Te quiero pero voy a matarte. Ingrid V. Herrera. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Ingrid V. Herrera
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9788418013287
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acuerdo. Mal momento. Me voy.

      —No. —Lo detuvo Reby con una mano en alza—. Quédate. —Se volvió a Sebastian—. Mira, lamento mucho la... impresión. —Hizo una pausa para escoger sus palabras y, esta vez, su voz sonó amable, como alguien que está tratando de convencer a un gatito de que no le hará daño si se acerca—. Sé que no empezamos con el pie derecho, pero soy Rebecca Gellar: tu prima segunda, para ser más exacta.

      Sebastian hizo una seña con los dedos y le indicó que lo esperara un segundo. Sin dejar de mirarla, se colocó su silbato entre los labios y lo hizo sonar. Las chicas a su cargo habían terminado de dar la vuelta a la cancha hacía bastante y, ahora, estaban reunidas en un rincón cercano, cuchicheaban sin dejar de lanzar miradas a su entrenador. El sonido del silbato las hizo dar un respingo, como si el secretito que compartían hubiera sido descubierto. Reby se fijó en que también había cuatro chicos, pero no parecían interesados en la charla femenina.

      Sebastian se llevó las manos alrededor de la boca y formó un altavoz. Gritó:

      —Cinco minutos de descanso.

      Las chicas lo siguieron con la mirada mientras él volvía a acercarse a Reby. Ella se dio cuenta de que no la observaban de forma amistosa y notó el recelo en el aire. Por un momento, se sintió como una intrusa-roba-entrenadores-guapos.

      —Vamos a sentarnos en las gradas —sugirió Sebastian y le puso, otra vez, una mano en la espalda para guiarla.

      Reby juraba que sus desarrollados oídos escucharon salir un débil «perra» de la boca de una de las chicas. Se volteó, furiosa, y una de las estudiantes contuvo un grito ahogado y luego, giró la cabeza hacia el lado contrario, con inocencia.

      —A ver —empezó Sebastian mientras se presionaba el entrecejo con el índice y el pulgar—, vamos por partes, ¿sí? —La miró con una intensidad que hacía resaltar el turquesa de sus ojos—. ¿Cómo es posible que tenga una prima y no lo haya sabido?

      Reby recargó los codos en la grada que tenía atrás y se arrellanó.

      —¿Tu padre no te lo dijo?

      Él frunció el ceño y negó con el cabeza, inseguro.

      «Claro, Gregory es un infeliz», pensó Reby.

      —No me sorprende. Todos nosotros sabíamos de Gregory y su familia de «tres», pero él nunca quiso saber nada de nosotros. Mi abuelo, que era hermano del tuyo, lo conocía. Incluso mi padre intentó contactar con él y, cuando lo logró, ¿sabes que hizo Gregory? Lo repudió. Tienes un padre muy arrogante y en exceso prepotente.

      Sebastian estaba tenso y se notaba el esfuerzo extra que hacía por procesar, de buena manera, toda la información:

      —Él ya no es así —aclaró.

      —Pero tampoco te habló de nosotros. —Soltó un resoplido de risa—. Se sigue avergonzando.

      —Le está costando trabajo, ¿de acuerdo? —Sebastian se puso a la defensiva y sus ojos se volvieron una llama azul, pero debió ver algo en la expresión de su prima que lo calmó.

      Ella se inclinó hacia adelante y habló en voz baja:

      —Escucha, Sebastian, no vine aquí para criticar a tu padre, que aun así tiene la culpa, ya lo verás. —Cuadró los hombros—. Él te oculta información, te ha ocultado nuestra historia, siglos y siglos de generaciones con el mismo mal que tú.

      Sebastian le sostuvo la mirada sin inmutarse, pero tenía apretada la mandíbula con tanta fuerza que un músculo de su mentón vibró. Se puso de pie con tanta brusquedad que si hubiera estado sentado en una silla la hubiera tirado por el movimiento.

