—Esta noche haremos Parlamento. Hablaremos sobre la vida del Huinca Moreno.
Una ensordecedora algarabía de aprobación siguió a sus palabras.
Gavino escuchó lo que había ocurrido y se lo contó a Moreno. —El final se acerca —dijo el joven.
* * *
Muy entrada la noche, Moreno escuchó pasos que se acercaban. Tanteó en la oscuridad y verificó que su pistola estaba a su lado, luego corrió el paño y lo vio parado frente a su carpa. Era Sayhueque.
—Peñi, hablemos —dijo tan bajo que apenas se escuchó. Moreno lo hizo entrar en su carpa.
—Peñi, es muy malo lo que tengo que decir.
Moreno lo miró a los ojos. Sabía lo que iba a escuchar, pero todavía le costaba creerlo.
—Peñi, el Parlamento decidió su muerte.
Sayhueque siguió hablando, pero la mente de Moreno se fue en otra dirección. Pensó en su padre. Si tenía algo que reprocharse era el sufrimiento que le causaría a su padre. No es que no le importara morir pero esas eran las reglas del juego y él así las había aceptado. Otras veces había estado cerca de la muerte, como cuando lo atacó la leona o cuando cayó a las aguas heladas o tantas otras. Era razonable que alguna vez la taba cayera en su contra. Pero ahora se daba cuenta que no se trataba sólo de su vida; su muerte causaría dolor a otros que él nunca había querido herir. Desde la muerte de su madre, su padre había tomado mucha más responsabilidad sobre la crianza de sus hijos. A diferencia de otros padres que eran distantes, el suyo era su amigo, confidente, socio, compañero. ¿Quién lo había ayudado a crear su museíto? ¿Quién lo acompañó en su primera campaña de recolección de fósiles? ¿Quién lo ayudó a desenterrar su primer caparazón gliptodón? ¿Quién le presentó al sabio alemán Burmeister? ¿Quién pagó los gastos de su primera expedición? ¿Y quién explotó de orgullo cuando un artículo suyo fue publicado en la famosa revista de Broca en París? La respuesta a todas esas preguntas era: su padre. ¿Y cómo le devolvía él todo ese amor paternal? Con un telegrama diciendo que su hijo había muerto como un perro en una lejana toldería india. Moreno sentía rabia contra sí mismo por estar haciéndole eso a su padre. No sabía si él lo soportaría. Más que por su propia vida, las lágrimas que bajaban por las mejillas de Moreno eran por la vida de su padre.
—¿Me entendió Peñi? —le decía el cacique.
—Sí, que me matarán —respondió secándose la cara.
—Pero no mañana. En dos días.
—Me quedo más tranquilo —dijo sarcástico, sin importarle si el indio lo entendía o no.
—Peñi es mi hermano, pero Parlamento no soy sólo yo. El Parlamento es mapuche y manda la tribu; la decisión es de la tribu. Sayhueque no quiere matar a Peñi pero el Parlamento sí. Sayhueque no quiere guerra con huincas pero el Parlamento sí. Pero ¿sabe qué prometió Sayhueque a su padre?
—No lo sé. Yo a mi padre le fallé.
—Prometí a mi padre que nunca mataría a un huinca que hable con el corazón. ¿Sabe por qué?
—No —dijo Moreno sin mucho interés.
—Antes de nacer Sayhueque un jesuita huinca estaba en el toldo de mi padre. Un cura de buen corazón trataba de ayudar a mi madre que moría enferma y yo dentro de ella. Cuando mi madre gritó que moría el huinca tomó el facón de mi padre. Mi padre casi lo mata pero él dijo “Fe” y mi padre le tuvo fe. El huinca cortó la barriga de mi madre, ella murió pero él sacó de su barriga a un bebé, Sayhueque. Sayhueque vive por un huinca de buen corazón que quería ayudar a los indios. Sayhueque cree que el Peñi Huinca Moreno es un huinca de buen corazón y quiere ayudar a los indios, por eso Sayhueque lo va a ayudar.
