la pantera se encontraba en tratamiento veterinario, bajo cuarentena. No obstante, era consciente de que el zoológico no podía mantener esa mentira por mucho tiempo ya que los noticieros volverían por noticias jugosas sobre el animal. Además, él no descansaría hasta saber qué había pasado con la bestia y cómo era posible que no hubiera rastros de ella.

      Lo peor de todo el asunto era que Michael jamás había visto a la pantera. Se había enterado que estaba, por casualidad, ya que todos hablaban de ella, pero él jamás se la topó dentro del santuario, lo que era, en exceso, extraño.

      —Adiós, Billy.

      —Espera, antes de que te vayas… —Lo detuvo antes de que abriera la puerta y empezó a buscar algo dentro