Te quiero pero voy a matarte. Ingrid V. Herrera. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Ingrid V. Herrera
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9788418013287
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a Reby y siempre se lo había tenido. Siempre.

      Ella cambió su expresión y su rostro se vació de toda pista de sentimientos. Era difícil saber si lucía cansada o decepcionada. Sus hombros se relajaron, pero sus manos permanecieron cerradas como puños, sin que ella se percatara del gesto. Parecía haber escuchado los pensamientos de Allan, por lo que dio la vuelta y fue hasta la puerta.

      —De ninguna manera me quedaré aquí —dijo de espaldas—. Mañana en la mañana iré por mis cosas al bosque y buscaré al resto de mi familia...

      —Reby...

      —… si es que queda alguien. Sé que deberían estar aquí. Estoy casi segura de que puede haber alguien que me ayude con esto.

      —Reby...

      —Hasta entonces, no creo que nos volvamos a ver en un tiempo... por tu bien.

      Allan se apresuró a alcanzarla. Logró meter la mano entre la puerta y el marco y evitó que la cerrara. Después, habló tan rápido que las palabras casi se atropellaron unas con otras.

      —Yo sé dónde está tu familia.

      Ella se detuvo en seco, sus hombros se volvieron a tensionar y se giró llena de asombro.

      —¿Qué?

      —Los Gellar. Sé dónde están.

      —¿Te refieres al abogado y su clan de estirados? —Soltó un suspiro y su rostro volvió a perder brillo—. No, ellos no se transforman. Tampoco saben nada de mí ni de mis padres ni nada de esto. Son un mundo aparte.

      Él se apresuró a agitar una mano.

      —No, no, no. Yo me refiero a su hijo.

      —¿Gerald?

      —No, el otro.

      Reby se cruzó de brazos y frunció el ceño. Creyó ser testigo de cómo su amigo se volvía loco frente a ella.

      —Gregory y Sarah Gellar solo tienen un hijo —le recordó.

      Su amigo negó con la cabeza.

      —No, Rebecca. Apareció otro, Sebastian. Y antes de que preguntes cómo estoy tan seguro, te garantizo que es verdad. El tipo parece el clon de Gregory. ¡Incluso, se parece a ti! —Le clavó con delicadeza un dedo en la frente—. Haz de cuenta de que eres tú, con veinte kilos más de músculo, unos cuantos centímetros más de altura, cabello corto y entre las piernas un...

      Reby alzó las manos para callarlo.

      —¿Estás loco? —Se golpeó la sien con un dedo—. ¿Y qué si es igual a Gregory? Por mí podrá parecerse a la barba de Jesús, pero seguiré sin poder creer que sea otro hijo de esa familia. Su apariencia no determina nada. ¿Qué hay de esa loca que decía ser la princesa Anastasia? Es un mito, un vil mito.

      Allan entró en su habitación mientras Reby hablaba. Ella notó, tarde, que también lo había seguido y, ahora, lo observaba buscar algo debajo de la cama. El chico sacó una polvorienta caja de zapatos. La abrió y arrojó su único contenido sobre el colchón.

      —Si es un mito, ¿cómo explicas esto? ¿Eh?

      Reby se fijó con desconcierto en la fotografía que estaba impresa en un viejo periódico.

      —¿Es una burla? —inquirió con tono aburrido y señaló el trozo de papel.

      —¿Qué quieres decir? —Él pasó de la satisfacción a la confusión en menos de un segundo. Le arrebató, con fuerza, el periódico para examinarlo.

      Lo que encontró hizo que su cabeza se calentara tanto que la caldera del Titanic podría quedarse con el segundo lugar. Se suponía que debería haber una fotografía tomada in fraganti de Gregory Gellar y su hijo, Sebastian; pero en vez de eso, las caras de ambos estaban modificadas con crayones de colores. Pequeños trazos infantiles habían dibujado grandes bigotes italianos, los labios se habían pintado de un extravagante rojo y, con amarillo, alguien había hecho toscas pelucas rubias. Los ojos reales de ambos caballeros habían sido remplazados por otro par, bizco y saltón.