Moreno no sabía adónde lo llevaba esta conversación, pero prestaba mucha atención.
—Escuche bien Peñi. Mañana de noche habrá gran fiesta india. Muchos gritos, mucha sangre de caballo y mucho aguardiente. Todos los indios se emborracharán y no habrá guardias que vigilen a huincas.
—Pero aunque nos escapemos nos seguirán el rastro, nos alcanzarán al día siguiente y nos matarán en el medio del desierto.
—Escuche Peñi. En la noche, huincas caminarán hasta el río y encontrarán una balsa. Balsa no deja rastro en el río, los indios no sabrán por dónde escaparon. Sayhueque mandará guerreros a buscar Moreno al Sur, camino a toldería de Inacayal. Pero el río lo llevará al Este, al fortín Confluencia.
Ahora Moreno entendía el plan de Sayhueque. Estaba lleno de peligros, podrían encontrarlos o morir de hambre, pero podía funcionar. Ese plan era lo mejor que tenía.
—Sayhueque tenía deuda con huincas. Ahora Peñi Moreno tiene deuda con mapuches. Quiero que me dé su palabra para hacer una cosa.
—Sí, claro.
—En poco tiempo habrá guerra entre mapuches y huincas. Mapuches van a perder. Quizás muera Sayhueque. Muchos mapuches van a morir, pero no todos. Peñi Moreno prometa que protegerá a los mapuches que vivan después de la guerra, prometa que no dejará que huincas maten a todos los mapuches. Prometa que no dejará que el pueblo mapuche desaparezca.
—Se lo prometo de lo más profundo de mi corazón.
Y a pesar de que los indios no abrazan, el condenado a muerte y el que lo condenó se dieron un abrazo que era una despedida. Quizás jamás volverían a verse. Quizás alguno moriría.
* * *
Una orgía de sangre y alcohol sacudía a la toldería mapuche. Decenas de yeguarizos habían sido degollados para que los indios bebieran su sangre aún caliente. El aguardiente, con el que los pobladores del otro lado de la Cordillera compraban la paz, corría de boca en boca y liberaba la agresividad que estos hombres llevaban dentro. Gritos cada vez más salvajes se escuchaban desde la carpa donde Moreno y sus dos compañeros se refugiaban. Un grupo de jóvenes guerreros se acercó a la carpa huinca, quizás con la intención de terminar de una vez con lo que se haría al día siguiente. “Nos van a matar”, dijo Melgarejo. Moreno, que había aprendido que a los indios había que enfrentarlos sin mostrar ningún signo de temor, salió de la carpa. Uno de los mapuches le gritó algo que él no entendió, sacó un facón y se le abalanzó. Moreno dio un paso hacia atrás y, para ganar tiempo, le tiró el poncho en la cara. El indio estaba tan borracho que cuando trató de esquivarlo se cayó aparatosamente. Los demás pensaron que el huinca brujo lo había hechizado como cuando había hecho magia en el fogón. Levantaron a su compañero y se fueron. Moreno volvió a entrar en su carpa: —Ya falta menos —le dijo a los otros dos.
* * *
Luego de algunas horas, los gritos fueron perdiendo intensidad hasta que de a poco el silencio invadió al campamento. Moreno salió de la carpa y verificó que no hubiera ningún indio despierto, luego mandó a Gavino al río; al ser indio su presencia allí no generaría alarma. Como él no volvía supusieron que el camino estaba despejado. En la carpa dejaron unos bultos tapados con mantas con forma de personas durmiendo; por un tiempo engañarían a los mapuches. Caminaron hacia el río tratando de no dejar huellas. En la orilla encontraron a Gavino; Moreno lo mandó a que volviera y borrara todo lo que pudiera de los rastros, mientras tanto ellos buscarían la balsa.
Primero buscaron ordenadamente pero a medida que el tiempo pasaba y no la hallaban se empezaron a desesperar. El