      —Lo siento, no sé a qué te refieres. —Dio la vuelta y empezó a caminar hacia el campo—. Tengo trabajo en este momento.

      —Psst, oye Reby, se te escapa —susurró Allan, muy entretenido.

      Ella se levantó y frotó sus manos como si estuviera sacudiendo el polvo que no tenían.

      —¿Quieres que traiga una manguera y te muestre a lo que me refiero? —gritó con fuerza.

      Sebastian se petrificó justo donde estaba, pero un segundo después siguió caminando hacia su equipo.

      —¿O prefieres que empiece a llover?

      —Eh, buena esa —aprobó Allan desde su asiento en las gradas.

      —¿Tu mami te compra bolas de estambre o te consigue un enorme antílope cuando te conviertes en un...?

      Reby tuvo que interrumpirse de inmediato. Sebastian había plantado los talones en el pasto y giró con tanta furia que hizo dos marcas en el suelo. Se dirigía a ella con paso airado; sus ojos estaban entornados y fieros, tanto que a la distancia los veía destellar. Parecía un ángel poseído por un demonio.

      —¡Uh! Bien hecho, Rebecca Gellar. Ahora viene a patearte el trasero y a partirte toda la cara.

      Reby soltó una risilla nerviosa:

      —No ayudas, Allan.

      La joven levantó la barbilla con altivez y trató de permanecer firme, pero lo cierto es que comenzó a retroceder para llegar más arriba en las gradas, como si eso fuera a impedir que Sebastian la alcanzara.

      Él empezó a subir, imparable. Sus pasos hacían resonar el metal de las gradas y ni siquiera podía ver por dónde venía. Su porte y equilibrio eran extraordinarios. Reby no pudo evitar sentirse complacida.

      «Alguien como yo».

      Ella llegó a la parte más alta y él se quedó unas cuantas gradas más abajo. Estaban al mismo nivel, cara a cara.

      Sebastian la apuntó con su largo índice.

      —¡Tú! ¡Cómo sabes que el agua...! Que yo... que yo... —gesticuló con la boca, pero las palabras se le quedaron atoradas.

      Ella envolvió su dedo con la mano y lo bajó con lentitud, sin que él opusiera resistencia.

      —El agua me hace cambiar de forma —contestó a media voz y, con un susurro, siguió—: soy como tú.

      Las palabras conmocionaron a las facciones estéticas y marcadas de Sebastian. Parecía que le hubieran revuelto las tripas. Miró a Reby con ojos turbados.

      —Eres... eres... Oh, Dios mío... —murmuró y se llevó ambas manos a la cabeza—. ¡Dios mío!

      Él se había turbado, pero Reby aún tenía que cumplir su objetivo. Se apresuró a hablar y tapó las palabras incomprensibles de su primo.

      —Sebastian —dijo y trató de llamar su atención, pero él se había perdido en un mar de pensamientos—, sé que es mal momento, pero en serio tengo que hablar contigo. —Él no entendió lo que ella decía, pero de todas formas negó con energía—. Hay algo que tengo que mostrarte...

      —Ahora no. —Se volteó para bajar las gradas con urgencia.

      —Por favor, Sebastian. —Reby sonó desesperada y trató de pisarle los talones—. Es importante... ¡Es importante para los dos!

      —Lo siento, Reby —replicó y se compuso tras un discreto carraspeo—. Ahora no puedo hablar contigo, estoy trabajando.

      Reby dejó de seguirlo.

      —¿Seguro que no quieres saber nada de tus antepasados?

      Él no respondió, pero ella notó que apretaba los puños.

      —Sebastian —pronunció con tono suplicante y lo persiguió a través del campo—. Sebastian, por favor, ¡podemos deshacer esto...!

      —Escucha, Reby —dijo él y se detuvo para mirarla—. No podemos hablar en este momento.

      Reby abrió la boca, sin embargo, no consiguió objetar nada. Bajó la cabeza y Sebastian notó la expresión dolida que tenía en el rostro. La lanza de la culpabilidad