      Los dedos de Allan se crisparon y arrugó el papel hasta deformarlo y generar un acordeón. Estaba tan furioso que podía sentir el palpitar de la vena de su sien. Echó la cabeza hacia atrás, cerró los ojos con fuerza y gritó:

      —¡Jamie, te mataré!

      A lo lejos, se escuchó a Jamie chillar y decir algo como: «¡Le diré a mamá!».

      Reby intentó contener una carcajada y vio cómo su amigo luchaba por retomar el control de sí mismo. Él masculló una sarta de groserías y trató de alisar el periódico. Lo volvió a arrojar sobre la cama y señaló el encabezado con tanta fuerza que su dedo se hundió en el colchón.

      —Olvídate de la jodida imagen. Aquí está todo lo que necesitas saber. —Se apartó y dejó que Reby lo tomara para leerlo:

      «La aparición del hijo desconocido».

      El titular estaba a lo ancho de toda la página y el artículo hablaba sobre la polémica que había levantado, en todo Londres, la revelación del paradero del hijo que el famoso abogado, consentido por la farándula, Gregory Gellar, nunca había mencionado.

      La fotografía no era rescatable y, más que una noticia objetiva, era una recopilación de chismes, de rumores y de supuestos que habían llevado a Gregory a ocultar la existencia de un segundo hijo.

      Los ojos de Reby zigzaguearon con rapidez desde la cabeza hasta los pies de la plana. Cada vez que cambiaba de línea, los abría más por el asombro.

      Según la nota, Gregory Gellar no estaba dispuesto a conceder ninguna entrevista y se empeñó en rechazar todas las invitaciones de la prensa para esclarecer el escándalo. Solo argumentó, de manera textual, lo siguiente:

      «Me gustaría que mi vida privada se mantuviera como lo que es: privada. Mi familia y yo estamos pasando por un difícil momento de ajuste. Les ruego que tengan respeto hacia mí y hacia los míos, y yo seguiré respetándolos. No haré más comentarios».

      Reby se sentó con pesadez en el borde de la cama y levantó la vista en busca de Allan, que esperaba recargado contra la ventana con los brazos y tobillos cruzados.

      Él abrió la boca:

      —¿Recuerdas ese extraño árbol genealógico de tu familia que tus padres habían tardado años en construir?

      Ella asintió.

      —Tenía nombres encerrados con tinta roja —continuó él—. Esos nombres eran...

      —Los miembros de la familia que podían transformarse —completó.

      —Según el patrón de los círculos —había un dejo de emoción contenida en su voz—, un miembro puede nacer sin la capacidad de transformarse, no obstante, su hijo sí. Gregory no puede, Gerald tampoco, lo que nos deja con...

      —Sebastian... —la chispa volvió a bailar en los ojos de Reby. Se levantó de un salto—. ¡Allan, eres Dios! —Corrió hacia él y lo tomó de las manos. Las agitó con alegría entre las suyas—. ¡Lo encontré!, ¡lo encontré!, lo... —Su energía bajó de súbito y soltó las manos de su amigo—. Demonios, ¿cómo lo encuentro? Seguro de que Gregory Gellar lo volvió a borrar del mapa para que no lo acosaran más.

      Allan esbozó una sonrisa de autosuficiencia.

      —No creas, las cosas ya se calmaron bastante. Esa noticia es de hace tres años. —Hizo una pausa para imprimir suspenso y fingió que se inspeccionaba el brillo de las uñas—. Y sé exactamente dónde encontrar a Sebastian.

      Capítulo 3

      El dios del rock

      —¿Estás seguro de que tu madre no notará que pegaste el espejo del baño con cinta adhesiva?

      Allan infló las mejillas y soltó el aire