Te quiero pero voy a matarte. Ingrid V. Herrera. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Ingrid V. Herrera
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9788418013287
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got a smile that it seems to me reminds me of childhood memories...»

      Cuando sus dedos entraban en contacto con las cuerdas, solo ella podía hacer que una melodía tan rápida y brusca, sonara tranquila y armoniosa. Solo ella podía hacer que la letra, cantada de forma tan áspera, se escuchara dulce. Sí, solo ella podía darle la entonación y velocidad de una canción de cuna.

      Allan tomó el pomo y lo hizo girar con lentitud. Abrió la puerta, despacio. Necesitaba un pequeño resquicio para mirar con un ojo.

      Reby se había puesto una blusa con estampado floreado y unos pantalones cortos de mezclilla de su madre. Estaba de espaldas a él, sentada en el borde de su cama. Sostenía la guitarra en su regazo y estaba inclinada ligeramente hacia Jamie, que se encontraba sentado en el piso con las piernas cruzadas y la cabeza recargada en sus regordetas y pequeñas manos. La miraba hipnotizado, como si le hubieran extraído el cerebro.

      Allan soltó una risita por lo bajo y de inmediato el sonido de la guitarra se detuvo. Reby guardó silencio y se volteó para mirarlo por encima del hombro. Él dejó caer el cuchillo y lo apartó con el talón antes de entrar. Ella le dedicó una radiante sonrisa que hizo brillar sus ojos de joya.

      —Allan, vete de aquí, ¡interrumpiste a Reby! —se quejó Jamie de manera infantil.

      —Enano, fuera. —Le hizo una mueca a su hermano y abrió más la puerta. Señaló el pasillo con el pulgar.

      Jamie se levantó de un salto, ofendido.

      —Pero...

      —Fuera.

      —Pero...

      —Fuera.

      —Pero, pero, pero, pero...

      —Fuera, fuera, fuera, fuera...

      —¡Ah, ya basta, los dos! —gritó Reby, al fin—. Jamie, cariño, puedo cantártela más tarde, ¿sí? —le prometió y le revolvió el cabello.

      El labio inferior del niño comenzó a temblar en señal de que habría lágrimas, pero levantó la barbilla con altivez, como un hombre adulto, asintió con la cabeza y comenzó a avanzar hacia la salida. Se detuvo junto a Allan, le dio una patada en la pantorrilla y salió corriendo, no sin antes cerrar la puerta tras de sí.

      —Maldita... —gruñó Allan y se agachó para sobarse—… sabandijita.

      Necesitó de un momento más para retorcerse en su jugo de cólera; después, cuadró los hombros y con dignidad se fue a sentar junto a Reby.

      —Eres el ser más patético, engendrado sobre la faz de esta tierra.

      Él le dedicó una sonrisa insulsa.

      —Así me amas.

      Reby volvió a tomar la guitarra y la apoyó sobre su regazo, para mirarla con aire contemplativo.

      —¿Desde cuándo tienes guitarra? —inquirió con curiosidad.

      —Desde que la compré.

      —Sí, claro. —Reby puso los ojos en blanco—. Pero, ¿desde cuándo tocas?

      —No lo hago. —Allan se encogió de hombros. Era lo único que iba a responder, sin embargo, Reby lo miró desconcertada e hizo la siguiente pregunta con los ojos—. La compré porque quería que tú me enseñaras... pero te fuiste.

      Reby apartó el instrumento, como si de repente le incomodara demasiado el peso y esquivó la mirada de Allan para clavarla en su regazo. El silencio se expandió por la habitación como si fuera un elástico.

      En las entrañas, él sintió que estaban a punto de tener una conversación que debían desde hace mucho tiempo. Se reacomodó en la cama, flexionó una pierna sobre el colchón y dejó que la otra colgara en un costado. Quería verla de frente.

      —¿Por qué lo hiciste, Reby?

      Una mueca tiró de los labios de ella y no fue capaz de subir el rostro. Nerviosa, comenzó a juguetear con sus delgados pulgares y los hizo girar uno encima del otro. Con voz queda y vacía, dijo:

      —He hecho muchas cosas. ¿A cuál de ellas te refieres?

      —Sabes a qué me refiero.

      Ella frunció los labios y pronunció un silencioso «no».

      —¿Por qué te fuiste? —insistió, otra vez.

      Reby soltó una risita histérica y lo vio directo a los ojos.

      —Sabes exactamente el porqué.

      Allan parpadeó y le sostuvo la mirada por un instante que se tornó eterno. Fue de una manera que cualquier ser humano encontraría incómoda al cabo de diez segundos e insoportable al minuto entero.

      De pequeños, Allan y Reby solían competir para saber quién era el que aguantaba más tiempo sin parpadear. Solían alcanzar el minuto sin que a ninguno se le cayeran las pestañas o se le cocieran los ojos. Con el tiempo, lo perfeccionaron y formaron la costumbre de sostenerse la mirada sin necesidad de que la razón fuera una competencia. Pero a Reby le gustó más de la cuenta.

      —Por mí —repitió y soltó un resoplido cargado de risa—. Por... ¿Por mí? —murmuró sin poder asimilar la respuesta y se clavó el pulgar en el pecho para señalarse—. Oh, vamos, Reby, creí que ya habíamos dejado claro ese asunto.

      —Entonces, ¿por qué estamos teniendo esta conversación? —contestó un tanto herida por la reacción evasiva de él—. Preguntaste y ahí tienes tu respuesta. Ni siquiera tuve que abrir la boca, no soy responsable de tus reacciones negativas, Allan.

      Por un instante, él sintió que la intensidad subía en el ambiente. Reby sabía que no hacía falta que Allan la viera de alguna forma en especial: los dos círculos de color chocolate que tenía alrededor de las pupilas siempre le parecían brillantes. Además, la inclinación de sus oscuras cejas lo hacía lucir como si la estuviera retando a realizar algo, y la manera en la que su labio superior estaba trazado y finalizaba en las comisuras, le marcaba una ligera sonrisa. Aunque él no la esbozara, Allan siempre tenía una sonrisa en su rostro.

      En ese momento, él no sonreía, pero parecía estar haciéndolo. Entre más enojado estaba, más apretaba la mandíbula y su curva facial se acentuaba. Lucía como un diablo sonriente.

      Se dio un golpe en las piernas antes de levantarse y acercarse a las persianas. En ellas abrió un agujero con el índice y el pulgar y se fijó en el exterior nocturno. No observó nada en particular.

      —¿Por qué volviste?

      —¿Qué pasaría si te dijera que también fue por ti? —Allan se volteó, suplicante. Ella sonrió y negó con la cabeza—. No fue por ti. De haber sido por ti, ni siquiera habría salido esa mañana de la cama.

      —¿Entonces...?

      —Estoy harta. Por eso volví. —Se acercó a Allan en silencio y también se fijó en el exterior—. Ya me cansé de temerle al agua. Ya me cansé de imaginar que en cualquier momento puedo matar alguien. Incluso... —Sin quererlo rozó a su amigo y escuchó cómo él tragaba el nudo que tenía en la garganta—. Incluso pude haberte matado a ti.

      Él soltó la persiana y se volvió hacia ella. Le puso las manos encima de los hombros.

      —Eso no es cierto. Estoy seguro de que ese día, muy en el fondo de ti, no querías...

      —¡Claro que quería! ¿No lo entiendes aún? Quería matarte y todavía quiero hacerlo cada vez que me trasformo. Si tú estás frente a mí, adiós. Te conviertes en el principal objetivo. ¡Por eso me fui, idiota! —Apartó sus manos con brusquedad—. ¡Eres demasiado importante para mí, como para darme el lujo de perderte!

      Ella se apartó un par de pasos. Sus hombros temblaban por la rabia, por la impotencia y por el odio hacia ella misma. Allan quería acercarse, pero sabía que no debía que hacerlo. A menudo imaginaba que si tocaba a Reby mientras estuviera